lunes, 3 de diciembre de 2012

Máquinas parlantes

Somos máquinas parlantes, sostiene la teoría que ve el cuerpo humano con su psiquis como una razón mecánica. Explica que lo que burdamente rotulamos de “sentimientos” no escapa a ese régimen y es sólo el efecto de la química cerebral, por muy compleja que sea.
Por favor, encendé las luces”, escucho que le dice el sistema de navegación al hombre que conduce mi regreso a la urbe que me vio nacer. Igual que el célebre “estoy muerto” de EAP, es un enunciado imposible (lo que no impide que lo hayan pronunciado al menos una vez quien programó esas máquinas infernales y la mina que prestó su voz para la grabación). Imposible por la conjunción, por un lado, de la marca dialectal rioplatense (en la forma de la segunda persona del imperativo presente, que restringe su ocurrencia a esta parte del mundo y a personas entre las que media una relativa confianza) y, por el otro, del verbo “encender”, que nadie usaría aquí (es decir en la circunstancia definida por la marca dialectal) en ese tiempo y modo, ya que corresponde a un registro formal incompatible con ellos (posible sería en cambio, porque sí hay un hablante para esas palabras, un acartonado secretarial “encienda las luces, por favor”). “Ché, prendé las luces”, o si no directamente “no te vayá olvidar lo faro”, sin ningún “por favor” pretencioso en su afectación de cortesía, es lo que uno espera escuchar en cualquier auto argentino.
Los “navis” se suman así (aunque no hace falta) a un modo específico de máquinas parlantes, las que no entienden nada.

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