jueves, 16 de diciembre de 2010

En el sucucho



Mi habitación, esa ruina 

   Tras residir 12 años en otros países del mundo voy a vivir ahora quién sabe cuántos meses en mi casa histórica, la misma donde pasé la mayor parte de mi niñezadolescencia, y juventud, ligada a mi familia desde hace más de 30 años, escenario de inolvidables fiestas.
   Todo en ella es hoy ejemplo cabal de decadencia y precariedad. Por ejemplo mi dormitorio: un colchón mugriento y vencido echado en el suelo, recubierto a su vez por una longeva moquette, de la que decir que tiene olor a perro mojado es halagarla. En partes, como en los zócalos, hechos también de baratas tiras de alfombra, está despegada de la superficie que debería cubrir, o comida, y al mismo tiempo abunda en bolitas de pelusa sucia. Lo ideal sería sacarla, algo que sin embargo no es posible de inmediato porque lo que hay debajo es el piso de cemento pelado, sin ningún tratamiento. Esto responde a que el cuarto, producto de una reforma tardía para agregar un dormitorio a la casa, se hizo eligiendo para todo la variante menos costosa disponible entonces.
   La ventana es de la misma pésima calidad, como muestra su carpintería: un pesado aluminio pintado de blanco cuyas dos hojas corren paralelas sobre rieles, dejando generosas luces por donde se cuela siempre el aire, y hasta la lluvia cuando las condiciones son extremas. Por suerte es verano, y el defecto deviene una ventiladora virtud. Semi-cubre la ventana una cortina de morondanga, insuficiente para su superficie. Si bien es muy linda -es lo único lindo en todo el dormitorio, adornada de ramitas de nutridas hojas rematadas en flores finamente bordadas, un volado, todo de una lindeza que no tiene nada que ver con la miserabilidad del resto del dormitorio, y es un pozo de hermosura que rompe así la isotopía del cuarto, haciendo un lugar a la esperanza- deja pasar la luz, en parte por ser enteramente blanca, por lo que dormir más allá de las 6 30 sólo es posible poniendo la cabeza en sandwich entre dos almohadas. 
   Para peor, el travesaño del que pende la cortina se desprendió de la pared cuando intenté colgarle, justamente para atenuar la luminosidad, un par de colchonetas de goma espuma que estaban en el piso, una de ellas viejísima y cubierta de una tela marrón muy raída; la otra directamente sólo un cacho de gomaespuma, amarillo y tan feo al tacto. Ambos restos yacen ahora abollados sobre un viejo colchón con décadas de manchas, doblado en cilindro y apoyado contra la pared, y cuya única función es aumentar la mugre del cuarto. El barrote de la cortina quedó apoyado en la pared, trabado para no caerse en un miráme y no me toqués.
   La pintura está obviamente descascarada o hecha burbujas por acción de humedades que afloran desde el más allá, tiñendo todo de un aire a catástrofe. Esas mismas humedades hicieron colapsar hace años el circuito eléctrico, por lo que no funciona el único enchufe (si bien no es imposible que entrañe riesgo de electrocución). En el contexto general el estado de la pintura es de todos modos un rasgo simpático con el que no tendría problema en convivir, porque se me hace que le da personalidad al sucucho, como le he dicho a este cuarto desde siempre, desde que dejó de ser la habitación de mi hermana mayor, hace ya muchas décadas.
   Al calamitoso estado del sucucho se agregan sus dimensiones: tiene espacio apenas para el colchón de plaza y media a dos de cuyos lados quedan sendas franjas de unos 35 cm y 45 cm respectivamente, que se usan para circular y amontonar los desperdicios etc. 
  

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