¿Cómo se vuelve a los lugares donde la locura y el amor desesperado
dejaron su impronta indeleble en el cuerpo y la mente? Lugares que
todavía muchos años después de haber quedado atrás siguen
marcando un tic tic en las entrañas, un tic tic de terror y piedad
porque guardan esquirlas de felicidad y dolor hasta entonces
ignorados, de indestructible loca juventud.
Desde que me fui,
las formas del regreso visitaron brumosas mis amaneceres, pero
horizontes más recientes y ordenados -menos aturdidores para un alma
vaga y vapuleada- tenían más poder y ganaban una y otra vez la compulsa.
Hasta ahora. Porque ahora la muerte, haciendo ondear su estandarte de tristeza, hizo que ya esté pisando de nuevo los viejos sitios donde amó la vida y tejió tantos sueños, donde viví
en la posibilidad y enterré una vida: la ciudad que me enredó en la trama de sus líneas de metro, que me vio hacerme hombre (y
mujer), la más enloquecida y delirante de las que conocí, la gran
capital de la hispanidad.
Atrapada por su pasado (suéltame pasado) |
Y sin embargo la ciudad a la que vuelvo después de 15 años ya no existe: me fui del DF y estoy ahora en la Ciudad de México. Que por lo demás
se reconoce en casi todo, si bien como la mayoría de las ciudades siguió mutando en su particular régimen de acumulación.
Lo muestra la Cineteca, engrandecida de un modo que hace honor a lo
más granado de su tradición arquitectónica.