miércoles, 28 de septiembre de 2016

tropicalismo francés: crece solo -hace todo solo-

imperio en mi jardín
   -Cuidado que está inestable -me dice uno en referencia al banco donde apoyo el pie para poder sentarme sobre la baranda muy ancha de la terraza (sexto piso).
   -Más inestable estoy yo -contesto, y razono que se lo debo a los estupefacientes de la noche.
   Le agradezco de todos modos que me prevenga de una improbable pero siempre posible caída al patio interno del edificio, que según contó la amiga común que da la fiesta cobijó ya el cuerpo todo descalabrado de una celebridad
disidencia nativa
   Como sea, la gentil advertencia abre el camino a la conversación. Me cuenta que es jardinero paisajista y que en lo que va de la noche se clavó numerosos tragos de vodka aumentado con energizantes y sutiles aditivos.
tropicalismo francés en plaza san martín
    -No se necesita mucho para vivir -agrega con su trago tan calculado en la mano-. En realidad no se necesita casi nada: me drogué mucho durante muchos años, pero ahora sólo tomo alcohol.
    Después dice que su línea de trabajo se deja describir como tropicalismo francés: interviene los paisajes con especies nativas y sobre todo exóticas, sometiéndolas a la organicidad concebida hace siglos para los jardines de Versailles, que en su disciplina todavía manda (no la pudieron desterrar el naturalismo ni el pop, el surrealismo ni la poesía concreta).
   -Aunque si por mi fuera haría en todos los jardines lo que hago en un terreno que tengo en la costa, entre Gesell y Cariló: dejar evolucionar las especies nativas, limitando mis intervenciones a eliminar tal o cual individuo. Pero no incluyo exóticas.
   -Y por qué no lo hacés cuando te contratan.
   -Mis clientes son adinerados y famosos: F. Páez, A. Dárgelos por ejemplo. Si les digo te pongo ahí un cafeto y un plumerillo allá me dan una patada en el orto. Se piensan que los estoy estafando. Me pagan para que les deje el jardín reventando de especies exóticas.
    Entonces se pone a criticar el modelo agropecuario cuyo eje es la producción de soja, que ha copado la tierra donde hace 100 años todavía había monte o sabana y hace 50 pululaban los ganados vacuno y ovino.

lunes, 5 de septiembre de 2016

No lo digo yo, ¡me lo dicen!


   Pero es verdad: una vez más, la mala conciencia (“da lo mismo, era lo mismo, así son las democracias burguesas...”) del self made man (“¡meritocracia, meritocracia!”) que pontifica desde su merecido comfort ("no da para ponerse triste").

martes, 16 de agosto de 2016

pornografía infantil

póster para mi sobri
   Una tarde durante las vacaciones compartidas con mis hermanxs y sus hijxs estoy en el living, leyendo, y escucho a tres de mis sobris gritar y reír en el piso de arriba, en su cuarto. “Chupame el pito, chupame el pito” dice el que de ellxs más da que hablar (concentra algunas de mis mejores esperanzas). ¿Escuchás lo que le dicen?, me pregunta el mayor, que mira su tablet o su móvil sentado a mi vera. Mmhsí le digo y subo. Los dos mayores (siete) juegan a darle a chupar el pito al menor (tres), que se ríe y trata de hacerlo, pero cuando está por conseguirlo se lo sacan. Sin firmeza ni enojo como quien mira llover les digo que jueguen a otra cosa (no porque me parezca mal, ¡todo lo contrario, no creo que haya nada mejor! pero me consta que sus madres opinan distinto). Así les pongo un obstáculo para la conquista de la libertad (lo que la hará sin dudas más necesaria).
   Viene a cuento porque hoy se insiste incluso desde las páginas más conservadoras y mojigatas -las destinadas a padres desorientados- en que hay una “sexualidad infantil” (Freud fijó los sentidos más estables de este sintagma en el segundo de sus Drei Abhandlungen zur Sexualtheorie, de 1905). ¿Por qué no pensar entonces en un erotismo para niñes, y en relatos eróticos y sexuales, incluso pornográficos para ellxs? Podría objetarse que la sexualidad infantil no tiene relación alguna con la adulta, y que irremediablemente serían personas crecidas las encargadas de concebir y producir el erotismo infantil. Pero ¿no ocurrió ya eso con su definición, así como ocurre exactamente eso con toda la literatura, el cine y en general el arte para niñxs? Son los adultos quienes lo componen y después lo bajan entre sonrisas y colores rutilantes (así como son los adultos los consumidores de las representaciones de la infancia sexualizada, brasa de la cultura).
uno de los nombres del amor
   Si la idea de un arte erótico infantil resulta repulsiva es porque no se admite cabalmente que lxs niñxs tengan vida sexual. Sólo se lo menciona, se considera -con pavor- su posibilidad, pero no se favorece su desarrollo ni mucho menos su disfrute. ¿No serían acaso adultxs mucho más copados quienes crecieran con una sexualidad plena desde la cuna? ¿Cómo sería un relato porno para niños?¿Consistiría en el mismo tipo de imaginación de las innúmeras producciones culturales con que hoy se los abruma (libros, películas, dibujos animados, videogames etc etc) sólo que con el agregado de esa dimensión sexual escamoteada o apenas aludida? ¿o se trataría regímenes por completo nuevos?
   Nunca olvidaré que Hamlet contaba que de niño, en el jardín de infantes, lo echaban por las tardes desnudo a jugar con sus compañerxs en un corralito laberinto, que era el aula entera. Sus primeras nociones del sexo bello datan de entonces (nada de eso impidió, de todos modos, que fuera objeto de violento acoso a causa de su diferencia; pero eso es otra historia).
  
cómo me gustaba de chico ver gente desnuda
Otra semilla que se planta en la prehistoria del sexo. Un continente por descubrir.

lunes, 11 de julio de 2016

comentario a post de catedrático y escritor (y respuesta al comentario)

querido daniel, es cierto, pero...
   aunque no vi a los jóvenes de la discusión, los imagino: kirchneristas, su único rasgo pertinente -junto con la juventud-. Tal como lo veo, suponer que no hay diferencia entre los diversos modos administración del capitalismo es pasar por alto los efectos concretos mediatos e inmediatos que uno y otro tienen en los grupos que menos recursos tienen para exigir, para proponer, para pensar: los pobres. Comer o no comer, o pintar la casa.*
   Por lo demás, el capitalismo es el sistema que mayor riqueza ha generado: riqueza social: las redes de transporte, las ciudades, la materialidad de la civilización, etc etc que podrán tener dueñx como los campos y viñedos, pero son de uso y goce común, más completo cuanto mayor su desarrollo. El capitalismo es también el marco en el que la población mundial se alfabetizó masivamente y tuvo acceso a los sistemas de salud, algo que juzgo inseparable del aumento de la esperanza de vida. Pero ¿qué vida? Es lo que estamos discutiendo, sólo que gracias a esa posibilidad.
   La “marcha destructiva” que con razón atribuís al capitalismo no es tampoco
me gusta el de barba
su exclusividad. Pareja -aunque de otra escala, más niña- es la destrucción que ejercían los griegos, y también peor en ciertos aspectos, dado su militarismo esclavista. Si por destrucción te referís exclusivamente al uso de la naturaleza que esa misma civilización inventó y glorificó cuando dejó de considerarla un enemigo, no me parece distinta, ni distinta de la lógica del universo, que carece de toda moral. 
   Recuerdo -vagamente, por lo que podría errar también acá- un post en el que fustigabas a jóvenes clasemedieros por renegar de la clase media, ya que ignoraban neciamente las condiciones de posibilidad de su reniego. ¿No corresponde el mismo razonamiento a quienes vivimos del estado capitalista y hemos llegado a donde estamos en ese marco, donde ejercemos nuestra subjetividad y crítica? Ya en mis épocas de estudiante no era ella la única en destacar cómo la civilización occidental había generado las condiciones para su propia crítica y deconstrucción. Es decir, la innegable complejidad de tu pensamiento no existiría en otras condiciones, porque se alimenta -también literalmente- del estado universal homogéneo (uba, untref, miami). ¿No son acaso los “mecanismos compensatorios para el salvaje proceso de expropiación y alienación que sufre la fuerza de trabajo” lo que permitó que en tres generaciones se pasara de inmigrantes desnutridos a catedráticos y escritores? (Admito que ese tránsito propició también la aparición de los radicales, pero ya prácticamente se extinguieron). ¿Son ésas las “figuritas de colores”?
   Lo que se discute, finalmente, esa noche que referís, es qué grado y qué forma debe tener la intervención en la realidad inmediata que nos corresponde (“El caso argentino, el que mejor conocemos”). Si hay que votar -y militar, tratándose de alguien tan influyente como vos- por un movimiento fundamentalmente contaminado (pero que lejos de tener un valor esencial, lo toma de su contigüidad: el gobierno de los CEOs, la cultura televisiva, los feudaloides provinciales etc) o al contrario, guardarse en la pureza de un antiestatalismo que lleva a condenar por viciado de origen toda iniciativa que provenga de allí. Por mi parte prefiero hundirme en el barro y operar desde allí, buscando al mismo tiempo el mayor grado de conciencia posible sobre las propias condiciones de existencia y las ajenas. Reformismo gradualista. Entre otras cosas porque es el mejor camino para seguir difundiendo las inmejorables propuestas del comunismo.
*¿cómo condenar a quienes encuentran la felicidad en un plasma? Si su vida es la violencia.

Y la respuesta: 

   Querido: admito la justeza y la rigurosidad de tus reparos a mis dichos. Con algunas cosas puedo acordar, con otras no. Pero no es éste el lugar para discutir tu comentario, sino para agradecértelo. De todos modos, me refugio en mis palabras finales: no abogo por el retorno a cualquier forma pretérita de anti-estatalismo (sea la anarquista o la revolucionaria). Pienso que hay que ponerse a imaginar comunidades soberanas (éstas o aquéllas). No me gusta la idea de que todo el mundo se "contente" con las formas de organizar la vida que suponen los Estados actuales. Tampoco estoy seguro de que yo encuentre respuesta a estos interrogantes, pero creo que hay que sostener la interrogación tanto como se pueda.
Abrazo

miércoles, 29 de junio de 2016

crematorio

   Días atrás murió Inés, quien fuera jefa de trabajos prácticos el tiempo breve -me lo parece hoy, entonces era la eternidad- en que fui docente de Semiología en el CBC. Una mujer joven, con hijos recién veinteañeros. La diferencia de generaciones y caminos explica que nunca hayamos sido íntimos, pero el indeleble cariño mutuo se confirmaba cuando nos veíamos, como cuando me visitó unos días en mi casa de Berlín. Estaba enferma desde hacía años, y si bien dos semanas atrás leí un correo suyo donde dejaba entrever que su muerte estaba cerca, no pude prever que fuera a suceder tan rápido. Planeaba visitarla y llevarle un cuento, hasta lo imprimí, sobre la idea de la lengua perfecta (era lingüista y lexicógrafa) que además de nombrarla tiene como condición de posibilidad el trabajo que hicimos juntas; quise que lo viera publicado, pero fue rechazado por una revista electrónica. 
   Me enteré de que había muerto por e-mail y junto con Pablo, amigo común también de aquella época, asistimos a la despedida del cajón en el crematorio de la Chacarita. Al llegar me abrazaron antiguos conocidos, en particular una colega y amiga suya. Se echó a llorar y con sus lágrimas me convirtió: no dejé de verter hasta un rato después de haberme ido. Cuando habló la hija de Inés (quien aunque no me conoce hace cuatro años invitó a mi novio Hamlet a recorrer en plan turismo las galerías enterradas de nichos y las tumbas de la misma Chacarita donde nos vimos ayer) tuve un acceso incontrolable que llegó a la convulsión. Lloré obviamente por su muerte, tan triste y prematura, pero también por la mía (la nuestra) que no cesa de ocurrir, por la juventud y las ilusiones felices de épocas idas, los pimpollos malogrados del amor, todo lo que el tiempo se devora. Mientras la chica hablaba en la tarde helada y ventosa, bajo la luz oscurecida de las nubes, se me acercó uno del cementerio a decirme que el tiempo se había acabado y por favor se lo comunicara a la oradora porque había gente esperando. “Sí, ya le digo”, contesté sin intenciones (ni potestad) de intervenir y con la esperanza de que terminara rápido.
   No vi llorar a los deudos más próximos. Tampoco a nadie del grupo bastante numeroso que llegó con ellos en los autos de la funeraria. Con Pablo supusimos que venían del velatorio, donde ya habrían tenido mucha ocasión de hacerlo. “Para eso son los velorios”, rubricó él.
   Después caminamos con mi amigo hasta su casa. Cocinó huevos poché con arroz, y de postre cortó queso con dulce de batata marmolado y me hizo un café superior. Conversamos un rato largo, saludé a las hijas, hermosas, frescas. Nos acordamos de Inés diversamente, él de su peculiar humor, lo graciosa que llegaba a ser.
   Junto a los hornos, imprevisiblemente, hice también algo por mi incierto futuro y mi presente inestable: crucé unas palabras con la figura central, insoslayable y señera de la Lingüística latinoamericana. Me enteré de que te estás por jubilar, le dije, y te están preparando un volumen homenaje (no le dije cuánto lo merece). Cómo estás, qué estás haciendo, preguntó ella. Nada, contesté, así que si necesitás un docente en semiología... Ya no tenemos ese espacio, dijo con una sonrisa, ¡qué lástima! Le dije que estaba escribiendo, y quedamos en que le mandaría el cuento que había impreso para Inés y guardaba ahí mismo en mi bolso para dárselo a Pablo, a quien también designa.

lunes, 2 de mayo de 2016

las de arriba y las de abajo II

a quién le importa
   Un medio amigo medio figura de la literatura académica -que no sé bien qué será pero sí qué no es- formó familia con una chica encantadora hija de oligarcas. En la reunión que precedió a su última partida a Europa (a donde viaja como investigador becado), ocupó 78% de su conversación (y gran parte de la nuestra) en desarrollar un tema que ya ha tomado, según se vio, muchas más horas de su vida: la chetez -el ser chetx-. Una vez que consiguió circunscribir la extensión del término a quienes son oligarcas por herencia y desestimó otros de sus usos y definiciones, caracterizó por ejemplo la conversación de los chetos en almuerzos y cenas. Consiste, contó, en un repaso de las relaciones de amistad y parentesco cuya finalidad evidente (no dio índices
célebre. académico. francés
de haber considerado otras, no evidentes) se agota en esa misma enumeración: “No hay anécdota”, repetía al mismo tiempo fascinado y crítico. También refirió haberle contestado a su suegro “por supuesto que no” a la pregunta “¿pero acaso no pertenecemos ambos a la misma clase social?”, pregunta que de acuerdo con su relato él mismo habría sugerido -provocado- en el sereno oligarca. “Todos están muy lindos, mis grasitas”, nos escribió al día siguiente un wasap, a modo de recuento amable de la noche.
   Más allá de la comprensible fascinación que provocaría en cualquiera ser testigo y partícipe de un universo tan texturado (definió al menos a dos de sus habitantes como “librescos”, y creo que compartiría su opinión), el caso se suma a la incontable lista de quienes además de cartografiar de modo inevitable en clases el universo social, no pueden evitar hacer de ello una función ontológica. Así, la chetez no es una cualidad asequible: “no se puede devenir cheto”, aseguró, “se es de origen o no se es” (y no obstante, aunque hoy sea incapaz de verlo, él mismo ha llegado a serlo gracias a que gestó un vástago heredero forzoso de esa estirpe: ese nieto es la clave alquímica de su ontología: ¡qué horror!).
   ¿De dónde viene esta fijación con la explicitación e intervención de la clase en las relaciones sociales? Tal vez sea la herencia más invisible de la tradición francesa, que de todas las europeas es la más obsesionada con la nobleza (cf. Le Rouge et le Noir, cifra de esa decadencia esplendorosa). En línea análoga, María Moreno escribe haberse dicho a sí misma “Qué boluda sos, pobre burguesita”* cuando estando en una combi con “mujeres de clases populares” familiares de presidiarixs, cayó en la cuenta de que la integración que había imaginado con ellas había sido una fantasía voluntariosa, revelada como tal en el momento en que las otras supieron que no tenía a nadie adentro (del penal). Lo que se frustró en este caso fue la “fantasía de fusión con el pueblo” y no -como en el del literato- con la estirpe oligarca.
   Se la viene practicando tanto, que la cartografía social en estos términos es una obviedad burda. Y como tal, sus efectos comparables a los del sectario “Monumento a los judíos asesinados de Europa” que se alza en Mitte, Berlín, desconmemoración para todos los asesinados que no se hayan reconocido judíos y, por eso mismo, refundación exacta del racismo que sirvió para articular los asesinatos.
   Efectos preferibles a los de proletarizarse o fusionarse con el pueblo o con la oligarquía y la aristocracia tendría dar a la propia existencia (que pasa por la
soy una hoja ancha. a quién le importa
ropa y los consumos culturales, el uso de los bienes, la circulación por la ciudad etc etc etc) modalidades que no admitan ese rasgado. Idealmente, la distinción aristocrática burguesa proletaria perdería su pertinencia en el mapeo del universo social, transmutada en una complejidad tal -eso es entre otras cosas una tal transformación de la propia cultura: lo queer- que en definitiva la pregunta fuera, con la mayor de las franquezas, ¿a quién le importa?

*“Hacerse de abajo”, en Subrayados, BsAs, Mar dulce, 2013. Pp. 155-158


lunes, 4 de abril de 2016

el retorno de viejas antinomias

lleno de cívico decoro, 
y limpio de odio y de oro
-la mariscala-
   En los años 1990, liderada por ella, se impuso una lectura de los escritores argentinos jugada en su intervención en la cultura europea (el s.xix de París) desde los márgenes (las orillas, la América latina), cuya versión más lograda y conspicua (la más europea) era la de Borges. El par centro-periferia encontraba modulaciones en otras dicotomías rastreables en la historia de la escritura, como la biblioteca y la espada (los dos linajes), la ciudad y el campo, etc, siendo la matriz de todas el par civilización - barbarie. Yo era alumno universitario y tenía impresión de que el debate que precedía la lectura de Borges (lectura que en verdad era parte de una disputa simbólica con esos mismos centros, imperialistas también en el nivel de la aldea global universitaria) estaba superado, en parte gracias al trabajo de autores como el mismo Borges: para nosotros (mis amigos, mi generación) no representaba problema alguno asumir la tradición europea como propia, e igual de fácil nos persuadíamos del privilegio de nuestra situación americana, de la felicidad de nuestra propia lengua (gracias también a los laboriosos que nos precedieron).
   Al inaugurar las jornadas con que se conmemoraron los 100 años del nacimiento de Rubén Darío, el catedrático de la vanguardia en estudios latinoamericanos describió el campo de acción e intervención política y literaria del poeta (nicaragüense) mediante el par inviolable / violado, donde al primer término corresponde lo irreductible del continente (lo indio) y al segundo, el logos que lo trabaja (la espada, el dinero, las autopistas). Además, Link caracterizó la llegada de los europeos a América como el hecho de mayores consecuencias en la historia desde no me acuerdo cuándo, en cualquier caso más importante para la humanidad (para cuál) que todo lo que vino después.
   En la lectura de Darío que asomó en su presentación, y en la que esbozó el “mayor experto mundial en Darío”, el nicaragüense Jorge Arellano, la relación entre nuestra América y Europa fue el más mencionado de los ejes. No por capricho el congreso sobre el mestizo de sangre chorotega se llamó “la sutura de los mundos”.
   ¿Sustenta esto la remanida acusación de que el mundo académico no hace sino regurgitar una y otra vez las mismas ideas, en un aburrido -diabólico- juego burocrático de puntajes y publicaciones? Tal vez, aunque haber desplazado el norte de Borges a Darío (algo que no se limita a la efemérides, ni se explica por ella) marca una variación en la construcción de la brújula que por mi parte sólo puedo saludar con entusiasmo: los interlocutores privilegiados ya no son los académicos de Europa, sino los americanos.
  En cualquier caso, el nuevo avatar de la vieja antinomia indica que mi generación todavía no llegó al poder. O que está en otro lado, leyendo a los brasileños, entre otras cosas.

miércoles, 9 de marzo de 2016

épica y novela

   Voy a ver Carol (Todd Haynes, 2015) porque leí sobre ella en el diario y mis conocidos no paran de nombrarla, y porque encima está en la sala más querida. “La vi, es la historia de una mujer rica que se enamora”, me dice con tinte descalificatorio una contacta de skype (20 años). Lo entiendo: más allá de ciertas complejidades para intelectos cinéfilos (como el uso de reflejos en vidrios, espejos, peceras), la película explota el universo que la publicidad reserva para los consumidores de la franja aeroportuaria, y encima sin exceder los límites de la retórica más convencional del cine estadounidense (su cumbre, la música incidental que adorna la escena de sexo, como si el ethos trascendente que empuja el momento de lo sublime a lo ridículo fuera necesario para soportar que las mujeres garchen).
paisajes de catamarca
   La guionista opinó que a Highsmith seguramente “le habría gustado la estética” de la película. Más bien la estetización con se homogeiniza el mundo que comparten la mujer rica en crisis Carol y Therese, que con su sensibilidad de artista tiene mucho que dar -se ve al final: hecha ya una chica mundana no se deja frenar por el portero del restaurante donde su mujer la espera, serena en la tormenta, entre puros hombres de negro-.
   Por todo eso, Carol hace hasta cierto punto le hace el pendant al Maurice de Forster-Ivory, con las distancias que van de la Inglaterra post-victoriana a la Nueva York pre-psicodélica. Parejo también es el décalage temporal entre escritura de la novela y versión fílmica en cada caso, y acorde con el machismo imperante el lapso que separa la gestación de unas y otras. Pero la carnada es
cuántas cositas
la misma: los ricos tonos y matices albertinos de la vida en la burguesía ilustrada. En Maurice podía entreverse algún cuestionamiento -tal vez más de época que de corazón- a la injusta estamentación de la sociedad inglesa, aquí ocurre lo contrario: quien viva en el apetecible medio social Carol sólo tendrá motivos para sentirse satisfechx.
   “Al principio no hay sintaxis para Therese, ni siquiera para saber cómo hablar de lo que está ocurriendo, no hay un lenguaje para esto”, señaló Haynes sobre su personaje, que como la mayoría de las mujeres no ha sido educada para amar a otra mujer ni para seducirla. La película viene también a llenar ese vacío: ahora tenemos una sintaxis, el lenguaje del romance que entonces no existía, la posibilidad de una educación sentimental que seguimos generando  -y que es parte de la aventura disidente: imaginar el amor, no replicarlo-.    
   En vista de lo anterior, me voy del cine convencido de que Carol pone su
me entendés
granito en la laboriosa y monumental construcción de una épica gay femenina en una época en que la épica gay está muy desdibujada (sobre todo en el corazón de la factoría de lo gay, que es de donde viene). Una épica lésbica que se argumenta en su carácter publicitario, urbano, apto para consumo masivo. Su pariente más reciente es A single man, del ex modisto Tom Ford.  
   Más significativa que la historia de amor entre mujeres parece la de la madre que renuncia a la tenencia de su hija, precio que ella misma propone pagar por su libertad y plenitud (por la sal del título de la novela de Highsmith). También los personajes secundarios, el mejor de todos Abby, la amiga de Carol en ejercicio pleno del lesbianismo.
   Dos elementos de la trama reclaman antención: la pequeña trampa -una escena de reclamo y amenaza en la puerta de la casa de Abby- por la que se nos hace creer que estamos al tanto de todo movimiento significativo del marido de Carol, para descubrir, en Waterloo, junto con la pareja, que se nos ha escatimado algo fundamental. Lo otro es la aparición -un poco inverosímil, es verdad- del célebre revolver, que aquí, contra la ortodoxia, sin embargo, nunca se dispara (no tiene balas). 
   Como ocurre con las fotos de Therese, Carol no tiene punctum: es puro studium. Pero se goza en cada segundo. Porque habla bien.