lunes, 25 de junio de 2012

fanatismo y hadas en el verano de Turingia

   No pasan 14 horas de mi llegada a Berlín que, el mismo día en que empieza el verano, estoy de nuevo trasladándome, ahora por la superficie de la tierra en un utilitario donde también viaja mi bicicleta, por suerte en bastante buen estado tras tantos meses de faltarle. Se alternan para conducir dos hermanos, martin y friedrich P. (gran amigo que, por así decir, me ha ofrecido acompañarlo a buscar muebles ancestrales en el camioncito).
dos hermanos en un castillo barroco,
minutos antes de ir a bañarnos
   Después de pernoctar en la casa familiar de estos chicos, con las medio momias en que se han convertido sus padres (quienes además de hacerme escribir un agradecimiento en el libro de visitas -no es la primera vez-, me llevan de tour por el pueblo donde han vivido toda su vida de fanáticos religiosos y donde se crió mi amigo en los últimos años del comunismo real), caemos a tomar el té con torta, frutillas, helado y arreglos florales en lo de sus dos ancianas tías, en otro pueblito de por ahí, ya en camino de regreso a la capital alemana. 
Hadas turingias
   Nos reciben con una mesa espléndida, donde a la luz veraniega refulgen las piezas de porcelana inglesa. Una de ellas tiene 70 y pico, la otra veinte años más y mi amigo le atribuye demencia senil. Eso no le impide llevar la conversación con incisivas preguntas e intervenciones: cual la reina de inglaterra, asigna los turnos y elige los temas de la amena plática, durante la cual me es dado leer en voz alta (vorlesen) una frase hallada al azar en un libro que, cuenta la más veterana, resultó determinante en relación con la piedad que desde entonces copó su vida: “Así como el padre metía a todos sus hijos en una bañera, el hijo [Johann Georg Hamann, 1730-1788] quiere poner a prueba a todos, incluido Kant, el crítico de la razón pura, y llevarlos a bañarse”. Me motiva porque confirma cuánto le gusta a esta gente compartir el agua y porque, como he previsto, las hace reír, las sorprende y halaga. Al despedirnos con mucho cariño la demente le deja a friedrich un bollito de papel en la mano, que durante el viaje se convierte en un billete de 100 €.



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