Por DI para EDM
Cuando me mudé a
vivir solo tenía 23 años, y mi abuelo, que ya estaba con un pie en la
tumba aunque lo ignoraba, me hizo ir a su casa.
–Fijáte en la mesita ésa que está en la esquina –me dijo.
Es
una mesa baja, de madera (o de algo que la imita muy bien), con tres
patas cilíndricas que conforme se acercan al piso se distancian. La
tabla forma un triángulo que está mutando a círculo, cubierto de una
especie de acrílico transparente bajo el cual se ve un dibujo que para
la época (los setenta) era moderno, y hoy sigue siéndolo: finas líneas
circulares de color rojo y blanco definen elipsis que se cruzan sobre un
fondo negro, acompañadas de dispersos círculos llenos, mucho más
pequeños, como manchas, de los mismos colores. Una mesa que nunca antes
había visto en lo de mi abuelo, aunque lo había visitado lo suficiente.
–¿La querés?– me preguntó.
Cómo no la iba a querer, si está buenísima (y así es que todavía hoy motiva el comentario elogioso de cualquiera que la vea).
–Bueno –agregó–. La mesa era de tu tío, y cuando fui a su casa a levantar todo, encima tenía esto.
“esto”es
el relato que sigue, escrito a mano en un raro papel amarillo. Mi tío
integra desde el año ‘77 la lista de desaparecidos de la Dictadura.
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