jueves, 14 de junio de 2012

intensidades


    Todavía me atrevo a sostener que procurarse intensidades es una de las vías para tolerar lo real, o sea la (idea de la) muerte. La intensidad puede venir vestida de amor, sexo o dinero, del vértigo de la fama. O en vez de ropajes bellos y rutilantes lucir otros tremendos: un accidente mutilador, la ruptura amorosa, la muerte de un hijo (no se me ocurre ejemplo más extremo: me tocó ver a mi cuñado, moroso filósofo administrador de emociones, llorar a mares ante la vista de su hijo en una cama de hospital, entubado sin poder siquiera hablar; me tocó ver llorar también a mi hermana, hundida en la angustia de la amenaza fúnebre).
  La busca de intensidad ofrece también explicaciones para el uso de estimulantes, el sexo salvaje y los deportes extremos: en todos los casos se procura que algo exterior o interior se apodere los sentidos (la mente), ya lo sabe la música que aspira a sonar copando orejas.
   Como ocurre cada tanto, mis amigos nucleares me invitan ahora a jugar con ellos al fútbol. “Si llego a jugar al fútbol termino internado”, me niego. “Pero con todo lo que vos hacés, que nadás, andás en bicicleta”, contesta uno, “jugar al fútbol te tiene que resultar un paseo”; “no para nada”, respondo a mi vez, “la clave está en la intensidad”. Puedo bailar, nadar etc durante horas, incluso mantener durante horas una relación sexual (¡deportes de deslizamiento!), pero siempre en un régimen de baja intensidad, como si fuera un guerrillero. Cuando ellos practican ese juego ajeno a mi naturaleza que es el fútbol, en cambio, lo hacen con tal grado de compromiso y seriedad (con tal intensidad) que mi cuerpo no podría superar el trance.
   Dijo GD: ce serait ça, l'intensité de la chose, qui serait, qui remplacerait son essence, qui définirait la chose en elle-même: ce serait son intensité. Y es que para mí (para nosotros) la intensidad está en el matiz.

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