martes, 26 de mayo de 2015

el piletero convida mate

  Desde que empecé a nadar, hace cuatro años, el guardavidas responde a mis saludos con cara de orto. Eso a pesar de que (lo debo a mi educación no sé si mexicana o alemana) al despedirme agrego un “gracias” para el que no hay ningún motivo. En estos años lo vi saludarse afablemente en la pileta con algunos nadadores y en el vestuario intercambiar gestos o palabras cómplices con otros de un modo que me hizo pensar incluso que no ignora los códigos del sexo entre hombres. No sé si me ve creído o demasiado serio o algún concepto afín, pero todo indica que le parezco un cretino o un pelotudo desagradable. Tal vez sea porque no le presento la revisación médica, pero no creo, nunca la reclamó, como tampoco lo vi decirles nada a los varios que bajan a nadar sin haberse duchado antes (cosa que por mi parte considero una inexcusable falta de etiqueta, ¿qué les hace creer que nos da igual que agreguen al agua que compartimos su suciedad y su sudor?). El conjunto acabó por persuadirme de que su mala onda es una cuestión personal y no el clásico fastidio de quien hace un trabajo a disgusto. Lo lamento. Discretamente, porque ¿cuánto puede importarme caerle bien a un guardavidas al que veo, como muchísimo, una vez a la semana? muy poco.
a ellos les hace bromas
  Recuerdo dos interacciones con él que excedieron el saludo fallido. En una ocasión no había agua fría en el vestuario y era prácticamente imposible usar las duchas sin pelarse la piel, porque la caliente salía a 95 grados. Al bajar al natatorio le pregunté por la situación y me dijo que era un problema sólo del vestuario de hombres.
  -Ah, entonces al salir me ducho en el de mujeres.
 -¡No, no, no! -contestó rápido, ofuscado, sorprendido, como si lo estuviera ofendiendo- cómo vas a hacer eso. Está prohibido.
  Al terminar de nadar, en un recodo que escapa a su campo visual, tomé la bifurcación al vestuario de mujeres. Me sorprendió que las duchas estuvieran en cubículos independientes provistos de una cortinita para guardar la intimidad (en el de hombres son una hilera de regaderas que brotan la pared, de modo que cuando nos duchamos varios al mismo tiempo te salpica el agua que pega en el cuerpo de al lado). No había nadie a la vista (era sábado temprano) y me duché sin problemas, con la cortina cerrada. Al salir vi otras dos duchas ocupadas pero abandoné el vestuario sin que nadie sospechara mi presencia ahí y con la satisfacción de haber hecho lo lógico y correcto (de encontrarme con alguna mujer, lo tenía previsto, me habría disculpado, evitando mirarle las partes). Me fui con la idea de que el guardavidas era un nabo que prefería cumplir con una norma decimonónica a facilitar la solución para el incómodo problema del agua fría.
  El otro intercambio fue en una época en que sacaron el reloj de la pared, instrumento al que recurro mucho porque para medir lo que nado no cuento los metros sino el tiempo: tras media hora ininterrumpida, que cierro con dos largos de mariposa, salgo sin considerar cuántas piletas hice, el número no me importa. Sin el reloj, el único modo de verificar la hora era preguntarla, y en general la persona más a mano para eso era el guardavidas. Me contestaba entre soplidos y encima cualquiera cosa, una hora que no era. El único fin de esta conducta era desalentarme, y lo consiguió: dejé de preguntarle.
  Esto viene a cuento de que hoy fui a nadar. Llegué temprano, apenas ocho minutos después del horario de apertura.
  -Juan se retrasó -me dijo la chica del mostrador-, va a abrir diez y media.
  No es la primera vez que pasa y me senté a esperar, resignado, a Juan. Que resultó ser el guardavidas. Se ve que también tiene a cargo el mantenimiento del natatorio, porque llegó con unos bidones de lavandina de 30 l que tuvo que trasladar desde el estacionamiento hasta la pileta, trayecto largo y accidentado, con varios tramos de escalera. Lentamente, mientras él transportaba bidones, pasé al vestuario y me fui cambiando, me duché y al salir para encarar la pileta vi que subía. Me puse en el paso para que no pudiera evitar el contacto visual.
  -Hola, ¿ya se puede bajar? -pregunté, el tipo me había visto pero con su mirada esquiva no me había dado la oportunidad de saludarlo-.
  -Esperá que termino de no sé qué no se cuánto unas cosas -masculló sin detenerse-.
  Esperé hasta que dio paso, bajé y me quedé muy obediente al lado del agua, igual que otros dos, hasta que terminó con los bidones.
  -Pueden entrar -dijo entonces-.
  Nadé mi media hora guiado por el reloj de pared, que hace poco volvió a su lugar, y salí del agua.
  -Chau, gracias -dije mi saludo de siempre, al pasar ante la mirada errante del hombre.
  -Chau -contestó. 
Pero al segundo, para mi completa sorpresa, agregó: "¿Querés un mate?"
  -¡Buenísimo el mate! -le dije al devolvérselo-.
  Mi entusiasmo y pronunciación estuvieron tal vez un punto más arriba de lo necesario. Pero bueh, es comprensible que después de tantos años de esperar una señal de buena onda haya manifestado una alegría exagerada. Así que el amargo del piletero y guardavidas ahora me convida mate. ¿Será el inicio de una amistad?

1 comentario:

  1. la gran diferencia entre una personalidad introvertida y otra extrovertida. Con la suerte que tengo, y lo tímido que soy, seguro el guarda vidas me saluda todos los días, me lo cruzo todo el tiempo, y hasta intenta hablarme también... el horror!

    ResponderEliminar