jueves, 8 de junio de 2017

contra natura


    Termino de nadar mi media hora semanal (desde hace tiempo creo que el exceso de deporte es dañino) y subo a las duchas, que suelo usar como spa durante otra media por sus aguas caudalosas y la amplitud de temperaturas que ofrecen, y no menos por su atractiva estructura descompartimentada, old style. Pero es todavía muy de mañana y no hay otra gente en ese espacio abundante en caños, cuya mayor diferencia con lo que fue cuando Perón lo inauguró en 1949 debe ser el resultado de la entropía, así que estoy solo, recibiendo el chorro sobre la nuca (en esas duchas se robaron hace ya tiempo todas las flores) cuando aparecen el chico y su cuidador.
60 canillos y 0 flor
    Ya los vi en el vestuario antes de nadar, pero como estaba concentrado en cambiarme reparo en ellos recién ahora, retroactivamente: un joven de veinte y algo en compañía de un adulto que dobla holgadamente su edad. El chico tiene algún tipo de retraso, no presenta los clásicos rasgos mongoloides, aunque sí un cuerpo que parece no haber sido sujeto de ninguno de los disciplinamientos que vienen instruyendo poses andares y looks en el mío y los de mis amigxs. El suyo parece haber quedado abandonado a su proliferación. En la contingencia. En la pileta, mientras en todos los andariveles había tres nadadorxs, el chico con su padre o tutor o encargado tenían uno exclusivo. No sé por qué nadie más nadaba con ellos, de quien fue la decisión.
inigualable obra  de la entropía
    El muchacho trata de abrir una canilla cerrada con alambre. Ahí no podés, le digo, pregunta por qué, porque están rotas, fuera de servicio, tenés que ir ahí o ahí (le señalo dos posibilidades); bañate acá, le indica el hombre señalándole el lugar que justo frente al mío y me dedica una sonrisa que habilita no sé qué. El chico se quita con mucha dificultad la malla, tarda minutos durante los que puedo ver su cuerpo de espaldas, es el caso más extremo de antihegemonía estética que recuerdo. Tiene un elástico alrededor de la cintura que no se saca, debe ser para la malla, estará suelta, razono vagamente. Pero cuando se da vuelta desnudo veo que lo usa para sostener una bolsita impermeable clara y chata, un portavalores tipo el que usan los turistas para obstaculizar el carterismo. Sin embargo yerro de nuevo: no es eso sino la saca recogedora de un ano artificial, que a juzgar por el abultamiento del abdomen del chico debe incluir también una parte interna voluminosa y rígida. Quién sabe a qué manoseos habrá sido sometido ese joven cuerpo que para ducharse no se quita las antiparras, sin ellas no puede enfrentar las gotas que le caen sobre los ojos. Me pregunto si las juntas del sistema contra natura serán herméticas o, al contrario, tendrán pérdidas, y si quienes nadamos en las mismas aguas lo haremos entre restos de digestión del muchacho. Pero inmediatamente recuerdo que muchos anos a natura también tienen pérdidas, y que encima han de ser muchxs más quienes llegan a la pileta con sus anos en condiciones que uno difícilmente juzgaría ideales (por suerte en la pileta sobra el cloro, pienso con alivio). Así que el chico no representa nada especial en ese aspecto, sino otra cosa, como un ejemplo de humanitas. Él y su acompañante abandonan rápido el sector donde yo me demoro, dejándome otra vez a la espera, pero mientras se están secando unos metros más allá el chico grita “las brujas de Inglaterra, las brujas de Inglaterra” y acto seguido pronuncia una secuencia de sonidos muy variados en articulación, entonación, altura. ¿Así hablan las brujas de Inglaterra?, le pregunta el hombre con tono de interés. Él dice que sí. Sé tres o cuatro idiomas, estudié latín y rudimentos de griego, y me pareció harto verosímil.

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