viernes, 4 de abril de 2014

intensidades II

    Uno de mis históricos amigos íntimos se entera en Melbourne, donde vive desde hace años, de que su padre murió mientras junto con su madre vacacionaba en México. Se toma el avión y aunque tarda 36 horas llega a Buenos Aires antes que el cadáver y la viuda. Ella, vistiendo aun el traje de baño que no se sacaría en 27 horas, le ha advertido por teléfono: “no te acuestes en la cama de tu papá”. Pero no sirve de nada, porque al llegar a la ciudad donde nació, el estrenado huérfano se entera de que dos de sus tres hermanxs (la tercera había viajado a México para los trámites de repatriación del cuerpo) no perdieron tiempo y ya se tiraron en la cama del hombre, la abrazaron, y llorando apoyaron la cabeza en la almohada.

a mi última fiesta de disfraces llegué 
con una camisa de toalla amarillo patito
que había sido del muerto
¿Qué es esta devoción por las ropas de cama de un muerto (o de alguien a quien se ha perdido, como sabe cualquiera que haya sido abandonadx por un gran amor)? Es que esos objetos permiten por un instante volver a percibir mediante los sentidos (especializaciones del tacto) a quien se ha vuelto para siempre insentible: el olor que dejó en su ropa y en sus cosas es lo último que podrá percibirse de esa persona del mismo modo que si todavía estuviera. Porque aunque el intelecto o las grabaciones en formatos cada vez más diversos permitan recuperarla en múltiples recuerdos y no olvidarla (e incluso besarle en sueños), para los sentidos de la vigilia se ha perdido, y ésa es la fuente de todo el dolor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario