-No,
nunca me sometería a esa estafa.* ¿Lo necesito?
Asiente
enérgicamente.
-A
ver, ¿por qué? Me interesa más tu diagnóstico que el de cualquier
profesional.
-Porque
sos taan estructurado…
-¡Vos
me decís que soy estructurado! -mi énfasis está un punto por
encima de lo conveniente- ¿Vos, la persona más estructurada de la
tierra, me dice a mí que soy estructurado? No tenés idea. A mí,
justamente, que integro el 0,03 por ciento de las personas más
libres de la tierra -le contesto con esa idea que ya empieza amostrar signos de uso-.
-Bueh,
no nos vamos a poner a competir a ver quién es más libre.
-Clah,
¡no! Pero es asombroso que alguien que es la estructura misma me
eche en cara ser estructurado.
-Mi
paranoia es una cosa distinta -me dice el mismo que se catalogó al
menos dos veces en cinco minutos de “neurótico” sin que nadie se
lo haya preguntado-.
-Sí,
es menos que tu estructura y a la vez es una función de la misma
-así aprendí a hablar por trabajar de periodista-. Y lo mío no es
estructura. Es otra cosa.
-Sí…
-responde entonces, con sorprendente velocidad para admitir la
verdad, porque la ha reconocido de manera quasi-epifánica-. Es
verdad, es otra cosa… ¿qué es?
-Otra
cosa.
-Sí,
pero qué.
-Otra.**
No me corresponde a mí decírtelo. Si me insistís tanto hasta que
te lo diga obviamente te lo voy a decir, aunque no creo que te
importe tanto…
-…
-Además
-engolosinado como estaba, ya nada podía detenerme-, vos decís que soy
estructurado, y sin embargo desde el principio fui yo quien te habló
con la mayor franqueza, la misma con que te hablo ahora. Vos en
cambio nunca abandonaste esa desconfianza irreductible, una
prevención que marcó el tono, el ritmo, el momento desde la primera
palabra que cruzamos.
-El
mundo es una mierda.
-Y
encima eso. Si no te gusta vivir, como andás pregonando, si la vida
es tan desagradable, matáte –el sujeto había destinado 29% del tiempo a llorar lo terrible que es su vida–. ¿O por qué
no te matás? ¿Para no provocarles ese dolor a tus seres queridos?
¿O a vos te gusta vivir así, en la cobardía y el cinismo? Porque
además, si es cierto que sos tan marxista leninista y antiburgués,
como no te cansás de declarar –¡también tres veces en diez
minutos!–, ¡hacé algo! Hacé algo por generar nuevas condiciones
de vida para vos y para otros. Declarar que todo es una basura y no
hacer nada a lo único que conduce es al resentimiento, ¡te pegjudicás vos! -je connais mes classiques-. No es ni siquiera una
fuerza, una energía que te pueda dar fuerza para emprender algo. Es
una cárcel en la que te envenenás… ¡Ah! Y la próxima vez que
vengas, bañáte.
Se
fue y no me dirigió más la palabra. Tal vez lo lamento.
*Es
posible que la palabra no sea más que una metáfora poco diáfana y
como tal no brinde una buena descripción. El problema del psicoanálisis es su miseria
(pauperrimez tanto como vileza) conceptual. Que tiene el efecto de
miserabilizar (ibid.) el mundo, las relaciones personales, sea en el
marco de la parentela, el amor y el sexo, o de cualquier forma de
interacción social. Son los límites que impuso hace ya varias
décadas a su propia imaginación.
**La
verdad pasada por el tamiz de la civilización