domingo, 9 de enero de 2011

Hamlet - Así nace el amor III


Wie wir den ehemaligen dänischen PM umbringen durften

  A eso de la una y media o dos me pareció que convendría empezar a bajar, dado que al día siguiente (domingo) tenía que trabajar (si bien planeaba llegar a la redacción ya entrada la tarde y para afrontar una jornada muy tranquila: lo único en agenda eran dos partidos de la Bundesliga, el campeonato alemán de fútbol). Con intención de favorecer el sueño me puse a armar un fasito.
   Hamlet estuvo junto a mí mientras lié, dulcemente recorriéndome con sus manos y su boca, o apoyando su cabeza suave sobre mi espalda. Declarándome su amor. Fumé un par de pitadas y le ofrecí el cigarro al niño, que me miraba en el colmo del arrobamiento. Dió un par de secas y lo apagamos. Esa marihuana es súper fuerte, y el objetivo no era ponernos de la cabeza sino bajar un cambio. Con idea de favorecer el sueño me eché en la cama y me recosté sobre varias almohadas; Hamlet se tendió a mi lado, apoyándome su cabeza en el pecho.
   La música (Pantha du Prince) seguía sonando, si bien a volumen más bajo, y mi amigo me acariciaba con dedicación morosa. En eso levantó la cabeza para mirarme a los ojos. Pero al encontrármelos algo pasó.
   -¡Oh my God! -exclamó (es la palabra)- Oh my God.
   De un salto se levantó de la cama y se puso de pie, sin quitarme la vista de encima mientras repetía esa invocación en inglés.
   -¿Qué pasa?
   Por toda respuesta me miraba inmóvil, con los brazos cruzados sobre el pecho y la mano en la boca, como cubriéndose ante una visión aterradora.
   -Sos… el ex primer ministro de Dinamarca -dijo al cabo el danés-. Te convertiste en él. No puedo dejar de verlo cuando te miro. 
   Tardé un instante en entender. Él seguía clavándome la vista con pavor, inmóvil.   
   -Hamlet -dije al fin con toda calma-, soy yo, eldictu. Miráme bien.
   Prendí la luz blanca de leer para que pudiera verme. Pero fue peor. Aterrorizado, el chico corrió en busca de su teléfono móvil. No sé cuánto tiempo estuvo conversando con una amiga de su país, pero peroraba en su extraña lengua sin quitarme los ojos de encima ni aproximarse a más de cuatro metros, mientras vigilaba horrorizado mis movimientos. Yo no me movía. De su verborrea se entendían unas pocas palabras, como la recurrente “primer ministro” y la mención de las drogas que habíamos consumido. Al fin, después de prometer que volvería a llamar más tarde, cortó y se envolvió en la salida de baño de toalla que le había dado para pasar la tarde sensual. Entonces se colocó a los pies de mi cama, se cruzó brazos, y se puso a murmurar una y otra vez oh my god, mientras al mismo tiempo hacía con la cabeza el gesto de negar.

   -El ex primer ministro de Dinamarca. Es una pesadilla. Te miro y no puedo más que verlo a él. 
   -Creo que lo mejor es que te vayas a tu casa -dije, ya harto de los locos-.
   -¡No!, por favor, no me vas a dejar solo en este momento.
   Ahí supe que estaba todo bien. Si no se quería ir es que tanto no sufría. Con un suspiro, saqué uno de los libros que estaba leyendo y me hundí en sus páginas. Al rato mi niño se deslizó en la cama y volvió a abrazarme. Trataba de no mirar mi rostro, pero de tocarme no se privaba.
   -Todo lo que estuvimos conversando fue en broma -le dije comprensivo, con la mayor de las ternuras, en referencia al hogar que según la conversación de unas horas antes planeábamos formar con su mejor amiga, y donde yo sería amante de ambos y padre de al menos un hijo-. Vos sos muy joven, tenés mucho que vivir. Tenés que florecer, muchísimo por descubrir, no podés comprometerte en nada de ese modo. Fue sólo una conversación de drogados, que obviamente no te obliga a nada, además de que a mí jamás se me ocurriría reclamarte algo.
   -Bueno, muchas gracias, gracias por decírmelo -contestó con notorio alivio, como si no lo supiera, apretándoseme contra el pecho-.
  Fue así que liquidamos al molesto ex primer ministro. Un rato más tarde, Hamlet me brindó su amor -y lo hizo con el mayor esmero-, y después nos dormimos juntos, abrazados.
   Al día siguiente desayunamos en un bar de la esquina, tomados de la mano, bajo la mirada bienhechora del mozo, gay y encantado ante la vista de dos bellos amantes, tan demostrativamente cariñosos.

martes, 4 de enero de 2011

Hamlet - Así nace el amor II


How the former Prime Minister was born

   Después de tres o cuatro encuentros en los que la amorosidad fue ganando consistencia, el siguiente hito con el escandinavo estuvo bajo el signo de las drogas químicas. “Hace tiempo que quiero tomarme un éxtasis con alguien que se acueste conmigo en la cama”, le dije al hacerle la propuesta. Le ofrecí un poco del mdma comprado meses antes en el festival fusion, y que no había tocado justamente por no tener con quién compartirlo. Hasta entonces había tomado muchas veces esa droga maravillosa, pero nunca en situación amante.
  -¿Cuánto pesas? -pregunté.
  -74 -dijo.
  Me asombró: peso 78 y él es cinco centímetros más alto, si bien también un poco más flaco y tal vez más ligero, menos denso. Así que según su respuesta armé las dosis, como siempre a ojo, mediante el procedimiento de dividir en montoncitos parejos la droga previamente molida y hecha polvo (considernado que contaba con cerca de 800 mg, y que se calcula aprox. 1,2 mg por kilo de peso ).
   Le di a elegir entre dos pilas de polvo que de acuerdo con mis cálculos eran equivalentes y a las que en una escala de 1-10 (donde 10 es máximo pegue pero todavía nada de toxicidad, y 1 apenas el reconocimiento, aunque indudable, de una alteración), correspondía un 7 u 8.
   -Elijo la que tiene más -dijo.
   Levantó con los dedos húmedos el polvo y se lo tragó con ayuda de un Paso de los Toros que había quedado de mi multitudinaria fiesta de cumpleaños, ocurrida cosa de un mes antes. Yo hice lo mismo con el otro montón, y él pidió lamer los restos que estaban en el plato. No había pasado media hora y ya era claro que la substancia estaba actuando sobre mí.
   -No me hace nada, no me hace nada -repetía sin embargo mi amigo sexual, quien ya me había comunicado que hasta ese día no había probado esa droga, ni ninguna otra a excepción de un poco de marihuana en forma de hachís-.
   Le dije que si en un rato más no le hacía efecto le daría un pequeño suplemento.
   -Ahora, dame ahora -contestó- porque si no vamos a estar desfasados.
   Le advertí que convenía esperar, pero salió con que me había dicho mal su peso y por consiguiente la dosis que se había tomado le resultaba insuficiente. Le dije que metiera el dedo meñique húmedo de baba en la bolsita donde estaba el resto del polvo, que eso bastaría para subirle un par de puntos. Así lo hizo. Cinco minutos después insistía con que no era suficiente.
   -Bueno, mala suerte -contesté-. Ya está. Ahora vamos a esperar. Tal vez no te haga nada. Pero yo creo que sí. Hay que esperar.
   Y al poco rato empezó un momento perfecto, en el que no dudaría en eternizarme. La plenitud del amor, el contacto feliz de cualesquiera superficies corporales -pero con énfasis en bocas y pijas-, caricias de intensidad infinitamente fractal. No sé cuánto tiempo estuvimos en la cama, no sé cuánto en la bañera, dejando que el agua nos corriera por el cuerpo, acompañados por la música electrónica de mi colección, inolvidable. Saqué la droga del cajón a las cinco de la tarde, y de pronto era medianoche y estábamos en brazos uno del otro con las trompas atadas por el amor, la hermosura y la conversación incesante e inflamada como el universo entero alrededor.
   -¿Cómo ves tu vida en el futuro? -le pregunté.
   -Mhh. No sé. Creo que me gustaría tener una linda casa y vivir con mi novio. Trabajar en algo tranquilo.
   -¿Pensás que te gustaría tener hijos?
   -Sí, pienso tener hijos -declaró-.
   -¿Y cómo? ¿Con alquiler de vientre?
   -Tengo una amiga. Mi mejor amiga.
   -¿Cogiste con una mujer alguna vez?
   -Nunca. Pero igual puedo estar con ella y tener un hijo. De los dos.
   -Yo siempre soñé con un trimonio -le conté, estimulado por su idea-. Vivir con un hombre y con una mujer en una relación de tres.
   -Bueno -dijo como si una decisión así estuviera en sus manos- ya está. Podemos vivir los tres juntos. Vos, ella y yo.
   -Me estoy por volver a vivir a Buenos Aires -contesté en el mismo viaje alucinante-, pero si vamos a vivir los tres juntos me quedo. No voy a desperdiciar una oportunidad así.
   -Sí, quedate.
   -Todavía tiene que estar de acuerdo tu amiga.
   -Sí, pero le vas a gustar.
   -Me saqué la lotería -dije con una sonrisa mientras apretaba su cuerpo desnudo contra el mío y nos perdíamos en el abrazo, perfectamente henchido de amor. Así, aunque sin tener idea, estábamos engendrando al ex primer ministro de Dinamarca.