Un viernes del mes
pasado me presenté en el cck (qué lugar, cuántos ecos) con idea de
escuchar disertar a Roberto Jacoby (uno de los nombres del arte
contemporáneo). Pero no había tal disertación (“nooo, yo no me
atrevo a dar una conferencia sobre nada”, se atajó, aunque de
publicar teoría en revistas especializadas no se priva) sino un
curso para el que había que contar con inscripción previa.
-Te dejamos pasar si te
comprometés a venir también los otros tres viernes -me dijo la
funcionaria encargada de tomar lista (!)-.
Cumplí mucho mejor que
lxs otrxs inscriptxs (que en su mayoría desertaron) y que ella
misma, quien después de pedirme en dos ocasiones mi dirección de
correo electrónico omitió prolijamente incluirme en la lista de las
comunicaciones del seminario.
En cada uno de los
encuentros, Jacoby repitió las siguientes ideas: A) Como en matemática
o neurocirugía, en arte la instancia de legitimación más válida
-es decir, la que cuenta- es el juicio de los pares, porque son los
únicos que están en condiciones de entender. ¿O alguno de nosotros
se atrevería a opinar sobre cómo se lleva a cabo una cirugía del
cerebro o el desarrollo de un teorema?; B) La denominación “obra”
ya no sirve para designar lo que se hace en arte contemporáneo,
mucho mejor es hablar de experiencias, procesos, y C) el arte es una
actividad inútil, carece de finalidad.
Sin embargo: la
homología de A pasa por alto la distinción entre procedimientos (sí
coto exclusivo de expertos) y efectos (las aplicaciones del teorema,
el resultado de la cirugía, que alcanzan especialmente a los legos).
Es claro que la mirada de los pares es indispensable -porque
constituye un diálogo, tal vez el único horizontal-, pero
menospreciar las demás empobrece el ambiente. ¿O acaso el mismo
razonamiento podría extenderse a la política? Además, ¿tiene
sentido la puja por las prerrogativas de legitimización, cuando en
definitiva lo que cuenta es otra cosa (unx
mismx posiblemente)? Respecto de B, la palabra “obra” se colaba
invariablemente en el habla de Jacoby y en la de todos sus oyentes.
En vez de perder energía en negarla, ¿por qué no (cuánto lo
siento) problematizar sus sentidos (lo que no es nuevo en
absoluto, como testimonian las expresiones “obra abierta, obra en
proceso, obra-x”, de larga historia etc)? Y en cuanto a C, que
exista en todas las sociedades (incluso en animales no humanos, v.
gr. las ballenas) sugiere que el arte tiene una finalidad, si
bien de naturaleza distinta a la del resto de las actividades
humanas, sujeta sin embargo al mismo grado de complejización que
ellas (por ejemplo que la inversión financiera, caracterizada por el
mismo Jacoby, entre otros modos, por su complejidad). Encima,
considerar que el arte es inútil le pone el lomo al latiguillo
“ramal que para, ramal que cierra”, tan socorrido en los ‘90.
Para combatir ésta y otras mistificaciones -del arte- es más útil
pensar el arte en relación con su función
(de
caracterización discutible pero entidad innegable): así como
la de los trenes, la finalidad del arte se definiría por ella.
acv de Ojeiv Ocsav |
Jacoby situó también
de manera impecable el funcionamiento del arte como activo en la
economía financiera que organiza la generación contemporánea del
capitalismo: los mismos que venden las armas con que se ejecutan las
matanzas en los sitios calientes del planeta apuestan al arte que
narra o denunicia esas matanzas (uno de sus ejemplos recurrentes)
como modo de preservar y aumentar sus activos.
Como sea, nunca fue
tanta como hoy la gente que en todo el mundo vivió (del arte), ni
nunca se produjo tanto (arte). Arte arte arte, democratizado
al punto de que cualquiera puede hacerlo (lo que no quiere decir de
ningún modo que cualquiera lo haga). ¿Qué hay de objetable en esta
situación? Las vanguardias de antaño impulsaban la ocupación de la
vida por el arte, y ahora que ha ocurrido (mostrando lo ingenuo de
creer que sería incompatible con ciertas relaciones sociales) las de
hoy (entre ellas tal vez el mismo Jacoby) lo lamentan, porque no
pueden seguir creyendo en la singularidad que recortaría su
actividad de todas las otras, quedando desposeídas de su mística y
viéndose obligadas a asumirse como trabajadores.
Y sin embargo la
situación (tanto ubicación como estado) nunca fue mejor,
porque nunca estuvo más desarrollada. ¿Cuál es el camino del artista?
Trabajar. Para ofrecer a sus coetáneos arte de buena calidad. Y
exigir que le paguen por eso. El sistema tiene previsto un sitio
incluso para las fugas (igual que para los artistas
“inclasificables”). En ese marco, la genialidad es inexorable.
Por
lo demás, no sé de ningún grupo social -sin que esta
caracterización sea óbice para singularidades de clase ni país-
que viva tan bien como lxs artistas: nadie como ellxs disfruta de la
vida ni tiene una relación tan armónica con su propio trabajo ni
establece relaciones con otrxs (no sólo, pero sí sobre todo, sus
pares) tan ricas y variadas. Nadie goza de mayor libertad. Este
éxito, ¿a quién se debe? Y de acuerdo con lo anterior, ¿implica
acaso una deuda con el resto de la sociedad, la gran mayoría de
gente que en mucha mayor medida son esclavos y que financia el arte?
La moral dice que sí.