sábado, 30 de abril de 2011

una hermana


   Hay una de mis tres hermanas que hizo siempre los deberes (al punto de que si se los ovidaba, se tratara de un calco geográfico o de una hojita redactada, me llamaba del colegio para que me recorriera media ciudad y se los llevara; íbamos a turnos distintos), y hoy -podría escribir “sin embargo”, pero no hay ningún motivo distinto de la confusión para hacerlo-, por algún motivo para mí no tan fácil de entender, da la impresión de no ser feliz (tal vez porque ahora descubre que haber hecho los deberes no la libra del destino común y que la muerte la corroe como a todos; tal vez porque se siente poco reconocida en sus logros, o por otra cosa que no estoy en condiciones de imaginar). Últimamente me malrata y describe lo que supone que es mi mundo (si bien en primera línea habla del suyo y de sí misma) como lo haría una señora fascista de barrio, o sea del modo más horrible. La única explicación de su mala onda que se me ocurre es que no le parece justo que sin haber hecho los deberes como ella, no dé la impresión, como ella, de no ser feliz. Cómo puede ser, se pregunta su cabecita confundida.

miércoles, 27 de abril de 2011

2001 - Ciudad de México

uno de los tantos - hace 10 años

  Muchas veces me levanto temprano y hago café. Tengo un sistema viejo, que casi nadie usa porque la tecnología avanzó mucho en los últimos cien años, y seguramente mi modo de hacer el café es de los primeros que se usaron. Pongo el molido en un filtro de tela que se ve como una media —y al que por ese mismo motivo mucha gente llama así, “media”—. Cuando lo compré era blanco, con el primer uso le quedó una mancha de color café claro, y ahora casi se oscureció por completo. Tiene que estar seco para poner el café. Lo descuelgo de la llave de gas, donde normalmente suelo dejarlo después de haberlo enjuagado. Lo lleno de café, y una vez que el agua está en su primer hervor, levanto la pava y desde una buena altura la echo. Según mi experiencia, tiene que caer en una línea fina y fuerte, y pegar en el medio del filtro. Cada vez que hago esto, solo, en mi casa, por la mañana, me represento el movimiento del agua dentro del filtro. Pienso que cae con fuerza y al chocar primero con el café y después con la mezcla de café y agua hace presión sobre toda la superficie del filtro de manera uniforme.

  Pienso también en los años de adiestramiento que me llevaron a hacer el café de este modo. Conozco perfectamente, sin necesidad de hacer la menor consideración al respecto, la fuerza que necesito para levantar la pava (lo que se comprueba fácilmente si uno piensa en las ocasiones en que cree equivocadamente que la pava, una bolsa o cualquiera otra cosa cargable está llena cuando está vacía, trata de moverla y casi la hace volar), sé cómo ponerla para que la línea fina caiga directamente en el centro del filtro.
   Y pienso también que estoy de pie, en la cocina de mi casa, solo, de mañana, y que todos mis gestos hablan la lengua de la civilización, en uno de los dialectos necesarios para hacer café. La misma lengua que los artistas usan para pintar sus cuadros y los vigilantes de las esquinas, bestezuelas capaces de decir “aváncele, aváncele” durante horas con un megáfono.

  La lengua inevitable. La que usan los dictadores y los encargados de reprimir y encarcelar, la que también está en las leyes del código civil, en las telenovelas. Esa misma lengua que uso ahora, que comparto con la gente que detesto, los que repiten —reproducen y vomitan— el mundo en que vivimos, las empresas, la humillación y la pobreza. Y también la misma que usé cuando declaré mi amor, cuando despedí a mi hijo, cuando lloré en el teléfono. La civilización es mi lengua, la civilización que aborrezco, donde la libertad es un mito que nadie alcanza nunca, y el dinero la única constante.

jueves, 14 de abril de 2011

2012


 Me anuncian un cataclismo -y cómo hacer para sobrevivir-
   Un chabón en una fiesta (descripción generosa) me aturde con la versión del próximo gran cataclismo, que ocurrirá en 2012 de acuerdo con diversas predicciones (los mayas, dice) y las innúmeras “señales” que ha dejado un nuevo mesías (que pone en serie con Abraham, Jesucristo y no sé quién más), que vive en la India y se le manifestó, se comunicó con él (hizo que partes de él, el chabón, más precisamente una mano, se materializaran en la India, donde se la acariciaron amigos que visitaban al gurú; yo me preguntaba si el tal “avatar” -una manifestación de la divinidad en el plano terrestre, según me explicó el chabón- también podría materializar mi pija en otro lado, para que esté en más de un lugar al mismo tiempo y sea palpada de la misma forma amorosa que su mano, si bien esta idea obsesiva era producto de las drogas que había consumido esa noche).
   El punto es que el tipo me recomendó estar en la India en 2012, puntualmente en los Himalayas, pues sólo en esa región de la tierra hay garantías de sobrevivir al cataclismo. Le di oportunidad de que me convenciera -lo escuché-, algo que no ocurrió. Finalmente concluí que aún en el caso de llegar a creer que habrá tal cataclismo y que vastas secciones de Argentina quedarán sepultadas bajo el agua, no viajaré a la India en 2012: prefiero morir con lo que conozco y quiero antes que encarar un viaje para salvarme de un Apocalipsis arbitrario y pedante. Si de todos modos morirá toda la gente que quiero. Qué me importa.

lunes, 11 de abril de 2011

Cine Lorca – Nunca me abandones


   Voy al cine Lorca, mi sala más querida en Buenos Aires (tal vez hay otras que he frecuentado más o me resultan más prácticas, como el Gaumont, pero mi afecto mayor será siempre lorquiano, empezando por el nombre). Además de su innegable hermosura de otra época, hasta donde sé es el único cine del mundo donde se experimenta un encantador extrañamiento posicional: en la sala 2, la de arriba, pero sobre todo en la 1, la principal, a poco de estar sentado uno siente de pronto que el suelo, donde se apoyan los pies, está en posición vertical, mientras la espalda queda paralela a la superficie de la tierra. Esa sensación perfecta se debe, creo yo, al efecto óptico del revestimiento de las paredes, y en la sala de abajo se potencia por la concavidad del piso, que toca su sima en el centro del espacio. El Lorca, además, es glorioso por venir exhibiendo ya desde los años ‘80 títulos que estaban en el borde del circuito comercial, y muchas películas de tinte queer.
   Ahora vi en la sala 2 Nunca me abandones (Never let me go, Mark Romanek, Inglaterra, 2010, basada en una novela homónima de Ishiguro, de 2005), centrada en tres niños (dos chicas y un joven) a quienes se cría en Inglaterra, en un internado a la harry potter. Se los cría, sin embargo, no para que se integren a algún tipo de elite social sino para que de adultos vayan donando sus órganos hasta “completar” (es decir hasta morir), conforme los necesiten los pacientes del sistema de salud. La acción transcurre en los años 80 y 90 en Inglaterra, en una realidad que, excepto por el National Donor Programme (NDP) en que se enmarca la crianza de donantes, se deja describir como la nuestra. El internado de los protagonistas es una excepción en el marco del programa: al resto de los futuros donantes se los cría en “battery farms” (así se las nombra) como las que hoy se usan para cerdos y pollos. 
   Los tres personajes definen un triángulo amoroso que no tiene nada que envidiarle a una telenovela, cuyo verosímil exige gente mala y manipuladora (aunque esas formas de debilidad sean finalmente producto de la misma desesperación que también sentimos).
   En otro régimen ficcional se contaría la rebelión de los clones y cómo consiguen sustraerse al destino de donar hasta morir órganos a los humanos “auténticos”. Aquí no. No hay lugar para tales impulsos de liberación y autonomía. Y lo que en principio parece un anacronismo de la ciencia ficción (aunque siga desarrollándose en la práctica, la donación ha cedido su potencial de futuro y utopía a la generación de órganos o a su réplica), puede leerse como una alusión a las legiones de sirvientes y trabajadores (: los pobres) que diariamente nos donan sus órganos para que podamos seguir dándonos la gran vida. ¿O acaso no es cierto que los mineros, las mucamas, los basureros etc. mueren antes, ven peor, sufren mucho más de los riñones y el bazo o lo que sea que quienes acostumbran visitar spas? 
   La gente no aceptaría volver a morir de cáncer o quedarse ciega; diría sencillamente que no” a la interrupción del NDP, dice la directora del colegio para explicar que es inútil debatir si corresponde salvar de algún modo a los donantes. De igual modo se ha clausurado, hace décadas, la discusión sobre los pobres: “la gente no aceptaría tener que limpiar su propia mierda; diría sencillamente que no”. No es el único aspecto en que  la película (la historia que está detrás, la novela) refrenda su espesor.   

miércoles, 6 de abril de 2011

¡entre amigos!

Nada que objetar (más allá de una coma confusa)

   "Yo creo que hacerse una paja con un buen amigo es una cosa muy bonita de compartir. Es como, solidario, fraternal, y sirve para profundizar en la amistad y el conocimiento de la otra persona. Creo que hay demasiados tabúes, nunca entenderé, por ejemplo, porque está bien visto darse la mano a un amigo pero no está bien hacerle una paja, cuando, al fin y al cabo, es mucho más placentero, y por supuesto no hace daño a nadie."

   Un mundo por descubrir, ampliar a las relaciones con y entre mujeres (y a todas las que uno sea capaz), y que tiene variantes y prelongaciones aquí y acá

martes, 5 de abril de 2011

primera sangre. qué fiesta


   No hay mayor obra de arte (también porque es colectiva) que una fiesta. Y ya he sido parte de la primera (en esta segundo arraigamiento) expresión de esa forma de felicidad en territorio nacional: la celebración de un casamiento entre hombres, a la que encima asistieron la intelectualidad y el arte por igual. Numerosas personalidades de la literatura y el pensamiento, de la teoría y de la vida como arte, la canción, la actuación etc festejaron -festejamos- junto con los contrayentes, que son en sí un crisol de tensiones estético-políticas y gozan ya de un destacado lugar en lo más bullente de la vida de esta ciudad.¡En la cresta de la ola!
   A mitad de esa noche sin un segundo libre de performance fuimos sorprendidos por la distribución de unas golosinas químicas que nos pusieron en el mejor de los estados. Incluso a Ulrik, cuya afición a las caricias y los besos se exacerbó hasta el límite de lo soportable. Qué risa. Y nos vimos obligados a abandonar la sala antes de tiempo. Qué lástima.

domingo, 3 de abril de 2011

mundo puto: un tinte



   Hace tiempo determiné que no me gusta -o mejor: no me nombra- el mundo puto (para no hablar de esa marca registrada en NY conocida como “cultura gay”, que me resulta ajena hasta la náusea). Lo que me cabe -lo que me excita- son los jirones, filamentos, pinceladas, retazos de putez que destiñen y coloran el mundo, presuntamente sin trazas de tensiones qüir, de los matrimonios, las grandes amistades entre hombres, incluso de las relaciones fraternas o paterno-filiales (esto último merece un par de toques, porque puesto así parece sólo destinado a escandalizar). Pueblan el mundo no puto, son su frontera y posibilidad, siempre al acecho. Reconozco ese espacio intermedio, me hamaco complacido en sus fibras.

O vivís o no molestás II


   Las cuadras de ciclaje hacen que a pesar del frío llegue a casa empapado en sudor; el alcohol y la marihuana me gestaron un tenue dolor de cabeza que se convertirá en su hermano mayor en el curso de la mañana y vendrá a despertarme. Tengo que esforzarme un poco para encadenar la bicicleta en el Hof del edificio, aunque dado su cochambroso estado y el buen tono del área prácticamente puede descartarse que alguien se la quiera robar. Estoy en Prenzlauerberg, parte del Berlín que fue comunista, a cinco cuadras de la línea de adoquines que recuerda el trazado del Muro, y más allá de las esperables excepciones los habitantes de la zona son jóvenes que medran holgadamente en la nueva economía de los medios electrónicos. Revestidos de una pátina de alternativismo que no se creen ni ellos pero les da sentido de comunidad, los que no tienen hijos pequeños están en su busca.
   Sobre la mesa de mi dormitorio encuentro un mensaje en dos tiempos: “llamó Silvia. y Friedrich - M.”. La nota incluye los nombres de las tres personas que de algún modo han moldeado mi vida de los últimos meses: Michael, que firma la esquela y me cobra por el cuarto donde la leo; Silvia, a quien vi por primera vez hace más de 20 años, en mis primeros días de colegio secundario, y Friedrich, mi tal vez único amigo alemán. El otro signo de que Michael estuvo en el cuarto es el frío: al irme había dejado la calefa a media marcha y ahora está apagada ¡en cero! Michael lo hizo, seguramente después de que al entrar al cuarto para dejar la nota lo invadiera una ola de indignación, porque en su cabeza no entra que alguien pretenda llegar a una habitación templada cuando en la calle hacen cinco grados bajo cero.