jueves, 26 de mayo de 2011

Misteriosa BeaSa

   Beatriz Sarlo ahora saca un libro que se inscribe con sorprendente y justificada firmeza en el debate sobre la transformación de este país, y eso a pesar de que el público al que presta su voz no está en condiciones de leerla -le basta saber que trabaja en su beneficio mientras considera -sueña o planea- su próximo viaje a Miami, porque encima es gente que se quedó en siglo xx-. Me la encuentro -hace ya meses- en el mejorcasamiento de la década y le digo una verdad y una mentira: “te quiero mucho” y “no puedo explicarme el lugar en el que estás”.
   -Los lugares no se entienden en el momento, se entienden después -responde seca.
   -No, no. Los lugares se entienden en el momento -la contradigo para agregar que lo inexplicable no son sus pronunciamientos político-partidarios -que siempre serán materia de discusión en relación con un fuera de campo equis- sino que se junte con personas feas que afean irremediablemente el mundo (jms), volviéndolo un lugar infame donde da igual vivir o estar muerto. Se trata de un problema estético -lo político por antonomasia-.
   -Se cree Borges, o mejor dicho se cree Kilpatrik en el cuento de Borges del traidor y del héroe -interpreta una amiga las palabras oraculares de la mujer.
Después leo una entrevista en la que su vocabulario y modos (aunque es posible que la torpeza del periodista contribuya no poco a la impresión) sugieren que padece una enfermedad de la vejez. “Esa forma de putear no se la había visto nunca”, le comento en este caso a un amigo.
   -Debe ser el alcohol. Toma como una esponja, ¡no sabés! Todos los días se clava un par de whiskies, un gin tonic, cerveza patagónica y lo que le pongás a tiro. Empieza a las cinco de la tarde -contesta, avanzando sobre la intimidad alcohólica de la máxima estrella del campo intelectual.
 Ahora, su reciente intervención en 678 reestructura todo lo anterior, engrandeciéndola: “No seas insolente, a mí no me da letra nadie”, le espetó al funcionario de medios del gobierno, locución muy superior a la mucho más celebrada “conmigo no, Barone” y que la convierte definitivamente en susana (no querido, a mí nadie me da órdenes”, le aseguró la diva a carlitos tévez).
   ¿Alcanzará Sarlo una dimensión lugoniana antes de morir? Ojalá, sería un canto a la esperanza. Y ojalá que tenga una enfermedad de la senilidad, no porque le desee mal alguno -todo lo contrario, i swear-, sino por el fabuloso potencial dramático de la conjunción, a la que vale la pena sacrificarse. Una vida violenta.