En
la quinta que una amiga alquila durante el verano en Pacheco, una
madre se manifestó alarmadísima por la relación que su suegra
(mujer
infernal, pero que por haber entregado incondicionalmente su alma -al
dinero y el darwinismo social- luce un tinte de grandeza) tiende a establecer con su hijo, de dos años y meses.
“Donde
está tu papá”, preguntó el crío, en su presencia, a su abuela
paterna. “Muerto”, contestó sin faltar a la verdad la veterana.
La madre del niño, ayudada por una pasmadora ingenuidad, pretendía
que todos los presentes (incluidos los tres hijos de la señora,
entre ellos su propio marido) compartiéramos la reprobación que le
inspiraban la respuesta y sobre todo la libertad que se había tomado
la sincera abuela de contestar sin consultarla una pregunta tan delicada, de
ésas cuyo tratamiento, según ella, es exclusiva potestad parental.
-Lo
mismo que si a mí un nene de otra persona me pregunta cómo nacen
los bebés; yo no le voy a responder -sostenía la troglodita-.
Preguntále a tu papá le digo. Es algo que deben contestar los
padres de acuerdo con su propio criterio.
El
resto de los presentes (los tres hijos de la abuela del niño,
incluido el marido de su alarmada madre) le discutía. Pero no su
idea preservativa de la relación entre el niño y la verdad, sino
sus intenciones de interferir el vínculo con su abuela y la
absurdidad de querer controlar hasta el menor estímulo capaz de
incidir en la psiquis del infante.
-A
mí cuando pregunté cómo salían los hijos de la panza me dijeron
que a las mujeres les hacían un tajo y los sacaban -se quejó a su
turno de los presuntos eufemismos explicativos una joven nacida en
Rusia, agregando que la idea, en la que creyó mucho tiempo, le
parecía “una agresión muy fea” que la había hecho rechazar
durante años la idea de maternidad.
Hoy
la rusa también es madre, y esa noche sorprendió a toda la
concurrencia (incluso a su azorado marido) al contar también que al
venirle la menarca su madre le puso en las manos una película
pornográfica. “Me quedé cinco días mirándola, estaba
fascinada”, agregó con nostalgia. “Volvía de la escuela y lo
único que hacía era mirar esa película”.
-¿Aprendiste
la lección? -preguntó mala onda fascistoide su cuñado, el padre
del niño que desató la discusión.
La
segunda instancia de su iluminación, también facilitada por mano
materna, fue una edición rusa de la obra del marqués de sade. La
rubia y temperamental mujer repitió su deslumbramiento adolescente
por el alto voltaje sexual de la obra, mientras todos los presentes
la escuchábamos sin llegar a dar crédito completo a lo que decía.
Estábamos hablando de Rusia Comunista y de una educación
superadora.
-En
ese libro se describen copulaciones homosexuales, masoquismo,
violencia -recordé en un intento de justipreciar la osadía y
vanguardismo de su educación rusa.
Fue
entonces que la madre del niño que ya no ignora que su bisabuelo
está muerto encontró por fin la ocasión de mostrar su corrección
política y apertura mental: arrobada, con los ojos húmedos, me
contó (de no tenerme como oyente ni se le habría ocurrido
mencionarlo) que las primas de su hijo, más grandes que él, lo
visten de mujer y lo pintarrajean.
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