miércoles, 19 de diciembre de 2012

la china II


   La visita de la china terminó con la espectacularidad de una gran obra de arte. Tras una semana y media en que nos fuimos acostumbrando a compartir la cama (llegó a reclamarme que después de llegar agotado del casamiento de mi hermana u otras reuniones sociales y laborales no tuviera energía para el sexo; tuve que explicarle que la frecuencia de garche en los matrimonios constituidos de gente de nuestra edad es con suerte dos por semana; “¿en serio?”, preguntó desilusionada), partimos a pasar un fin de semana a una estancia en los confines de la tradición argentina. Hacía ese frío del más puro invierno pero el cielo era un diamante ladrador, y en la habitación de la magnífica casa, que en el pasado perteneció al General Riccheri (de acuerdo con la adoctrinada explicación del peón que el domingo nos sacaría a hacer una recorrida a caballo), puse la salamandra a volar minutos después de haber puesto pie, de modo que para la noche pudiéramos andar desnudos y se cumpliera mi plan.
vestigios de una grandeza presunta nunca probada
   Así, cuando se hicieron las 20 30 del sábado, tras haber cenado un guiso de campo con ensalada (de entrada) y media botella de vino, solicité una vela. La esforzada muchacha a cargo de la gestión nocturna no quiso darme velas comunes de sebo barato y ennegrecedor, y sólo quedó satisfecha cuando encontró un velón amarillo de base cuadrada que juzgó adecuado para la noche sensual que en su imaginación tendría lugar. Entonces nos recluimos en el cuarto. Allí le suministré a mi compañera una dosis -calibrada para su peso gracias a una balancita de precisión que me regalaron mis amigos- de la mejor droga que existe (mdma), a ella, sí, que ni siquiera había probado la marihuana y apenas el alcohol. Todo con su consentimiento y después de haberla puesto al tanto con la mayor de las honestidades de todo lo que implicaba la droga.
   -La tomo porque me la das vos -dijo-, de lo contrario nunca lo haría. Yo no soy drogadicta. ¿cuándo me va a hacer efecto?
   Le dije que se olvidara del asunto, y salimos nuevamente al frío de la noche, caminamos unos metros, nos acercamos al fuego que crepitaba en el magnífico hogar de la sala de estar de la señorial mansión, estuvimos pelotudeando ahí un rato hasta que de acuerdo con los cálculos que me permite la experiencia determiné que ya estaba próximo el momento en que mi compañera empezaría a transitar una de las mejores noches de su vida. Y volvimos al dormitorio.
   Como estaba previsto, media hora después de habernos metido en la cama había caído en un agradable estado de lasitud, y en el doble de tiempo estaba desatada. “Muchas gracias”, repetía, “muchas gracias por este momento tan hermoso, me siento tan bien. ahhh”. Fue una noche de inolvidable desenfreno, que pasamos ambos integramente desnudos en grados diversos de contacto, e incluyó, a pedido de ella, sesiones fotográficas, vistas frente al espejo y algunos experimentos.
   Tres días más tarde se fue, no sin antes hacerme una generosa invitación a París en febrero. Le dije que no. Tengo que remontar primero el barrilete descolado que es mi vida. Ahora me escribe mensajes melancólicos desde Seúl, donde nieva y hace -10 y perdió las elecciones. Quién sabe si volveremos a vernos, y cuándo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario