-Los
lugares no se entienden en el momento, se entienden después
-responde seca.
-No,
no. Los lugares se entienden en el momento -la contradigo para
agregar que lo inexplicable no son sus pronunciamientos
político-partidarios -que siempre serán materia de discusión en
relación con un fuera de campo equis- sino que se junte con personas
feas que afean irremediablemente el mundo (jms), volviéndolo un
lugar infame donde da igual vivir o estar muerto. Se trata de un
problema estético -lo político por antonomasia-.
-Se
cree Borges, o mejor dicho se cree Kilpatrik en
el cuento de Borges del traidor y del héroe -interpreta una amiga
las palabras oraculares de la mujer.
Después
leo una entrevista en la que su vocabulario y modos (aunque es
posible que la torpeza del periodista contribuya no poco a la
impresión) sugieren que padece una enfermedad de la vejez. “Esa
forma de putear no se la había visto nunca”, le comento en este
caso a un amigo.
-Debe
ser el alcohol. Toma como una esponja, ¡no sabés! Todos los días
se clava un par de whiskies, un gin tonic, cerveza patagónica y lo
que le pongás a tiro. Empieza a las cinco de la tarde -contesta,
avanzando sobre la intimidad alcohólica de la máxima estrella del
campo intelectual.
Ahora,
su reciente intervención en 678 reestructura todo lo anterior, engrandeciéndola: “No seas
insolente, a mí no me da letra nadie”, le espetó al funcionario de medios del gobierno, locución muy superior a la mucho
más celebrada “conmigo no, Barone” y que la convierte definitivamente en susana (“no querido, a mí nadie me da órdenes”, le aseguró la diva a carlitos tévez).
¿Alcanzará Sarlo una dimensión lugoniana antes
de morir? Ojalá, sería un canto a la esperanza.
Y ojalá que tenga una enfermedad de la senilidad, no porque le desee
mal alguno -todo lo contrario, i swear-, sino por el fabuloso
potencial dramático de la conjunción, a la que vale la pena
sacrificarse. Una vida violenta.