jueves, 27 de diciembre de 2012

partículas elementales


   Durante los primeros diez minutos de la película Néstor Kirchner nos atosiga un presidente hada madrina que compone vidas materializando un violín o un empleo a partir de cartitas de los carentes -se las entregan cuando él se hunde en la multitud de miserables y se entrega al manosaje, algo mucho más interesante que las dádivas, y sin embargo la película no lo pone en foco-. El tema recurre durante toda la cinta y está en su cierre: con música incidental nos azotan y atontan primeros planos de los beneficiados con los pelos ondeando al aire de ventiladores, mientras los rodea una multitud de panaderitos brillantes que representan tal vez el alma de Néstor que se multiplica y eleva.
    Además, si hay que creer lo que se ve, NK fue el político más transparente y frontal de la historia: entregado de cuerpo entero cada instante, jamás un cálculo ni una negociación, esencia de la operación política (sólo lo aproximan a esa forma de acción las palabras que su hijo le atribuye tras el exitoso desfile del Bicentenario: “Los quebramos. Culturalmente los quebramos. Hay que avanzar”, y entonces asistimos a la creación de UNASUR y su ungimiento como presidente pro tempore de ese organismo de la unidad latinoamericana que ojalá un día sea gobierno).
cuidadito
    (Entre tanta bondad a la película se le escapa la madre de Cristina: una bruja mala llena de dientes falsos, cubierta de joyas y de la seguridad que da impartir órdenes, ¡el terror que me daría tenerla de suegra!)
    Lo mejor de la noche fueron el cine (mi querida sala de abajo) y el público: muchos jóvenes -varios de perfil militante, unos que vendían y lucían remeras nestoristas a la entrada, otros o tal vez los mismos que entonaron una par de cánticos una vez que se sentaron en las fantásticas butacas espaciales-. Y la gente de la función anterior, que salía como drogada enjugándose las lágrimas.
    -Es un documental, pero no sabés cómo te conmueve -le dijo una mujer a una conocida que estaba por vivir la experiencia.
    Es cierto que la película despierta emociones, pero si lo logra es porque la última década de vida argentina es emocionante. Por lo demás, todas las cosas que la película deja sin explicar (hay que conocer o adivinar a los entrevistados, y lo mismo ocurre con los hitos históricos que se hilan: la crisis de 2001, la 125, la ley de medios, que apenas se nombran y cuyo sentido político es difuso) bien pueden jugarle a favor a largo plazo, como extrañamente favorece hoy a NK el tono calmo y el vocabulario preciso con que hablaba en público, volviéndolo un visionario.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

la china II


   La visita de la china terminó con la espectacularidad de una gran obra de arte. Tras una semana y media en que nos fuimos acostumbrando a compartir la cama (llegó a reclamarme que después de llegar agotado del casamiento de mi hermana u otras reuniones sociales y laborales no tuviera energía para el sexo; tuve que explicarle que la frecuencia de garche en los matrimonios constituidos de gente de nuestra edad es con suerte dos por semana; “¿en serio?”, preguntó desilusionada), partimos a pasar un fin de semana a una estancia en los confines de la tradición argentina. Hacía ese frío del más puro invierno pero el cielo era un diamante ladrador, y en la habitación de la magnífica casa, que en el pasado perteneció al General Riccheri (de acuerdo con la adoctrinada explicación del peón que el domingo nos sacaría a hacer una recorrida a caballo), puse la salamandra a volar minutos después de haber puesto pie, de modo que para la noche pudiéramos andar desnudos y se cumpliera mi plan.
vestigios de una grandeza presunta nunca probada
   Así, cuando se hicieron las 20 30 del sábado, tras haber cenado un guiso de campo con ensalada (de entrada) y media botella de vino, solicité una vela. La esforzada muchacha a cargo de la gestión nocturna no quiso darme velas comunes de sebo barato y ennegrecedor, y sólo quedó satisfecha cuando encontró un velón amarillo de base cuadrada que juzgó adecuado para la noche sensual que en su imaginación tendría lugar. Entonces nos recluimos en el cuarto. Allí le suministré a mi compañera una dosis -calibrada para su peso gracias a una balancita de precisión que me regalaron mis amigos- de la mejor droga que existe (mdma), a ella, sí, que ni siquiera había probado la marihuana y apenas el alcohol. Todo con su consentimiento y después de haberla puesto al tanto con la mayor de las honestidades de todo lo que implicaba la droga.
   -La tomo porque me la das vos -dijo-, de lo contrario nunca lo haría. Yo no soy drogadicta. ¿cuándo me va a hacer efecto?
   Le dije que se olvidara del asunto, y salimos nuevamente al frío de la noche, caminamos unos metros, nos acercamos al fuego que crepitaba en el magnífico hogar de la sala de estar de la señorial mansión, estuvimos pelotudeando ahí un rato hasta que de acuerdo con los cálculos que me permite la experiencia determiné que ya estaba próximo el momento en que mi compañera empezaría a transitar una de las mejores noches de su vida. Y volvimos al dormitorio.
   Como estaba previsto, media hora después de habernos metido en la cama había caído en un agradable estado de lasitud, y en el doble de tiempo estaba desatada. “Muchas gracias”, repetía, “muchas gracias por este momento tan hermoso, me siento tan bien. ahhh”. Fue una noche de inolvidable desenfreno, que pasamos ambos integramente desnudos en grados diversos de contacto, e incluyó, a pedido de ella, sesiones fotográficas, vistas frente al espejo y algunos experimentos.
   Tres días más tarde se fue, no sin antes hacerme una generosa invitación a París en febrero. Le dije que no. Tengo que remontar primero el barrilete descolado que es mi vida. Ahora me escribe mensajes melancólicos desde Seúl, donde nieva y hace -10 y perdió las elecciones. Quién sabe si volveremos a vernos, y cuándo.

domingo, 9 de diciembre de 2012

lombrices bíblicas

   Durante semanas preparo un paraíso terrenal con la basura más suculenta: cáscaras de bananas, manzanas, peras y melón (cítricos no), hojas de alcaucil bases de espárragos ya chupados, carozos de aceitunas, tiras de zanahoria, zapallito, calabaza y berenjena. Todo reducido a partes pequeñas y entreverado en la tierra, de modo que la llene de sabores. Días más tarde echo una lombriz. Está medio muerta, apenas se mueve, porque la rescaté de entre cascotes secos y arcillosos que dejaron en la plaza máquinas cavadoras que abren un pasaje para autos, y está apretada y reseca. Después de haber vivido en el desierto, despierta ahora en ese vergel, es tal la diferencia de sensualidades entre su mundo anterior y el nuevo, tal la riqueza que la rodea y la copa, que vuelve a nacer. En un auténtico paraíso, donde el suelo tiene la granulosidad justa para que desplazarse sea un placer, hay una humedad que la hace fluir con la cadencia de un soneto de Góngora y a cada paso se topa los más exquisitos y diversos manjares.
   Sólo un dolor le depara el paraíso: no hay quien le haga compañía y ni un minuto deja de sufrir la soledad, que más que ninguna otra cosa anula y deja mochas las terminales nerviosas. Como su vida anterior se ha borrado en un barroso infierno, extraña algo que no llega a recordar, no sabe bien qué es -la sociedad-.
   Pero tres días más tarde encuentra que en el paraíso hay otra lombriz, traída de la humedad lindera al río. De tamaño apenas menor que el suyo, todavía un poco desnutrida, despertando como ella a la vida. Ahora podrán reproducirse y poblar el mundo, serán las lombrices originales. Tengo la esperanza de que su biblia no contenga ninguna de las taradeces de la nuestra y sí toda su poesía. Entre otras cosas porque las lombrices todavía tienen la suerte de ser hermafroditas.

jueves, 6 de diciembre de 2012

la lluvia en los ‘80

   Entre mis mejores memorias del colegio secundario está una tormenta como la de hoy, espectacular, implacable. Lluvias así hay sólo dos tal vez tres por año, que dan vuelta las veredas, producen pérdidas que no vuelven a encontrarse y paralizan el transporte, dejando miles de hogares sin luz y hasta cadáveres.
   A la hora de entrar al colegio (07 45) apenas lloviznaba ese día, pero en seguida se desató un diluvio tan oscuro que parecía la noche, así que a media mañana las autoridades ya habían decidido abortar y nos largaron. A circular cual manga de zombies adolescentes y mojados por el microcentro. Hoy no lo harían por terror a las reacciones de los padres que como poseídos los acusarían de entregar sus indefensos hijos a los peligros subacuáticos: cables electrocutadores y peligrosos objetos flotantes o sumergidos, pozos, hundimientos, alcantarillas aspiradoras etc, y eso para no hablar de los inadaptados sociales que podrían aprovechar la momentánea suspensión de la ley para cometer abusos de toda índole. Pero eran otras épocas, y ni siquiera mi madre, que ha vivido en el terror a las tormentas, recuerda hoy el día, tan ensimismada estaría en el vértigo que iba a destruir su vida.
   Ese año empezaba a estrecharse mi relación con algunos compañeros de curso, proceso que se extendería por dos décadas. Venía de separarme de la novia con quien había pasado de la mano todo primer año y a quien estaba seguro de seguir amando (aunque me había dado cuenta de ello sólo después de haberla dejado con la mayor frialdad; hoy me gustaría recuperar el sentimiento, pero es imposible saber cómo sentía ese amor). Separarme me había apartado también del mundillo politizado intelectual transdivisional que habíamos frecuentado juntos (pero ella más), y de a poco me había ido volcando hacia los frívolos de mi propia división,* unos descerebrados que si salían del aula era para ir al kiosquito o al baño, siempre en grupo. Eran los bobos, las personalidades más convencionales y menos rutilantes de todo el año. Con el tiempo llegaría a amarlos con todo mi corazón y los llamaría sin sombra de duda mis amigos, los únicos capaces de soportar la denominación.
secretos en la lluvia
   Varios de ellos vivían para el mismo lado que yo, y nuestra tenue amistad fue posible gracias al subterráneo, a las siete u ocho estaciones que compartíamos y entre las que durante meses los miré empujarse de los asientos, impedirle abandonar el tren al que bajaba primero, secuestrarse los bolsos, las bufandas, etc. y otras equivalentes (cuando quise participar ya dejaron de hacerlas)
El día de la lluvia encaramos juntos el camino a casa. Al empezar la marcha el agua nos daba al tobillo, después de unas cuadras ya era la rodilla y cuando llegamos a cruzar carlos pellegrini nos llegaba al muslo. Era apenas marzo o a lo sumo abril, hacía un calor de sudar bajo el agua y era de lo más estimulante estar semisumergidos en la lluvia torrencial, nos reíamos empapados y chapotéabamos. La correntada nos daba trabajo y junto con el agua sucia nos impedía ver con claridad dónde poníamos los pies, así que nos ayudábamos mutuamente a vadear los pasos difíciles y evitar los remolinos. Uno de los chicos se patinó o en la chacota lo empujó alguien y cayó de espaldas. Quedó apoyado en los codos, con sólo la cabeza y las rodillas afuera del agua, la lluvia azotándole la cara. Los demás nos fuimos echando a su lado para no dejarlo solo. Tardamos más de dos horas en salir del centro. Los zapatos nunca se repusieron a la inmersión, y las carpetas se deshicieron bajo la lluvia, se las llevó el agua. Cuánto nos divertimos. Es uno de los días que elegiría repetir en una segunda versión de mi vida.

*Me pasa igual ahora, he vuelto a la vida fronteras adentro.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Máquinas parlantes

Somos máquinas parlantes, sostiene la teoría que ve el cuerpo humano con su psiquis como una razón mecánica. Explica que lo que burdamente rotulamos de “sentimientos” no escapa a ese régimen y es sólo el efecto de la química cerebral, por muy compleja que sea.
Por favor, encendé las luces”, escucho que le dice el sistema de navegación al hombre que conduce mi regreso a la urbe que me vio nacer. Igual que el célebre “estoy muerto” de EAP, es un enunciado imposible (lo que no impide que lo hayan pronunciado al menos una vez quien programó esas máquinas infernales y la mina que prestó su voz para la grabación). Imposible por la conjunción, por un lado, de la marca dialectal rioplatense (en la forma de la segunda persona del imperativo presente, que restringe su ocurrencia a esta parte del mundo y a personas entre las que media una relativa confianza) y, por el otro, del verbo “encender”, que nadie usaría aquí (es decir en la circunstancia definida por la marca dialectal) en ese tiempo y modo, ya que corresponde a un registro formal incompatible con ellos (posible sería en cambio, porque sí hay un hablante para esas palabras, un acartonado secretarial “encienda las luces, por favor”). “Ché, prendé las luces”, o si no directamente “no te vayá olvidar lo faro”, sin ningún “por favor” pretencioso en su afectación de cortesía, es lo que uno espera escuchar en cualquier auto argentino.
Los “navis” se suman así (aunque no hace falta) a un modo específico de máquinas parlantes, las que no entienden nada.

sábado, 6 de octubre de 2012

pedagogía del oprimido

    Chateo con un pibe que desprecia a la juventud macrista por considerarla “tan básica” y se burla de ella con toda la clase esperable en un veinteañero despierto e interesado en el mundo, informado y vivo. Tenemos ya bastante tiempo de chat y me ha contado que trabaja en un call center, contestando en francés requerimientos de ancianos del Québeq. Le pregunto de qué habla con esa gente tan extraterrestre, “les miento hasta que cortan o me piden hablar con un superior, y en ese caso les sigue mintiendo él”. ¿Pero de qué hablás?, insisto. No lo quiere decir. Una cláusula de su contrato le prohíbe dar detalles, explica.
    -¿Y la vas a cumplir?
    -Sí.
    -Pero para qué, si esos tipos son unos estafadores.
    -Sí, ya sé. Incluso nosotros, vos y yo, lo somos -se justifica-.
  Después se escuda en que no quiere dar ningún dato que permita eventualmente identificarlo, porque en la red se siente “tan expuesto como en el obelisco” (lo que de todos modos no le impide exhibirse haciéndose una paja por cam ante decenas de chateros, aunque en ese caso excluye el rostro). Le digo que a mí me pasa lo mismo, y por eso puse mi foto en este blog. La conversación termina ahí. Tal vez para siempre.

martes, 4 de septiembre de 2012

La china I

china es, según el diccionario tal vez más consultado del castellano, el de la RAE, la forma común a varias palabras distintas. Algunas de ellas son:
china1. (De la voz infantil chin). 1. f. Piedra pequeña y a veces redondeada.
china2. 1. adj. Natural de China. U. t. c. s. 2. adj. Perteneciente o relativo a este país de Asia.
china3. (Del quichua čína, hembra, sirvienta). 1. adj. Am. Dicho de una persona: de ojos rasgados. U. t. c. s. 12. f. Arg. Entre gauchos, mujer (‖ persona del sexo femenino).
Ahora resulta que tengo una (por así mal decir) china(2-3) en mi casa. La conocí en otra era de mi vida, hace ya 12 años (como se encargó de recordar ella al llegar), entre los vapores de la contaminación que da su bouquet único a la capital mexicana.
-Por favor, no me lo hagas -me rogó entonces, la única vez que compartimos la cama desnudos, aunque la concha le latía con la violencia de lo que reclama intervención. La tuvo, lo que de todos modos no fue óbice para dar lugar a su solicitud.
Después de ese intenso encuentro nos despedimos como amigos. Durante más de diez años la fui olvidando, pero ella tuvo un año atrás experiencias que le hicieron revivir ese pasado y añorar completarlo (se la pusieron por primera vez, siendo ya muy mayor de edad). Así que me escribió y se invitó a visitarme. Le dije que sí, porque en mi casa de todos modos hay una habitación libre y me encanta recibir visitas del extranjero.
Sin embargo, cuando poco antes de que llegara me mandó su itinerario caí en la cuenta de que coincidiría con otro huésped en mi casa (en realidad un subinquilino que puso a correr la corriente de fascismo que medra en el edificio donde vivo).
cabalgó por primera vez en su vida
Te aviso que vas a tener que dormir en la misma cama que yo”, le escribí a la coreana. Además no te puedo ir a buscar a Ezeiza porque no tengo auto, agregué para dejarle las cosas claras de movida. “Gracias por avisarme cómo son las cosas” contestó a los dos días (es profesora de castellano y lit. hispanoamericana en Corea), tras pensar (dijo) si convenía venir o no, y se vino.
Tengo frío”, me hizo saber ya el primer día, dos horas después de haber llegado, estando los dos en mi cama, donde habíamos recalado para que pudiera dormir una siesta y reponerse del largo viaje.
-Poné las manos acá que está calentito -le dije llevándoselas a mi entrepierna y haciéndole agarrarme la pija dura y caliente (cuánto me excita esa mezcla de inocencia y deseo desatado).
-Yo no tengo mucha experiencia sexual -contestó algo cohibida pero sin despegar sus deditos de la dura tibieza del falo.
-No te preocupes, ya vas a aprender -auguré-. 

sábado, 14 de julio de 2012

¡soltero de nuevo!*


   Quedo en encontrarme con Sascha en una esquina, a las 10 20 (el tribunal nos citó a las 11 00), de camino al juzgado. Llego antes y lo espero en mi bici un poco inquieto porque 10 minutos antes llovía y todo indica que volverán a caer torrentes en breve. Al fin lo veo, pedalea envuelto en una campera verde militar para lluvia, con su vieja gorra de lona en el mismo tono, lo que una vez más confirma que mi todavía cónyuge sigue siendo un combatiente.
   -Qué elegante estás -dice en referencia al saco con que me adorno también para mi primer día de trabajo en Berlín tras dos años de ausencia.
   -Hace poco reencontré este saco, pero lo tengo desde los 16 -comento como disculpándome-.
   Llegamos muy adelantados y tras atar las bicis caminamos un poco por alrededor del edificio tribunalicio. Hablamos de su ansiosa llamada telefónica del día anterior, que me soprendió viajando en metro y en subte, recién llegado de Copenhague, y cuya urgencia aún hoy soy incapaz de entender.
   -Estaba un poco bebido -se justifica-.
   Al fin entramos en busca de la sala de audiencia. Mientras esperamos me muestra un ejemplar de mi novela que él mismo editó. Lo que se hace por amor. Una vez más este chico me emociona hondamente (como hizo por ejemplo hace dos años, cuando en mi cena de despedida de Berlín me dijo “casarme con vos fue una de las mejores cosas que hice”). Pienso un rato y no se me ocurre dedicatoria mejor que “Para Sascha, que tan bien sabe lo que se hace por amor, este libro editado por él mismo”.
   En ese trance, de manera completamente sopresiva, aparece mi abogada, que tiene un marido chileno y una reconocida historia de militancia por los derechos humanos en América Latina. Se pone a hablar en castellano y cuando le pregunto cómo le fue de vacaciones dice que no tuvo.
   -Es que murió mi madre hace dos semanas -explica-. Tenía 93 años.
   Así que junto con su hermano estuvo de velorio etc. Lo que le dio ocasión de encontrar a gente muy interesante: "una viejecita me relató con todo detalle el casamiento de mis padres, cómo estaban vestidos, las vicisitudes y mucho más". En general se la ve bien, animada, ella misma es una mujer bastante grande (seguro más de 50, tal vez 60), me interroga sobre Argentina y la situación actual. Compara dictaduras y asegura que la argentina fue “mucho peor que la nuestra (la chilena)”. Junto a nosotros se pasea en toga negra (boiserie de arce) otro abogado que viene a lo mismo que ella, a acompañar a su cliente en una audiencia. Luce francamente ridículo con su toga laaarga, negrísima, de anchas solapas.
   Al fin nos hacen pasar. La jueza es una mujer joven (de mi edad o apenas mayor), de pelo rubio a los hombros desordenado bajo su birrete, que con otras ropas (si no estuviera vestida como jueza: toga negra etc) bien podría mimetizarse con los drogados que asistimos al Fusion. Una chica de lo más agradable, y encima, cómo se verá, tan cualquiera como mi abogada (lo que me reconcilia con este país y esta gente).
   Me siento junto a mi abogada a la derecha de la mina, y del otro lado, enfrentándonos, se nos sienta sascha. Está de los más prolijo, buenmozo, con barba de algunos días muy pareja, mira sereno con sus melancólicos ojos azules los movimientos reposados y ceremoniosos de la mina.
   -Bueno, la verdad no fue una Lebensparnertschaf que haya durado lo que se dice una eternidad -comenta ella-.
   Después nos pregunta si estamos ambos de acuerdo en la necesidad de ponerle fin al vínculo legal (la lebenspartnerschaft) que nos unió y si no vemos posibilidad de que vuelva a constituirse, es decir, si consideramos imposible revivirlo. Ambos decímos que sí y que lamentablemente no, y la jueza le dicta un acta a su escriba, una mujer de pelo corto y collar de cuentas oscuras grandes, pero no tan grandes como su culo, que escribe sin apartar la vista de la pantalla de la computadora. Allí constan nuestras declaraciones y conformidades.
   De pronto revisando los papeles salta un error de fechas que cometió mi abogada, y sobre el que la jueza, meneando velozmente la cabeza, dice “yo debería haberlo visto pero también se me pasó”. Son apenas unos meses, pero modifican (en centavos) la ya de por sí ridícula cifra (1,3 euros) con que mi cónyuge debe equilibrar mis aportes jubilatorios a la caja previsional alemana. Tras una breve discusión, el obstáculo se salva con una nota aclaratoria que la mina dicta prolijamente a la escriba.
   -Lo siento tanto -me susurra mi abogada con consternación-.
   -No te preocupes -le contesto- son cosas que ocurren, y para mí todo lo que pasa acá es como estar en una película.
  La jueza nos comunica que transcurridas cinco semanas a partir de ese momento, si ninguno de los dos apela su sentencia (que recibiremos por correo en unos pocos días), el vínculo quedará definitivamente disuelto.
   Nos despedimos primero de la jueza y después de la abogada con cordialidad (la frase “fue una audiencia muy agradable” hace reír en simultáneo a las letradas), y montamos de nuevo en las bicis.
   ¿Y, estás contento de ser otra vez soltero? -pregunto a Sascha cuando nuestros caminos están por separarse.
   -No -vuelve a sorprenderme-. Era un estado cool estar casado.
   -Bueno, ahora te podés casar de nuevo -le digo con una mezcla de alegría por lo bien que ha resultado todo y cierta fugaz melancolía por lo que pudo haberse perdido, como si algo de lo que nos une pudiera irse así-.
   Y cada uno se va para su lado.


*Fue en 2005 que dejé de serlo, lo que motivó que poco antes todos (¡todos!) mis contactos recibieran el siguiente mail:
así entienden por qué no escribo:
Jueves 24 de noviembre
Me despierto a las 7 de la mañana y me quedo en la cama pensando. A los 40 minutos me levanto a buscar mate, un termo que vaciaré también entre las cobijas, mientras veo como la luz —escasa, nublada, interrupta por la mucha humedad que llena el aire— va tomando su entidad diurna —y gris. Después hago unos ejercicios bastante rudimentarios —aunque no por eso dejan de darme alegría y calor. ¿Y en qué pienso? En mi casamiento. Algo que un mes atrás parecía lejano y trabajoso, hace 20 días imposible, ahora ocurrirá —si no hay imponderables— la semana próxima. Ya es imparable, el Estado alemán lo aprobó, mis conocidos de acá lo saben, los de otros países se van a ir enterando en el curso de estos días y, tal como pude entrever hace poco, ya se transformó en una bola de nieve que arrastra todo. La carta que mentalmente redacto para mi familia inmediata dice más o menos lo siguiente, después de largar la novedad: „mi cónyuge tiene 27 años, pelo rubio (aunque ya en la frente le ralea), ojos azules, y hace un mes y medio no me conocía; se llama Sascha (un nombre ruso, nació en Mitte, Berlín oriental) y estudia Historia“. Después otros datos: „mide 1,95, nunca lo vi sin ropa, y creo incluso que ni siquiera le toqué las manos —aunque se merece mucho más—; es un chico gracioso“. Lo cierto es que Sascha es un encanto y encima está feliz con el tema, que está transformando en acontecimiento político, en acto extremo (o al menos así se lo representa). Ya lo anunció a toda su familia (que me presentó el día que se inauguró la casa comunitaria que nos tiene de cohabitantes circunstanciales), incluída la abuela, que según parece es un fenómeno y está invitada a la fiesta; los padres, que apenas pisan los 50, creyeron o simularon creer durante dos días que todo era una broma (pobre gente), y todavía no está claro que vayan a venir a la celebración. Sí van a venir los hermanos y amigos, y en la cabeza de Sascha se agita aunque todavía insegura la idea de vestir ropa de mujer o al menos alocada el día de la boda (algo que no está decidido, sobre todo por las dificultades prácticas que entraña, y que por mi parte no habría osado pensar, lo que significa que si tomamos esa decisión tendré hacerme un par de ajustes -más de tipo mental-, aunque obviamente me voy a entregar a la situación con la mayor de las alegrías y convicciones).
Hace dos días estuvimos en un acto político —en realidad una especie de conferencia que daban unos camerunenses refugiados, en la que sascha ofició de intérprete simultáneo inglés-alemán— y después nos volvimos juntos a casa. Fue el mismo lunes que habíamos estado en el Standesamt (equivalente a nuestro el registro civil), donde quedó formalmente constituida la cita para el próximo martes a las 15 hs y nos regalaron un libro de cocina (luego de que el funcionario preguntara en tono cómplice “¿y quién cocina?“, Sascha dijera “ich“ y a mi vez yo: “no es verdad…”) bastante feo, lleno de deseos de felicidad, advertencias estúpidas sobre la vida matrimonial y publicidades. Bueno, ese mismo día, cuando volvimos a la noche del acto donde estaba también su amiga Nelo, sascha decía que tenía que trabajar (prepara unos cursos en la universidad abierta de Berlin —una iniciativa autónoma que aprovecha la energía sobrante de la universidad humboldt— sobre el concepto o noción o sujeto histórico —o alguna otra cosa, creo que por ahora él mismo no lo tiene claro— “burguesía”), pero en vez de hacerlo se quedó tomando un té conmigo en la cocina y platicamos como dos horas. Era más o menos la conversación que estaba buscando. Primero le pregunté si el comentario de daniel el ciego el día anterior en su presencia (y en la de Lena y Ari) lo había molestado (“percibo algo mujeril en sascha; no creo que se case por motivos políticos sino por amor”, ante el cual reaccioné de manera tonta y miedosa: “pero vos siempre te equivocás en tus comentarios“, le dije, “así que mejor no hables“, y agregué que era muy poco cuidadoso de su parte andar largando esas opiniones; en realidad preferiría haber contestado algo irónico y con la suficiente ambivalencia. El punto es que daniel se aprovecha de que es ciego y se las da de tiresias).
¿Qué comentario? —contestó de modo que no me quedó más que entender que lo tenía completamente olvidado y repetírselo.
Sonrió, dijo que no, y que si le hubiera molestado él mismo se lo habría hecho notar a daniel. Le pregunté si para él estaba todo claro en ese campo, si no tenía inquietudes, a lo cual o no contestó o contestó de manera vaga o no entendí, en cualquier caso negando cualquier respuesta afirmativa. Después la conversa se desvió completamente —de él—: le conté la historia de México, qué pasó, de qué se trataron esos cinco años; escuchó muy interesado, preguntó “¿cómo se llama tu amigo?“, algo sorprendente. En el medio me dijo que para la fiesta —la bola de nieve— quería hacer algo que obligara a los invitados a tener algún papel activo, que no quería una fiesta tonta donde los demás
simplemente vinieran y nos felicitaran sino hacerlos partícipes del sentido del acto, porque a él todo el mundo le dice “qué buena onda que te casás“, “qué buena onda que VOS lo hacés“. Le dije si tenía algo pensado.
No, pero estaría bueno que no fuera algo cínico o mala onda con la gente, sino que les dé idea del sentido, que los haga pensar en ellos y en qué hacen o no hacen. Tal vez… que nosotros casemos a los invitados, por ejemplo, daniel con algún otro, o algo así…
Me parece complicado hacer algo así; la gente que viene más o menos piensa como nosotros, no sé… Entonces me vino la idea de escribir y exponer en el living de la casa que cohabitamos todas las reacciones —más bien sus correlatos verbales— de la gente al enterarse del suceso o también lo que dijeron sobre él, incluso antes de que estuviera definido, sin atribuir las frases a nadie, pero invitando a los lectores —los que vengan a la fiesta— a que si reconocen sus palabras agreguen su nombre al pie de cada frase. Ahí van a estar desde los penosos comentarios de Friedrich hasta lo que dijo daniel, la amorosa nelo, los padres, hermanos de sascha, alejandra, etc, mi propia familia. A Sascha la idea le encantó, porque será dejar hablar a la civilización que repetimos sin parar. A mí lo que me gustó fue la conversación, porque entre otras cosas le pregunté qué era para él ese acto, de casarse con un tipo que conoció hace un mes y medio, cuyo apellido ignoraba hasta hoy, que le puede caer bien pero a quién en definitiva no conoce (yo sé qué tengo la inmensa fortuna de ser yo, pero él, ¿cómo se dio cuenta?).
Por un lado está la historia solidaria —contestó—, para que vos te puedas quedar, que es también la oportunidad de burlar al Estado; por otro lado el interés en hacer "was wildes" [algo wild; wild es, como en inglés, salvaje o más bien silvestre, se usa para adjetivar animales o frutos no domesticados —la vida silvestre— pero también para describir tormentas desatadas, animales caóticos, niños revoltosos, huelgas o represiones violentas de esas mismas huelgas y otras manifestaciones], y en tercer lugar porque estoy en un grupo de gente que está haciendo movidas parecidas y a mí también me dieron ganas (la mentada Nelo, por ejemplo, una militante queer que sin embargo se casa con un camerunés para que él pueda adquirir los derechos de un alemán).
Una mezcla parecida había sospechado —contesté.
En parte porque para mí también tiene un sentido comparable: tener la „libertad“ de estar legal pero al mismo tiempo una afirmación personal que también es un acto en contra. ¿En contra de qué? De mis enemigos: la protoburguesía acrítica de cuño (judeo)cristiano de la que —con un par de mediaciones, mis padres— provengo. Y una afirmación de mi persona en la libertad y el amor. Y si bien a decir verdad lo que hacemos algo bastante poco extremo o wild (con ganas, un escandalín simpático de efecto social moderado, para no mencionar la gran cantidad de reaseguros materiales y simbólicos en que ambos nos respaldamos contra cualquier tipo de inconveniente que pueda surgir) su mayor sentido es tanto para él como para mí el de habilitar una posibilidad.
Me alegra de toda la movida (así se lo dije a Mechtild el día que me vino a buscar para ir al cine) que sascha esté re contento —más que yo, según parece— con el plan. Y me entristece que no deje de ser un plan B (por muy preferible al plan A que sea, que venía terriblemente arduo), lo mismo que me entristece la (ex) novia de Sascha, que se está separando después de una larga relación que incluyó cuatro años de vivienda compartida y para quien por muy racionalmente que se considere el asunto no puede dejar de ser lacerante el contraste entre su dolor y lo festivo del entusiasmo reinante. Quisiera hablar con ella pero aún no encontré la ocasión.
Otra buena del día que fuimos al standesamt a que nos den la confirmación de fecha ocurrió después de que el funcionario nos conminara a que llevemos un cd con música significativa para nosotros, según entendí para tocar una vez que la ceremonia se haya consumado, para la salida, de modo de garantizar la operación retórica por la cual la emoción ganará los corazones. A mí la idea me dio hueva pero según parece a Sascha le evocó posibilidades wild. La noche anterior habíamos estado repasando la colección de discos de pasta que María me dejó en custodia al irse a barcelona, y para todos —desde The dark side of the Moon de Pink floyd a santana— tenía una crítica certera, que me hacía sentir un analfabeto musical (algo que siempre he sido, aunque confiaba en mi instinto), dado a un sentimentalismo ingenuo, vacío y estereotipado. Al salir del standesamt me pregunta “¿qué música traemos?”.
No sé —le digo—, es asunto tuyo. Después de la plática de ayer lo único que puedo decir es “sorpréndeme”.
El desafío le gustó.”

lunes, 25 de junio de 2012

fanatismo y hadas en el verano de Turingia

   No pasan 14 horas de mi llegada a Berlín que, el mismo día en que empieza el verano, estoy de nuevo trasladándome, ahora por la superficie de la tierra en un utilitario donde también viaja mi bicicleta, por suerte en bastante buen estado tras tantos meses de faltarle. Se alternan para conducir dos hermanos, martin y friedrich P. (gran amigo que, por así decir, me ha ofrecido acompañarlo a buscar muebles ancestrales en el camioncito).
dos hermanos en un castillo barroco,
minutos antes de ir a bañarnos
   Después de pernoctar en la casa familiar de estos chicos, con las medio momias en que se han convertido sus padres (quienes además de hacerme escribir un agradecimiento en el libro de visitas -no es la primera vez-, me llevan de tour por el pueblo donde han vivido toda su vida de fanáticos religiosos y donde se crió mi amigo en los últimos años del comunismo real), caemos a tomar el té con torta, frutillas, helado y arreglos florales en lo de sus dos ancianas tías, en otro pueblito de por ahí, ya en camino de regreso a la capital alemana. 
Hadas turingias
   Nos reciben con una mesa espléndida, donde a la luz veraniega refulgen las piezas de porcelana inglesa. Una de ellas tiene 70 y pico, la otra veinte años más y mi amigo le atribuye demencia senil. Eso no le impide llevar la conversación con incisivas preguntas e intervenciones: cual la reina de inglaterra, asigna los turnos y elige los temas de la amena plática, durante la cual me es dado leer en voz alta (vorlesen) una frase hallada al azar en un libro que, cuenta la más veterana, resultó determinante en relación con la piedad que desde entonces copó su vida: “Así como el padre metía a todos sus hijos en una bañera, el hijo [Johann Georg Hamann, 1730-1788] quiere poner a prueba a todos, incluido Kant, el crítico de la razón pura, y llevarlos a bañarse”. Me motiva porque confirma cuánto le gusta a esta gente compartir el agua y porque, como he previsto, las hace reír, las sorprende y halaga. Al despedirnos con mucho cariño la demente le deja a friedrich un bollito de papel en la mano, que durante el viaje se convierte en un billete de 100 €.



jueves, 14 de junio de 2012

intensidades


    Todavía me atrevo a sostener que procurarse intensidades es una de las vías para tolerar lo real, o sea la (idea de la) muerte. La intensidad puede venir vestida de amor, sexo o dinero, del vértigo de la fama. O en vez de ropajes bellos y rutilantes lucir otros tremendos: un accidente mutilador, la ruptura amorosa, la muerte de un hijo (no se me ocurre ejemplo más extremo: me tocó ver a mi cuñado, moroso filósofo administrador de emociones, llorar a mares ante la vista de su hijo en una cama de hospital, entubado sin poder siquiera hablar; me tocó ver llorar también a mi hermana, hundida en la angustia de la amenaza fúnebre).
  La busca de intensidad ofrece también explicaciones para el uso de estimulantes, el sexo salvaje y los deportes extremos: en todos los casos se procura que algo exterior o interior se apodere los sentidos (la mente), ya lo sabe la música que aspira a sonar copando orejas.
   Como ocurre cada tanto, mis amigos nucleares me invitan ahora a jugar con ellos al fútbol. “Si llego a jugar al fútbol termino internado”, me niego. “Pero con todo lo que vos hacés, que nadás, andás en bicicleta”, contesta uno, “jugar al fútbol te tiene que resultar un paseo”; “no para nada”, respondo a mi vez, “la clave está en la intensidad”. Puedo bailar, nadar etc durante horas, incluso mantener durante horas una relación sexual (¡deportes de deslizamiento!), pero siempre en un régimen de baja intensidad, como si fuera un guerrillero. Cuando ellos practican ese juego ajeno a mi naturaleza que es el fútbol, en cambio, lo hacen con tal grado de compromiso y seriedad (con tal intensidad) que mi cuerpo no podría superar el trance.
   Dijo GD: ce serait ça, l'intensité de la chose, qui serait, qui remplacerait son essence, qui définirait la chose en elle-même: ce serait son intensité. Y es que para mí (para nosotros) la intensidad está en el matiz.

viernes, 11 de mayo de 2012

fin de semana militante II - superaciones


entre los mil distntos tonos de rojo, los míos
   El domingo siguiente al encuentro de la marihuana puede vérseme otra vez frente al Congreso. Voy con la excusa de sumarme a una foto en apoyo a la Ley de Identidad de Género, que según todo indica se aprobará en los próximos días (así ocurrió, para alegría de gran cantidad). La concurrencia es mucho menos nutrida que la víspera (lo que no impide encontrar a un conocido que, como yo, hizo doblete), y mayor la tasa de ojos azules, aunque también de travestis, transexuales y otros llamativos disidentes de la heternormatividad. La consigna es ir vestido con predominancia notoria de algún color de la diversidad, para agruparse y dar en la foto el arco iris de las sexualidades. La primera minoría coloril es roja. La integro, es lo más fácil, lo que cualquiera tiene. Mientras esperamos que se junte gente escucho los parlamentos de activistas célebres, algún legislador, etc.
   El proyecto que se aprobó estipula que cualquiera puede cambiar sin mayor trámite su nombre, foto y sexo en el dni, lo que equivale a forjarse una identidad nueva de acuerdo con las convicciones más íntimas al respecto. Para los decenas de miles que durante décadas salieron a la calle a pelear por estos cambios (no integro ese grupo) es un nuevo triunfo, el que faltaba para abrir un panorama de superación a partir del cual iniciar otro tipo de camino, menos ruidosamente visible y a la vez más integrado a la vida del resto de los habitantes. Nadie lo puede discutir.
   Pero lo anterior no es óbice para propuestas aún más avanzadas,* por ejemplo, que en los dni no se consigne el sexo de los titulares, que no figure m ni f ni nada que pueda interpretarse en ese sentido (más allá de lo que diga el nombre). Con el tiempo, idealmente, ese rasgo perderá su carácter diferenciador en los grupos sociales. Nadie podría saber por ejemplo (sin un cálculo que de todos modos siempre será aproximativo), cuántos varones y cuántas mujeres hay en un curso escolar. Ya no tendría sentido, ni importancia. 
   Una medida así tendría sin dudas costos administrativos (sobre todo los vinculados con la atención médica, se sabe que los parámetros de salud, por caso, son distintos en los hombres y en las mujeres), pero tiene sentido asumirlos si implican liberarse de ese rasgo tan marcador que a nadie debería importarle, y que con el tiempo tendrá el valor que hoy le asignamos al grupo sanguíneo: mucha gente incluso lo ignora. Obviamente (como ya se hace en muchos países), la diferencia tampoco se marcaría en los cv. Los nombres unisex adquirirían nueva fuerza, y al final el lenguaje mismo terminaría por cambiar. ¿Cómo? Quién sabe…

*La leí el año pasado en una entrevista al entonces líder del Piraten Partei de Berlín

martes, 8 de mayo de 2012

fin de semana militante I - para atrás


Más tarde de lo que me habría gustado, porque una amiga recuperada me tienta con un desayuno en su casa que se prolonga demasiado e incluye jugos de zanahorias, manzanas, naranjas en mezclas que ella hace, voy el sábado a la marcha mundial de la marihuana. 
   Corriendo salgo de los pasillos subterráneos en plaza de mayo, convertida por la radiancia del sol en un sitio magnífico, y de una me salta la cantidad de jóvenes conurbanos sentados en grupitos, conversan a la luz del cielo azul. Nada de cosmopolitismo de corredor norte, que si está es minoría y no se hace notar. A los diez minutos ya compré un brauni por 15 pesos a un rastafari que vende dos por 25. Confundido como siempre, le doy 25 y saco uno, “son dos por 25”, me recuerda gentilmente, y como estoy solo me devuelve los diez que le di de más. Uno te va a pegar bien”, me dice y no miente, porque el domingo a mediodía todavía seguiré agradablemente colocado (y agradecido).
Acá va a ser imposible encontrarlo”, pienso mientras recorro la plaza superlotada en referencia a uno del chat que dijo que iba a estar y con quien tuvimos un encuentro que terminó sin ningún (signo de) amor. Derivo por la concentración, tomo fotos (ninguna que valga la pena), en la ropa de los manifestantes predominan tonos grises y medio tristones. Pero se les superponen su alegría sencilla y su sincera buena onda, que no predominan menos y son insuperables. Como llegué muy sobre la hora casi no tengo tiempo de caminar la plaza antes de que se largue la marcha y yo con ella.
Para cuando piso la 9 de Julio me han obsequiado un par de secas que junto con el brauni me ponen a boyar de lo más campante. Para encontrar a quien supongo también anda por ahí fumando, avanzo hasta el frente de la manifestación, decidido a peinarla. En el centro de la avenida de Mayo me pongo a caminar. Pero en vez de mirar al Congreso le doy la espalda, ¡camino para atrás! mientras contemplo a la multitud manifestante. Voy un poco más lento que la masa, es decir que todos me superan y al mismo tiempo me ven caminar en su misma dirección, sin pausa de espaldas, hacia atrás. 
lo que se hace por amor
Seis cuadras transcurren sin que me de vuelta, lo que provoca reacciones diversas (por qué caminás para atrás, me interrogan; estoy buscando a un amigo, miento; otros hacen música o ruido y un grupito entona la melodía de la pantera rosa para acompañar mis aterciopelados pasos). Voy de lentes espejados (la lente derecha está partida en múltiples fragmentos, que sin embargo en su mayoría aún se sostienen en el marco), lo que por un lado me aísla y distancia de las miradas ajenas motivando sospecha, y por otro me asegura una situación en la que mis emociones más íntimas siempre estarán a resguardo. Decido entonces quitarme los lentes, pero la luz me molesta muchísimo (ando con un problemita en los ojos), lo que me permite justificar esa cobardía y volvérmelos a calzar. Es una performance con que contribuyo a la alegría de la jornada. 
   La verdad, fue un fiestón. Los jóvenes ofrecían por módicas sumas ingeniosos y sabrosos comestibles (no sólo con thc) preparados con sus manos y su amor, lo que sin dudas contribuyó a la notable buena disposición general. Sin que se registrara el menor conato de violencia, una vez llegados al congreso la manifestación más duramente política resonaba desde un camión altavoz. Pero no totalizaba el encuentro, que tiene todas las condiciones para en unos años disputarle a ésta el título de mayor fiesta pública de la ciudad. Hablaron políticos, representantes cogolleros, militantes por la libertad y el abogado del rock. Las consignas no pudieron ser más agradables: cultivo mi flor, no al narcotráfico, mis actos privados son míos, etc.

miércoles, 18 de abril de 2012

Liepnitzsee

también yo sueño solo
dos conversadores
a la orilla de un lago
junto a tres desconocidos
que hablan de viajes
sueño solo
buenos viajes
-me los juno-
de cabotaje
veo un vestido de verdes
con trazas amarillas
veo los juncos
un oleaje
adentro te nace
un oleaje avasallante
sueño solo
hablan de recetas
uno explica una sencilla y buena
pero no tan fácil
no es gente que me pueda dar trabajo
yo también voy a bañarme
tal vez después o durante
tal vez no
tal vez debería ir y ofrecerles mate frío
sueño solo
pedirles conversación
igual con vos habría sido más lindo
te dura cada vez menos el shot
igual valen la pena
esos transformers libélulas fulgentes
en vuelo brillantes al sol
voy al agua
a pesar de la espalda
nado unas brazadas perfectas
a la luz de los árboles
pasan unos en bote
en bolas
como yo
como uno de los tres conversadores
el que llegó primero y se desnudó
solo en medio de la gente
tiene una pulsera del fusion
pero no rosada como la tuya
sino azul brillante de artista
tal vez de técnico
los otros dos se bañan en calzoncillos
tal vez porque son amantes
juguetean
se ríen a mis espaldas ahora
están contentos
sueño solo
ayer escribiste un artículo firmado
Paul, un pulpo Mundial
le arruinaron el título
les pido faso
les ofrecés mate frío
no quieren
desde la orilla opuesta
llegan gritos de gente ruidosa
gente que chacotea
no podés ser tan loco
o vivís o no molestás
una culebra grande
un rayo cruza a nado
paralela a cada curva de la costa
el que está desnudo la señala
me acerco a mirarla
es mi amiga
de otras veces
la tengo vista
acá a esta hora
la quiero como quiero el lago
sueño solo
hablamos de dostojevsky
hace más de un año
que lo venís leyendo
es la parca
que te manda postales
el trabajo no es un lobo
no se pierde en el bosque