domingo, 9 de diciembre de 2012

lombrices bíblicas

   Durante semanas preparo un paraíso terrenal con la basura más suculenta: cáscaras de bananas, manzanas, peras y melón (cítricos no), hojas de alcaucil bases de espárragos ya chupados, carozos de aceitunas, tiras de zanahoria, zapallito, calabaza y berenjena. Todo reducido a partes pequeñas y entreverado en la tierra, de modo que la llene de sabores. Días más tarde echo una lombriz. Está medio muerta, apenas se mueve, porque la rescaté de entre cascotes secos y arcillosos que dejaron en la plaza máquinas cavadoras que abren un pasaje para autos, y está apretada y reseca. Después de haber vivido en el desierto, despierta ahora en ese vergel, es tal la diferencia de sensualidades entre su mundo anterior y el nuevo, tal la riqueza que la rodea y la copa, que vuelve a nacer. En un auténtico paraíso, donde el suelo tiene la granulosidad justa para que desplazarse sea un placer, hay una humedad que la hace fluir con la cadencia de un soneto de Góngora y a cada paso se topa los más exquisitos y diversos manjares.
   Sólo un dolor le depara el paraíso: no hay quien le haga compañía y ni un minuto deja de sufrir la soledad, que más que ninguna otra cosa anula y deja mochas las terminales nerviosas. Como su vida anterior se ha borrado en un barroso infierno, extraña algo que no llega a recordar, no sabe bien qué es -la sociedad-.
   Pero tres días más tarde encuentra que en el paraíso hay otra lombriz, traída de la humedad lindera al río. De tamaño apenas menor que el suyo, todavía un poco desnutrida, despertando como ella a la vida. Ahora podrán reproducirse y poblar el mundo, serán las lombrices originales. Tengo la esperanza de que su biblia no contenga ninguna de las taradeces de la nuestra y sí toda su poesía. Entre otras cosas porque las lombrices todavía tienen la suerte de ser hermafroditas.

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