viernes, 8 de octubre de 2021

la utopía de la etiqueta

  Durante los fugaces años en que fui periodista para la edición mexicana de Playboy tuve a mi cargo una columna (una página) llamada “El consejero playboy”. En mi escritura debía figurarse una persona (un hombre sin dudas, un hombre alfa) mundana e instruida, capaz de brindar consejos inteligentes e informados sobre cualquier tema. De la parva de consultas que llegaban, 95 por ciento era inservible por lo tosco, tres por ciento preguntas repetidas, y el resto daba para uno o dos consejos por número, por lo que había que imaginar los demás. Así es que ni bien recibí el encargo salí en busca de bibliografía. Uno de los libros que compré (bien pudo haberse llamado Manual de etiqueta y buenas maneras o El arte de la etiqueta, con seguridad no La utopía de la etiqueta) tenía cientos de instrucciones, la mayoría de inutilidad incorregible, referidas a un mundo que ni en sueños era el mío y nunca lo sería -por fortuna-. Sólo usé su normativa para responder una pregunta que ya en esa época era dinosauria pero valía por su respuesta defraudadora e ingeniosa: si un hombre y una mujer recorren juntos una escalera angosta, ¿quién debe ir delante? No menos machista que el anticipado -y frustrado- “primero las damas”, la respuesta del manual era “siempre el hombre: al subir, para no incomodar a la chica con la idea de que la examinará con impunidad de tasador, mirándole incluso la ropa interior si usare falda; al bajar, para no perturbarla con el fantasma de un ataque, un empujón sorpresa que pondría en riesgo su vida”.
inesencial e histórica
   Lo único sorprendente del libro era su prólogo. Además de periodizar la etiqueta (poniendo en evidencia su carácter inesencial e histórico), exponía su fundamento: ele otre: “Toda la ciencia (sic) de la etiqueta se deduce del principio de no ofender ni perturbar a les demás, e incluso de promover su bienestar siempre que sea posible”. Es decir, si por ejemplo en determinada circunstancia lo que va es vestirse de tal o cual manera, es porque así se agasaja y reconoce a las demás, brindándoles lo mejor y lo que más hace a su comodidad y bienestar. Y así hasta llegar hasta el sacrificio de Narciso.
   Lo anterior implica que quien sea grosero y altisonante, huela mal, interrumpa, resulte desagradable o mortificador, humille, burle o se aproveche de su situación privilegiada o de la debilidad ajena para sacar ventaja etc estará desconociendo las más básicas reglas de la etiqueta. Es decir, la etiqueta no sería otra cosa que amor social. Lo que supone -y tiene su condición de posibilidad en- una cierta simetría o al menos un pacto entre les intervinientes, que les habilita poder elegir practicarla. 

emperatriz de la etiqueta
   Sin embargo, ¿Qué hacer frente al odio y las mentiras, los abusos e injusticias, el afán aniquilador…? Es decir, ¿Qué hacer cuando les otres son directamente dañadores? Cómo hacer frente a la ignorancia radical de toda etiqueta.  
    Y más allá de las afrentas personales (capaces de destruir vidas eh), qué hacer ante la violenta desigualdad estructural de nuestro mundo, que aniquila la posibilidad misma de la etiqueta, porque ¿cómo siquiera simular interés por le otre cuando está condenade a la miseria (cuando se le está condenando a la miseria?). No obstante estos reparos, la etiqueta sigue funcionando, y hasta la más punk la sigue practicando como su imaginación e inteligencia mejor se lo permite. No a la manera del manual absurdo en el que malgasté dinero para inventar la página de playboy, sino en en el cuidado para relacionarse con amigos, amantes, familia, colegas, etc. Tiene su definición ad hoc todos los días.