Los días contados
Transcurridos
los cuatro días de visita paterna, Hamlet volvió a dormir a casa
periódicamente.
-I
love you -me repetía, de lo más amoroso, una y otra vez, mirándome
a los ojos.
-I
love you too -contestaba yo, aunque sobre todo para no cometer la
torpeza de echar agua fría en su inflamación, que hacía posible
tantos buenos momentos-; con todo mi corazón.
-Qué
lástima que te vas a vivir a la Argentina en tres meses.
-¿Cómo
sabés que me voy? ¿Quién te dijo? -respondí alarmado.
La
respuesta era obvia, pero yo no recordaba el momento en que se lo
había contado. Encima, justamente ese día había estado
considerando que no tenía sentido hacerlo, pues la noción de
partida inminente daría una dimensión de falso apasionamiento a
nuestro amor, que de lo contrario encontraría su verdad en la rutina
de una relación destinada a extinguirse. Pero el error ya se había
cometido: la noche de nuestro primer encuentro, al presentarnos, se
lo había dicho del modo más despreocupado, con la idea de que con
él, como con tantes, tendría una relación pasajera.
A
partir de ese momento, la despedida pasó a pender sobre nosotros, y
nunca dejó de sentirse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario