No
pasan 14 horas de mi llegada a Berlín que, el mismo día en que
empieza el verano, estoy de nuevo trasladándome, ahora por la
superficie de la tierra en un utilitario donde también viaja mi
bicicleta, por suerte en bastante buen estado tras tantos meses de faltarle. Se alternan para conducir dos hermanos, martin y friedrich P.
(gran amigo que, por así decir, me ha ofrecido acompañarlo a buscar
muebles ancestrales en el camioncito).
dos hermanos en un castillo barroco,
minutos
antes de ir a bañarnos
|
Nos reciben con una mesa espléndida, donde a la luz
veraniega refulgen las piezas de porcelana inglesa. Una de ellas tiene
70 y pico, la otra veinte años más y mi amigo le atribuye demencia
senil. Eso no le impide llevar la conversación con incisivas
preguntas e intervenciones: cual la reina de inglaterra, asigna los
turnos y elige los temas de la amena plática, durante la cual me es dado leer en voz alta (vorlesen)
una frase hallada al azar en un libro que, cuenta la más veterana,
resultó determinante en relación con la piedad que desde entonces
copó su vida: “Así como el padre metía a todos sus hijos en una
bañera, el hijo [Johann
Georg Hamann, 1730-1788]
quiere poner a prueba a todos, incluido Kant, el crítico de la razón
pura, y llevarlos a bañarse”. Me motiva porque confirma cuánto le
gusta a esta gente compartir el agua y porque, como he previsto, las
hace reír, las sorprende y halaga. Al despedirnos con mucho cariño
la demente le deja a friedrich un bollito de papel en la mano, que
durante el viaje se convierte en un billete de 100 €.
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