viernes, 26 de agosto de 2011

compleja personalidad animal

Bien tratados, los chanchos alcanzan grados de domesticidad similares a los de un perro, acostumbrándose a responder por su nombre al llamado del amo. Cada vez son más quienes tienen cerdos como animal de compañía. A los chanchos les gusta que les rasquen el lomo y en general suelen mostrar buen humor e inteligencia, curiosidad y un notable sentido de la orientación: la televisión los hipnotiza. En el marco de su piara desarrollan complejas estructuras sociales, forjando con algunos miembros de su comunidad lazos afectivos especialmente estrechos, que prevalecerán mientras dure la existencia común y constituyen auténticas (y a veces desgarradoras) historias de amor.
Estos rasgos, suficientes para delinear una rica personalidad animal, han posibilitado que sean protagonistas de numerosos relatos (el célebre Los Tres Chanchitos, sin ir más lejos). A su verosímil y fácil humanización contribuyen su cutis semisonrosado, la versatilidad de su aparato fonador y las expresivas líneas de su rostro. El cerdo llega a tener orgasmos de 30 minutos y es uno de los 12 animales del Zodíaco Chino.
Compañeros de la civilización desde el origen, los chanchos tienen también lugar en sus creencias: así, en el norte de Córdoba los lugareños aseguran que por las noches se aparece una chancha que arrastra cadenas por las vías del tren produciendo un estruendo infernal. Se la considera el ánima de una mujer condenada a purgar sus pecados convertida en ese monstruo, y es prácticamente imposible verla: se desvanece si alguien intenta acercársele.

lunes, 15 de agosto de 2011

no es un lobo


el trabajo no es un lobo
no se pierde en el bosque

domingo, 14 de agosto de 2011

lo mejor del invierno


Conversar, tomar tés en la cálida penumbra mientras afuera la escarcha reina en la noche sin fin, el sauna (¡las bañeras compartidas!), los interiores plácidos y acogedores de bares y cafés, la maravilla incansable de la nieve o caminar sobre el agua congelada de los mismos lagos que en verano son para nadar. Todas cosas que hacen fácil añorar el largo invierno de Berlín una vez que quedó atrás. Sin embargo, nadie que lo haya vivido ignora que lo mejor del invierno, su mayor virtud y gloria, es la primavera. Cuando la luz vuelve a calentar el aire después de tantos meses oscuros y asoman los renuevos, cuando el piar los pájaros crece hasta volverse un graznido atronador y se puede desayunar con la ventana entreabierta -o incluso en el balcón, entre las brisas- una explosión de alegría mística se adueña del mundo y grita la ferocidad de la vida.

jueves, 11 de agosto de 2011

cómo se pierde un trabajo

Hola Jane,
  No sé francamente a título de qué suponés que tengo que abocarme a
los considerar los comentarios y correcciones con que me devolvés la
traducción, dado que nunca habíamos hablado de ese trabajo, distinto
de la traducción en sí, que quedó terminada en el momento en que te
envié el texto, ayer, viernes. Encima, das por hecho que voy a estar
disponible para hacerlo durante el fin de semana, en el momento en que
a vos te resulta conveniente, cuando si te envié el texto ayer (antes
de tu “deadline”), fue justamente para evitar trabajar hoy, sábado.
  Obviamente, si hubiera alguna duda o cuestión que aclarar no
tendría problema en hacerlo, lo que no entiendo es que vos des por
hecho (como se ve ya en el mail que recibí el viernes) que volver a
trabajar en la traducción ya terminada durante el fin de semana forma
parte del trabajo. Al respecto no tengo más remedio que recordarte que
no sos mi empleadora ni mi jefa, sino que me contrataste para un
trabajo que ya terminé ayer.
  Es la primera vez en mi ya bastante nutrida trayectoria de
traductor que me ocurre una cosa así, así como es la primera vez que
voy a cobrar en base a la cantidad de palabras del original y no a las
del texto traducido; te digo esto porque tras haber hecho la
traducción pude comprobar -con pesar- la enorme diferencia que hay
entre el conteo de las palabras en inglés y en castellano (lo que no
sería tanto problema si la tarifa fuera razonable), con lo cual esta
terminará siendo la traducción peor paga que hice en la última década.
Me pregunto, por otro lado, si cuando encargás traducciones del
castellano al inglés procedés de la misma manera.
  Si por alguna casualidad se te ocurriera responderme que te manejás
de acuerdo con las condiciones que impone “el mercado”, te contestaría
a mi vez que el argumento es, por un lado, falso (estoy haciendo
traducciones para la universidad de Quilmes -de Argentina-, y la
tarifa, además de ser acorde al trabajo que hago, se ejecuta sobre los
caracteres empleados en el texto traducido), y por otro, lo más
importante, falaz: el mercado no es una abstracción externa a nosotros
e inmodificable, sino que son nuestras decisiones las que le dan
forma, por lo que en última instancia somos los responsables de las
condiciones en que existe. Ese argumento (“el mercado lo impone”) se
ha usado como excusa para permitir los mayores crímenes, porque “es lo
que hacen todos”; creo que no es necesario abundar ejemplos.
  Dicho todo esto, te aclaro que si he tenido la gentileza de
considerar los cambios e inquietudes con que me devolviste la
traducción, así como de poner todo esto por escrito, lo que me está
llevando bastante más de dos horas que nadie se tomará el trabajo de
pagarme (y eso a pesar de que me estoy perdiendo un magnífico sábado
de otoño), no es porque me sienta obligado en algún sentido, sino
porque cuando entablo una relación laboral -o de cualquier tipo- no es
lo que me guía el afán de obtener el mayor rédito posible en todas las
instancias (lo mismo suelo presumir de quien tengo como contraparte,
en este caso vos), y porque considero que de ese modo el mundo en el
que vivo (“el mercado”) es más acorde con lo que me gustaría (más
lindo).
  Considerando lo expuesto, te pido que si me volvés a a contactar
por una traducción no sea en estas condiciones, porque de lo contrario
vamos a perder el tiempo los dos (y tener otro disgusto).
  Espero que tu viaje siga siendo fructífero, besos

lunes, 1 de agosto de 2011

continuación del tacto

por DI para EDM
   La muestra (aunque muestra no es la palabra) se montó en una antigua casona de la Roma, zona de la capital mexicana donde a principios del siglo veinte construían sus ambiciosas residencias las familias más adineradas, y cuyo trazado conserva a pesar de las muchas intervenciones posteriores cierta grandiosidad propia de su concepción acaparadora del tiempo y el espacio. Para recorrerla se juntaba a la gente en grupos de unas veinticinco personas. Se les hacía quitar anillos y pulseras, se les pedía que se arremangaran hasta el codo y se lavaran las manos en lavatorios instalados ad hoc en el vestíbulo de entrada (el DF es una ciudad muy mugrienta).
   Entonces se daba paso a una sala antecedida del título “Interfases”, donde una suave música electrónica traía el calor del atardecer en una playa del Pacífico mexicano, y tras un breve tiempo necesario para habituarse a la penumbra rojiza, podían distinguirse brazos y piernas humanos, que avanzaban en el espacio desde huecos de las paredes y estructuras de exhibición. A distintas alturas se presentaban plantas del pie, que como alto relieves animados sobresalían apenas de la línea de la pared, y una sucesión de muslos, corvas, pantorrillas, manos y brazos. Formaban una colección de calculada variedad convencional: de aspecto femenino y másculino, flacos y gordos, de texturas, tonos de piel y regímenes pilosos de lo más diversos. En apariencia inmóviles, los miembros estaban en posturas que hacían obvias tanto la comodidad relajada de sus dueños como la vida que los animaba.
    Los visitantes empezaban por tocar con la yema de los dedos las partes expuestas, las apretaban con suavidad o las recorrían a lo largo. Se reían con nerviosismo. Después apoyaban más la mano y la movían en una caricia, los más avispados tratando de intensificar el contacto y diferenciarlo de algún modo del de los demás (no tenían ningún éxito, eran cientos de visitantes por día). Al cabo de los quince veloces minutos que tomaba este precalentamiento se abría una puerta luminosa al fondo de la sala, se indicaba así que había que seguir.