Estoy en un
estacionamiento que es un páramo pedregoso, soy más viejo y apenas
más gordo que cuando estoy despierto. Llevo un
sombrero chato, como una gorra, la cintura más ancha que los
hombros, un traje gris sin brillo. Ante mí hay un montoncito de
basura negra, de la que entresalen puntas de pinzas, tornillos y
llaves francesas. Salió de mi boca, y ahora lo maniobro y lo acomodo
con un fierro largo y enroscado, de obra, como si estuviera caliente
y no quisiera acercarme. Estoy ahí en el viento agotador, de pie en una
elevación como de subida a un garage, y con el fierrito manejo ese
montón, que salió de mí (lo vomité). El montón es de una
densidad superlativa, casi una agujero negro, con partes viscosas.
Podría dibujar toda la escena.
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