viernes, 18 de abril de 2014

amasaje colectivo en el huracán redondo


I.
    -Nunca vi que que se entrara así a un recital, ¡ya caminamos como dos horas! -lanzó una mina mientras recorríamos con otras miles el largo camino de acceso, delimitado por un vallado que obligaba a hacer unas 30 cuadras para salvar una distancia de apenas 500 metros.
    -Es manejo de multitudes -le contestó mi amigo salvatore.
la multitú
  Es que si bien el rodeo era innecesario para llegar al hipódromo tal vez haya sido necesario para mantener a las masas ricoteras ocupadas (ocupadas en la alegre vida social de la caminada por el fresco nocturno y en el consumo de choripanes y fernés, que debe haber superado en una sola noche el de todo el verano) y así ordenar la energía de la previa en una ciudad cuya población estable se triplicó en sólo un día con gente que no tenía donde dormir ni ir al baño. Es sabido que estas disposiciones ordenadoras son propias de los grandes recitales en estadios, género de espectáculo que vimos nacer y codificarse en el siglo xx y volverse un producto donde todo está calculado. Pero en Gualeguaychú las diferencias con esos negocios previsibles y pautados fueron abismales, empezando porque casi no se veía policía -la onda de les asistentes la hacía innecesaria, fue la mejor en todo momento, no vi ni siquiera conatos de mala onda ni pelea- y porque en el momento de llegar finalmente al hipódromo nadie exigía las entradas. Es decir que entraron todos los que llegaron, y sólo pagaron quienes podían.

II.
    A las 19:05, en el momento de dejar el auto, nos clavamos media pepa cada uno. La droga había estado guardada dos años sin muchos cuidados. A esta idea volveríamos con insistencia una hora y media más tarde, al no sentir efectos asociables a la sustancia, y nos llevaría a mandarnos media pepa más. Pasaron otros setenta minutos y como seguíamos sin notar la variación recurrimos a la carga de emergencia, una dosis de mdma, ya de una bien servida para salvar riesgos de que se nos pasara el recital sin nada.
    -Vamos a ir para adelante, no? -le lancé un rato después, ya en el hipódromo, a salvatore-. Mirá que yo vine para eso y sin eso no me voy.
    -Obvio -me dijo-.
   Pero mucho más obvio fue lo que pasó una vez que estuvimos a escasos 30 metros del astro, apretados entre la multitud: nos pegó todo junto el cóctel en combiné, agitado encima por una excelente marihuana, y nos encontramos de pronto sumergidos en el lavarropas de calor y cuerpos apretados que iban y venían como olas un día de tormenta, y también en el barro donde se nos hundían enteramente los pies hasta bien por encima de los tobillos.
    Por otro lado, salvatore se había encontrado como de milagro con su reciente amigo Nicolás -quien lo había surtido de las magníficas flores que habíamos estado fumando-, y a partir de ahí estuvimos juntos.
mi amigo con su amigo florista
    -No puedo creer lo que todavía es capaz de hacer mi cuerpo -me confesó en el intervalo que a mí me sirvió para usar por segunda vez en mi vida un baño químico.
    Él había temido salir lesionado por las presiones de la marea humana y yo que la dosis de estimulantes resultara excesiva. Pero se ve que el frío de la noche se comió el breve excedente de energía y más allá de unos instantes de intensidad brutal la salud volvió a reinar.

III.
    La música de los redondos -la que toca el indio- es magnífica y única, pero aunque esté en el origen del encuentro como justificación y motor y tenga entre sus efectos principales que los conciertos no se llenen de la gente desagradable que integra en parte la audiencia de, por ejemplo, Madonna o el Lollapalooza, hace años dejó de ser lo que el público va a buscar. Fuimos a Gualeguaychú no a escuchar música sino a la reunión multitudinaria y al baile masivo, a vivir y componer ese amasaje colectivo cuya intensidad no tiene hasta donde sé parangón en ningún lugar del mundo, y se me ocurre la mayor de las consagraciones para un artista. Hasta hace unos días creía que la mayor obra de arte de la historia de la humanidad -por ser multitudinaria y colectiva, por la intensidad de su libertad y participación- tenía lugar una vez por año en Alemania; ahora pienso que el sábado a la noche fui uno de sus artífices.

IV.
barro tal vez
    Aunque salvatore remarcó en varias oportunidades su diversidad, para mí en el público redondo hay mayoría de postergados, frustrados, gente pasto del fracaso social que sufre los abusos del poder sin rebelarse más que de modo epidérmico -no porque los ignore sino porque no está dispuesta a entregar su última libertad organizándose para combatir la pendejada de que todo es igual, siempre igual, todo igual, todo lo mismo. Así lo dejaba ver un chabón enteramente embarrado que se puso a llorar a lágrima batiente al lado mío cuando se prendieron las luces del final y terminó ese momento de pura felicidad en su vida (tu infierno está encantador, esta noche está encantador). Esto (la felicidad aunque sea momentánea del aquel cuya vida es una permanente lucha llena de sinsabores) es lo que emparenta el redondismo al peronismo (escuché hablar bien de cristina y de evita montonera un par de veces en la noche), y lo que lo hace incomprensible para cualquier periodista con un mínimo nombre,* que nunca estará en condiciones de vivirlo, ya que la idea de que se le manchen los zapatos o alguna otra prenda le resulta incompatible con su modo de asistir a espectáculos y de escuchar música, que hace desde las salas de catering y tribunas, con su credencial abrochada.





*De más está decir que ningún asistente a los recitales comete la estupidez de hablar de misa ricotera, papa redondo ni incurre en ninguna de esas expresiones que sólo quedan para la prensa elemental.

viernes, 4 de abril de 2014

intensidades II

    Uno de mis históricos amigos íntimos se entera en Melbourne, donde vive desde hace años, de que su padre murió mientras junto con su madre vacacionaba en México. Se toma el avión y aunque tarda 36 horas llega a Buenos Aires antes que el cadáver y la viuda. Ella, vistiendo aun el traje de baño que no se sacaría en 27 horas, le ha advertido por teléfono: “no te acuestes en la cama de tu papá”. Pero no sirve de nada, porque al llegar a la ciudad donde nació, el estrenado huérfano se entera de que dos de sus tres hermanxs (la tercera había viajado a México para los trámites de repatriación del cuerpo) no perdieron tiempo y ya se tiraron en la cama del hombre, la abrazaron, y llorando apoyaron la cabeza en la almohada.

a mi última fiesta de disfraces llegué 
con una camisa de toalla amarillo patito
que había sido del muerto
¿Qué es esta devoción por las ropas de cama de un muerto (o de alguien a quien se ha perdido, como sabe cualquiera que haya sido abandonadx por un gran amor)? Es que esos objetos permiten por un instante volver a percibir mediante los sentidos (especializaciones del tacto) a quien se ha vuelto para siempre insentible: el olor que dejó en su ropa y en sus cosas es lo último que podrá percibirse de esa persona del mismo modo que si todavía estuviera. Porque aunque el intelecto o las grabaciones en formatos cada vez más diversos permitan recuperarla en múltiples recuerdos y no olvidarla (e incluso besarle en sueños), para los sentidos de la vigilia se ha perdido, y ésa es la fuente de todo el dolor.