Me
cuenta un
amigo que entre los
animales
que crió en su casa de
Ramos hubo un
lagarto overo: me lo regaló
mi papá muy
chiquito y
creció hasta medir
más de
un metro. Vivió siete
años en el fondo de casa
y murió
en dos etapas: un día tenía paralizadas las patas y la cola,
dos días más
tarde todo lo demás.
Es posible que lo haya matado el frío, me dijo el veterinario.
Comía huevos, se los dábamos crudos con un agujero y él los
vaciaba, viste que los
lagartos tienen esa
lengua tan
reptiliana.
Cuando me
lo regalaron tuve
que tapar todos los huecos del cerco, los pozos por los que podría
haberse escapado. Lo cuidé
mucho, lo cuidaba mucho, le
compré una plancha térmica que se conectaba a la corriente y se
calentaba: él se echaba encima. De chico se dejaba tocar, cuando
creció se volvió más arisco. ¿Conoció
algún congénere? No, nunca
vio un par, era macho,
aunque
sólo por suposición. Se
llamaba Uriel.
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no es la libertad, es otro |
En
el Centro
Cultural Kirchner (ese
lugar),
mientras recorro la
exposición
Naturaleza: refugio y recurso del hombre, compuesta
de obras
de numerosos
artistas, me
acuerdo de Uriel
y su criador.
Formo
parte de un
grupo donde
hay también niños al
que guían dos mujeres.
Una
de unos
25, la otra más o menos del
doble. Ellas
informan
con
entusiasmo cuestiones
básicas de los artistas (origen
y lugar de
residencia, línea
de trabajo)
y contextualizan las obras.
Por
ejemplo relatan
con tintes épicos
la
consagratoria intervención de Nicolás García Uriburu en
la
Bienal de Venecia del
‘68,
a
partir de la cual reproduciría
su
obra coloradora en aguas
de todo
el mundo,
o explican que
para
su instalación Nicola
Costantino tridimensionó con una impresora
la
fuente de
la vida que
Hieronymus
Bosch pintó
en El jardín de
las delicias.
Los
asistentes de mi grupo casi
no preguntan
ni intervienen,
aunque la guía más joven estimula
la participación:
¿a qué se parecen las olas tomadas desde arriba? Pregunta ante El
mar,
de Ange Leccia, o
¿qué
sugiere el mar?, frente a la
obra de
Agnes Varda.
La
libertad, se
me ocurre,
la
libertad. Pero
la respuesta que
ella
buscaba
era
otra.
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paisajes de catamarca |
Después
de ver tantas
obras, muchas
inolvidables, salgo
llorando
y
por
horas tengo
que secarme el rostro.
¡Qué
miseria!
pienso
desencajado,
entre
convulsiones,
al
borde de una depresión definitiva.
Una
exposición para
miles en
ese lugar único, que lo
tiene
todo para ser
un
verdadero foro de
entendimiento
por
donde pase
la
vida,
¡reducido
a esto!
¿Nadie
le dijo a la curadora de
Naturaleza:
recurso y refugio
del hombre
que
ya
el
nombre de su
exposición es
misógino
y
patriarcal (“el
hombre”, ¿qué hombre?)?
Mucho
menos podría esperarse
entonces
que
le
hayan
hecho
ver que,
encima,
oblitera
(tal
como la ideología según
la
dice Marx)
que
la civilización no sólo es
parte
de la naturaleza, sino directamente
su
inventora,
y
que nuestra
especie animal no es menos
naturaleza que las plantas con sus
hermosas
manchas
de petróleo y talas
de bosques y
sus
aguerridos
centros
culturales.
Pero
en
el
segundo y el cuarto piso del cck la
naturaleza se nombra y se reconoce por sus
distintos tonos de verde (así la gráfica completa). Un
rayo
de
esperanza
antecedió mi ingreso a la
sección “Antropoceno”,
dados
su
nombre contemporáneo
y
la historización
crítica
del
ambientalismo que
conlleva,
pero lo
único que hallé fue reventada toda
su recursividad, al
punto de que el
mismo
concepto
de ecología que operan las
voluntariosas
guías
se sustenta obviamente
en
citas
de GreenPeace. Un mundo pre-queer, pre-trans. O más bien anti.
En
este
marco (en
realidad ése
es el marco)
resulta
inevitable
-necesario-
|
entretenidos globos para caminar en medio |
obliterar
también por
completo el
carácter industrial del arte y su funcionamiento como una rama más
de la industria del entretenimiento: las guías nos llevan
por una sucesión de obras
transparentes, portadoras de un mensaje cerrado (no importa cuál)
que no entablan relación
alguna con el sitio donde están ni con su régimen de uso, que
refieren a una verdad exterior, y ante todo, ajena. Lloro
en medio de la ciudad y
viajo por un jardín
florido, entre rascacielos y trigos, por los pasillos que recorren las reses camino al matadero, y en las nubes veo a Uriel, lo
ausculta el veterinario.
Si, es triste, pero que sería el mundo para tí, sin la tristeza que resulta de tu conciencia? Otro, que no es el tuyo.
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