miércoles, 29 de diciembre de 2010

Regreso triunfal de La Familia Triunfal I

   En la quinta que una amiga alquila durante el verano en Pacheco, una madre se manifestó alarmadísima por la relación que su suegra (mujer infernal, pero que por haber entregado incondicionalmente su alma -al dinero y el darwinismo social- luce un tinte de grandeza) tiende a establecer con su hijo, de dos años y meses.
   “Donde está tu papá”, preguntó el crío, en su presencia, a su abuela paterna. “Muerto”, contestó sin faltar a la verdad la veterana. La madre del niño, ayudada por una pasmadora ingenuidad, pretendía que todos los presentes (incluidos los tres hijos de la señora, entre ellos su propio marido) compartiéramos la reprobación que le inspiraban la respuesta y sobre todo la libertad que se había tomado la sincera abuela de contestar sin consultarla una pregunta tan delicada, de ésas cuyo tratamiento, según ella, es exclusiva potestad parental.
   -Lo mismo que si a mí un nene de otra persona me pregunta cómo nacen los bebés; yo no le voy a responder -sostenía la troglodita-. Preguntále a tu papá le digo. Es algo que deben contestar los padres de acuerdo con su propio criterio.
   El resto de los presentes (los tres hijos de la abuela del niño, incluido el marido de su alarmada madre) le discutía. Pero no su idea preservativa de la relación entre el niño y la verdad, sino sus intenciones de interferir el vínculo con su abuela y la absurdidad de querer controlar hasta el menor estímulo capaz de incidir en la psiquis del infante.
   -A mí cuando pregunté cómo salían los hijos de la panza me dijeron que a las mujeres les hacían un tajo y los sacaban -se quejó a su turno de los presuntos eufemismos explicativos una joven nacida en Rusia, agregando que la idea, en la que creyó mucho tiempo, le parecía “una agresión muy fea” que la había hecho rechazar durante años la idea de maternidad.
   Hoy la rusa también es madre, y esa noche sorprendió a toda la concurrencia (incluso a su azorado marido) al contar también que al venirle la menarca su madre le puso en las manos una película pornográfica. “Me quedé cinco días mirándola, estaba fascinada”, agregó con nostalgia. “Volvía de la escuela y lo único que hacía era mirar esa película”.
   -¿Aprendiste la lección? -preguntó mala onda fascistoide su cuñado, el padre del niño que desató la discusión.
   La segunda instancia de su iluminación, también facilitada por mano materna, fue una edición rusa de la obra del marqués de sade. La rubia y temperamental mujer repitió su deslumbramiento adolescente por el alto voltaje sexual de la obra, mientras todos los presentes la escuchábamos sin llegar a dar crédito completo a lo que decía. Estábamos hablando de Rusia Comunista y de una educación superadora.
   -En ese libro se describen copulaciones homosexuales, masoquismo, violencia -recordé en un intento de justipreciar la osadía y vanguardismo de su educación rusa.
   Fue entonces que la madre del niño que ya no ignora que su bisabuelo está muerto encontró por fin la ocasión de mostrar su corrección política y apertura mental: arrobada, con los ojos húmedos, me contó (de no tenerme como oyente ni se le habría ocurrido mencionarlo) que las primas de su hijo, más grandes que él, lo visten de mujer y lo pintarrajean.

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