martes, 21 de julio de 2015

la prehistoria del sexo

   “En todas las épocas y lugares han existido todas las prácticas sexuales”, repetía hace más de dos décadas un severo profesor de secundario durante su clase de Psicología. Gracias a él supe quién era Foucault cuando aún no se había enfriado su cuerpo (lo que en verdad no data nada, dado que seguirá echando humo al menos durante la próxima década). Y sin embargo, como opinaría cualquier foucoultiano, el aserto sobre la ubicuidad de las prácticas sexuales pasa por alto la singularidad de cada época, e ignora sobre todo la explosión de matices y modos (artes) sexuales que caracteriza la nuestra. Ejemplos burdos -por lo evidentes- son prácticas como el bondage o el petting o el docking, el fisting, las reuniones de masturbación colectiva, el fetiche por los pies o las axilas, el uso de poppers y otras drogas, las transexualidades, las transgeneridades, las juntas -más o menos estables- de más de dos personas, las variantes de familia que no cesan de aparecer y mutar, el travestismo y el sado en general etc etc.
   Bien puede ser que haya habido versiones antecedentes de todo ello, pero las de ahora ven la luz pública y por propia decisión osan decirse un nombre y considerarse prácticas -normarse-. Son otros tantos asteroides en la miríada de rumbos a los que tiende lo sexual, que así se expande desde su núcleo epocal queer ganando formas y adeptos y teorizadores -desarrollándose, codificándose en las salas de chat y videochat, blogs etc-, volviéndose cultura. El sexo deja así -empieza a dejar- de ser la intensidad aterradora o sagrada, la maravilla, el misterio, para convertirse en otra de las tantas formas de relación entre personas y modularse en modos comparables a los de la conversación (“no hay relación sexual”), susceptible de activarse entre dos miembrxs cualesquiera de la sociedad, sin importar qué vínculo haya entre ellxs antes, durante o después. Lo sexual se emancipa -hasta del deseo- y se vuelve de baja intensidad, librándose hasta del imperativo de acabar (la expresión “sexo recreativo” todavía es novedosa, pero 40 años atrás era inconcebible; la sociedad aún no está preparada para asumir la sexualización de las relaciones con lxs niñxs, pero ya la considera el peor crimen -y todavía no ha puesto la mirada en el sexo con animales-). 
   Este jardín de senderos que se bifurcan es uno entre tantos reformateos que sufren las relaciones (sexuales) en su usina actualmente más activa, el universo queer, que a los tiempos actuales es lo que el matrimonio burgués a los inicios de la modernidad: un campo de experimentación y deriva, un campo también de definiciones y territorialización de los cuerpos y las mentes. Desde su explosión permanente, la sexualidad queer escupe sobre el resto del espectro relacional -cuyo eje conservador -¡resistente!- es el estable(cido/, sido,)  heterosexualismo- su novedad y alternancias nutricias.