A
mis problemas cada vez más acuciantes se suma ahora la tragedia de
nuestro país sin solución, mi destino sudamericano.
-¿No querés mudarte a la selva? -ofrecen amigos solidarios y
sabedores. Al
medio de la selva misionera, detallan, a poner en marcha y gestionar
una escuela de castellano para europeos o estadounidenses que quieran
aprender el dialecto argentino sobre un fabuloso trasfondo de lianas
y sonidos, espesura, calor, vívoras y humedad.
se
la devoró la selva
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Como la propuesta es
seria, me voy a ver la selva, donde nunca había estado. Y
la selva es el mar fuera del agua, con las honduras y el volumen que sueña el
campo plano. Como sistema (como trama de vidas) es perfecto: los
(árboles y plantas) vivos se alimentan de sus antepasados muertos,
cuyo legado será tanto más nutritivo cuanto más próspera y fructífera
haya sido su existencia. Lo que evoca la repetida idea de que la
selva se devora todo y lo vomita en forma de masa vegetal, que si por su parte se
sirve de la energía del sol y el agua no es en plan alimentario, sino como
medios para organizarse (y liquidar la entropía). Por eso la selva ha sido siempre
refractaria a la Ilustración, amante de los prolijos
bosques: en la selva hay masa (que por simple evaporación del agua
alcanza alturas que la civilización tardó siglos en explicar) pero
no individuos, no hay voluntades árboles (preferidas de los
intelectuales) sino el océano de verde y el aire cruzado de luces.
La selva ofrece todo, es espejo de cualquier cosa: violencia extrema (la sangre que se estrella
contra las piedras, la coral que pica como rayo y mata sin remedio),
remolinos y regurgitaciones, los gritos nocturnos de los
puercoespines, el rizoma obviamente, y también el candor vegetal.
¿Tendré
mi próxima morada entre los gritos y susurros de la selva? La idea
me tienta, como el olvido y la calma.