jueves, 12 de abril de 2012

the void

Enter the void, la visibilidad reaccionaria
   Visualmente fastuosa y por momentos deslumbrante, onerosa producción (12 millones de usd, presupuesto por el que delira cualquier director argentino y la mayoría de los franceses), la tercer obra de Gaspar Noé tiene 45 minutos de sobra. A esa excrecencia narrativa que un montaje adecuado subsanará agrega problemas insolubles: el retrato convencional (pobrísimo) no sólo del submundo del consumo y la venta de drogas sino también de las relaciones interpersonales y amorosas, con especial acento en el mundo queer (atrasa 40 años: aparecen dos putos, uno un chiquillo miserable que con su venganza de resentida ocasiona la muerte y la desgracia; el otro un dealer sin dientes al que ya no se le para de tanto abusar de las drogas, que se venga de quienes le chupan la pija muerta pasándoles un dedo encacado por la nuca y se rodea de gente fea y alienada). 

Con una amistad reciente (promisoria) 
voy a ver Enter the Void
   Un asomo de osadía (de vanguardia) puede encontrarse en la subrayada sugerencia de un incesto fraterno entre los personajes centrales (que lucen una hermosura extraterrestre: sobre todo ella, copa la película con su cuerpo divino), si bien esa relación no convencional se trunca con la muerte y se justifica en el pasado terrible de los niños: perdieron a sus padres, un esplendoroso matrimonio neoyorquino, en un horrible accidente de auto al que el espectador se ve expuesto una y otra vez.
   La película pone en acto una teoría sobre la vida post-mortem y la reencarnación, según la cual después de morir uno ve el mundo que ha dejado y repasa lo vivido en espera de decidir en qué cuerpo volverá a la humanidad. Uno de los personajes la enuncia, y acto seguido la narración la confirma en cada detalle. El film confina sin embargo esta posibilidad a la endogamia, encerrándola en los recovecos de la historia personal, que aún en esa dimensión cósmica termina siendo la misma prisión que propone el psicoanálisis: ni siquiera la muerte libera del karma familiar.
   Como más de una década atrás lo hiciera Requiem for a dream (Aranofsky, 2000), Enter the void estetiza con conmovedores artificios la visibilidad reaccionaria. 

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