entre los mil distntos tonos de rojo, los míos |
El
domingo siguiente al encuentro de la marihuana puede vérseme otra
vez frente al Congreso. Voy con la excusa de sumarme a una foto en
apoyo a la Ley de Identidad de Género, que según todo indica se
aprobará en los próximos días (así ocurrió, para alegría de
gran cantidad). La concurrencia es mucho menos nutrida que la víspera
(lo que no impide encontrar a un conocido que, como yo, hizo
doblete), y mayor la tasa de ojos azules, aunque también de
travestis, transexuales y otros llamativos disidentes de la
heternormatividad. La consigna es ir vestido con predominancia
notoria de algún color de la diversidad, para agruparse y dar en la
foto el arco iris de las sexualidades. La primera minoría coloril es
roja. La integro, es lo más fácil, lo que cualquiera tiene.
Mientras esperamos que se junte gente escucho los parlamentos de
activistas célebres, algún legislador, etc.
El
proyecto que se aprobó estipula que cualquiera puede cambiar sin
mayor trámite su nombre, foto y sexo en el dni, lo que equivale a
forjarse una identidad nueva de acuerdo con las convicciones más
íntimas al respecto. Para los decenas de miles que
durante décadas salieron a la calle a pelear por estos cambios (no integro ese grupo)
es un nuevo triunfo, el que faltaba para abrir un panorama de
superación a partir del cual iniciar otro tipo de camino, menos
ruidosamente visible y a la vez más integrado a la vida del
resto de los habitantes. Nadie lo puede discutir.
Pero lo anterior no es óbice para propuestas aún más avanzadas,*
por ejemplo, que en los dni no se consigne el sexo de los titulares, que no figure
m
ni f
ni nada que pueda interpretarse en ese sentido (más allá de lo que
diga el nombre). Con el tiempo, idealmente, ese rasgo perderá su
carácter diferenciador en los grupos sociales. Nadie podría saber
por ejemplo (sin un cálculo que de todos modos siempre será
aproximativo), cuántos varones y cuántas mujeres hay en un curso
escolar. Ya no tendría sentido, ni importancia.
Una medida así
tendría sin dudas costos administrativos (sobre todo los vinculados
con la atención médica, se sabe que los parámetros de salud,
por caso, son distintos en los hombres y en las mujeres), pero tiene sentido asumirlos si implican liberarse de ese rasgo tan marcador
que a nadie debería importarle, y que con el tiempo tendrá el valor que hoy le asignamos al grupo sanguíneo: mucha gente incluso lo ignora. Obviamente (como ya se hace en
muchos países), la diferencia tampoco se marcaría en los cv. Los
nombres unisex adquirirían nueva fuerza, y al final el lenguaje
mismo terminaría por cambiar. ¿Cómo? Quién sabe…
*La
leí el año pasado en una entrevista al entonces líder del Piraten
Partei de Berlín