miércoles, 25 de julio de 2018

mar de fondo: les agonizantes



agonizante
    -Me estoy muriendo...
    Se ríe al decirlo y fuma marihuana en una silla de mimbre, a la sombra de un techo de paja cuadrado. A sus espaldas las olas son de tamaño y violencia extraordinarias porque -informan los medios- hay mar de fondo en la costa de Guerrero. Comparte esa idea -ese momento, ese estado- conmigo y con otra amiga, a quien trajo hasta este confín mexicano, lo mismo que a mí.
    -Yo también -contesto-, aunque vos según parece a tasa mucho mayor.
    La conocí hace casi veinte años en la cdmx, ella se estaba convirtiendo en concertista y maestra de piano; dejé de verla mucho tiempo (aunque me visitó en Berlín), hasta que hace unos años nos reunimos para ir a Montevideo, donde nació -me pidió que la acompañara porque no quería enfrentar sola el pasado-.
    Hace un año y medio el cáncer de riñón que dijeron haberle extirpado hizo metástasis y la desahuciaron, le dieron pocos meses. Desde entonces una vez a la semana le administran una variante de quimioterapia de las menos lesivas, así que aunque no perdió el pelo sufre diversos trastornos, entre ellos cardíacos y digestivos. De este modo, si bien el cáncer parece haberse detenido o al menos ralentizado tanto como para no representar una amenaza inmediata, la quimio y la cantidad de pastillas y pastillas para las pastillas van produciendo alteraciones que obstaculizan la vida. La acompañé a hacer
igual me bañé
trámites varios (en su mayoría relacionados con seguros por invalidez y finiquitos laborales que le habrán de reportar sumas no despreciables, que se destinarán en parte a la una enormidad de gastos en medicina, hospital y cuestiones conexas), y en el centro histórico de la ciudad tuvo que parar cada treinta metros porque no le daba la energía.
    La mayoría de las veces me llama “flaquito”, pero no son pocas las que prefiere "yegua", “perra” (y su hipérbole insuperable: "jauría")  o “loca” (“callate loca” dice, me lo copió), “maría” (la sirvienta por antonomasia), lo último con una insistencia ante terceros que les produce incomodidad por el desprestigio que tiene el trabajo doméstico, sobre todo si lo hace una mujer. Es que estoy ayudándola: conduje su auto para llegar hasta acá, le suelo cebar mate, y lo hago porque soy buena. Me quiso honrar designándome vicepresidente del Marchicomio (su apellido es Marchisio), institución creada hace casi dos décadas para albergar las demencias que la rodeábamos. No acepté: renuncio a los honores pero no a la lucha, le dije. Lo que sí, robo para ella, que me hizo venir.
    -Me lo dijo el mecánico, a mí el mecánico me bate la posta: el cáncer es 30 por ciento físico y 70 por ciento mental; es una cuestión de actitud ¡es así! -dice ahora con el tono de quien está en gira de conferencias Cómo me curé, tono que la posee cada vez que le dan los resultados de su tomografía cuatrimestral. Esta vez indican de nuevo que los tumores no avanzan-.
terapia de amigues
    Desde que le dieron el diagnóstico pasó por numerosas etapas, siempre con la conciencia más o menos suspendida de que no le queda mucho tiempo. La última novedad de su vida es un novio. Cuando pensé que nunca más iba a coger la vida me regaló esto, dice en referencia al argentino de rulos entrecanos con quien se encierra a dar gritos destemplados a la siesta, a la noche y en todo momento en que no están comiendo o fumando faso. Él es dibujante, está becado por el estado mexicano para hacer ilustraciones que acompañarán una edición del Quijote. La mayoría de las que vi hasta ahora son escenas sexuales (inspiradas en su experiencia más reciente) que difícilmente alguien relacionaría a priori con el personaje cervantino.   
    -Se ve que la terapia de amigues, fiestas, tabaco, alcohol, marihuana y playa funciona -enumera-. Y ahora, encima, agregué el garche.

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