Boquitas
Pintadas, segunda novela de
Manuel Puig, transcurre mayormente en su pueblo natal -reconocible
tras su nombre impostado- tres décadas antes de editarse (1969);
Pubis Angelical,
escrita diez años después, sitúa una de sus líneas argumentales
en México DF durante el último año del gobierno de Isabelita.
Libros muy distintos, en ambos funciona como motivación
actancial, y sin que sea necesario esfuerzo verosimilizador alguno,
la idea -que convive con otras sobre el mismo tema, incluso
divergentes, aunque más difusas o en sordina- de que el
matrimonio es una cárcel para las mujeres. La vida de casada es
un estorbo para su desarrollo, al subordinarlas al marido y/o a los
hijos, y definirlas -limitarlas- como esposas y cuidaniños. Es una
de las formas que tomó el desprestigio de la familia, muy en boga en
los 60 -70 e impulsador -o respaldador al menos- de cantidad de
divorcios, algo que en esas mismas décadas dejó de ser un lujo de
clase para democratizarse, tal como los orgasmos.
Ahora,
el poco contacto que he tenido con mi círculo más inmediato de
amigos me permite constatar -no sin cierta pena, no voy a mentir- el
regreso triunfal de la institución familiar. Además de la absurda
discusión ya consignada, testimonio de la omnipresencia del tema en
cuanta conversación me toca presenciar (lo que lo nombra como fuente
de sentido de estas vidas), encontré la triste exacerbación
encarnada en dos casos: niños a quienes al terminar el preescolar (o
sea, a los cinco años) se les organizaron sendas celebraciones de
egresados con instancias en cinco (¡cinco!) días distintos, y que
tuvieron su culminación en conspicuos teatros de la ciudad (uno de
ellos, uno de los más bellos y mejores, el Coliseo, escenario de
grandes hitos culturales).
Se
equivocaría quien creyera que se trata de colegios chetos o
aristocráticos, son apenas institutos privados concurridos por una
clase hoy pudiente y modernosa cuyos antepasados, hace tres
generaciones, vivían o bien a salto de mata en otros países o bien
limpiando casas y atendiendo puestos a la calle en éste. Es decir,
gente sin fundamento que se prende de cualquier cosa para tener la
ilusión de que tiene una vida, a través de la hipóstasis de los
hijos y La Familia. ¿Puede concebirse peor pesadilla? Vive la vie
celibataire!