Termino de nadar mi media hora semanal (desde hace tiempo creo que el
exceso de deporte es dañino) y subo a las duchas, que suelo usar
como spa durante otra media por sus aguas caudalosas y la amplitud de
temperaturas que ofrecen, y no menos por su atractiva estructura
descompartimentada, old style. Pero es todavía muy de mañana y no
hay otra gente en ese espacio abundante en caños, cuya mayor
diferencia con lo que fue cuando Perón lo inauguró en 1949 debe ser
el resultado de la entropía, así que estoy solo, recibiendo el
chorro sobre la nuca (en esas duchas se robaron hace ya tiempo todas
las flores) cuando aparecen el chico y su cuidador.
60 canillos y 0 flor |
Ya los vi en el vestuario antes de nadar, pero como estaba
concentrado en cambiarme reparo en ellos recién ahora,
retroactivamente: un joven de veinte y algo en compañía de un
adulto que dobla holgadamente su edad. El chico tiene algún tipo de
retraso, no presenta los clásicos rasgos mongoloides, aunque sí un
cuerpo que parece no haber sido sujeto de ninguno de los
disciplinamientos que vienen instruyendo poses andares y looks en el
mío y los de mis amigxs. El suyo parece haber quedado abandonado a
su proliferación. En la contingencia. En la pileta, mientras en
todos los andariveles había tres nadadorxs, el chico con su padre o
tutor o encargado tenían uno exclusivo. No sé por qué nadie más
nadaba con ellos, de quien fue la decisión.
inigualable obra de la entropía |
El muchacho trata de abrir una canilla cerrada con alambre. Ahí no
podés, le digo, pregunta por qué, porque están rotas, fuera de
servicio, tenés que ir ahí o ahí (le señalo dos posibilidades);
bañate acá, le indica el hombre señalándole el lugar que justo
frente al mío y me dedica una sonrisa que habilita no sé qué. El
chico se quita con mucha dificultad la malla, tarda minutos durante
los que puedo ver su cuerpo de espaldas, es el caso más extremo de
antihegemonía estética que recuerdo. Tiene un elástico alrededor
de la cintura que no se saca, debe ser para la malla, estará suelta,
razono vagamente. Pero cuando se da vuelta desnudo veo que lo usa
para sostener una bolsita impermeable clara y chata, un portavalores
tipo el que usan los turistas para obstaculizar el carterismo. Sin
embargo yerro de nuevo: no es eso sino la saca recogedora de un ano
artificial, que a juzgar por el abultamiento del abdomen del chico
debe incluir también una parte interna voluminosa y rígida. Quién
sabe a qué manoseos habrá sido sometido ese joven cuerpo que para
ducharse no se quita las antiparras, sin ellas no puede enfrentar las
gotas que le caen sobre los ojos. Me pregunto si las juntas del
sistema contra natura serán herméticas o, al contrario,
tendrán pérdidas, y si quienes nadamos en las mismas aguas lo
haremos entre restos de digestión del muchacho. Pero inmediatamente
recuerdo que muchos anos a natura también tienen pérdidas, y
que encima han de ser muchxs más quienes llegan a la pileta con sus
anos en condiciones que uno difícilmente juzgaría ideales (por
suerte en la pileta sobra el cloro, pienso con alivio). Así que el
chico no representa nada especial en ese aspecto, sino otra cosa,
como un ejemplo de humanitas. Él y su acompañante abandonan
rápido el sector donde yo me demoro, dejándome otra vez a la
espera, pero mientras se están secando unos metros más allá el
chico grita “las brujas de Inglaterra, las brujas de Inglaterra”
y acto seguido pronuncia una secuencia de sonidos muy variados en
articulación, entonación, altura. ¿Así hablan las brujas de
Inglaterra?, le pregunta el hombre con tono de interés. Él dice que
sí. Sé tres o cuatro idiomas, estudié latín y rudimentos de
griego, y me pareció harto verosímil.