En
la carpa me quedo en calzoncillos. Me los voy a terminar sacando
también para guardarme en la sábana, pero antes acomodo mi bolsa de
dormir. Con Friedrich dormimos ya innúmeras veces en la
misma carpa, y llegamos incluso a convivir un tiempo en concubinato
de a tres con una mujer. Pero desde que se casó y formó familia rechaza cualquier contacto físico que
supere un abrazo, lo máximo es el suave beso en los labios que él
mismo me coloca de vez en cuando, por ejemplo ahora que está de
viaje por Sudamérica. Lo que no quita que al verlo a él también en
calzoncillos me den ganas y me acerque y lo abrace para sentir su
piel contra la mía, pasarle mis brazos largos por la espalda lisa y
chocar los vellos de mi pecho y mis tetillas contra su piel desnuda y
lampiña. Lo empujo contra mi cuerpo y él libera una risa nerviosa
como de un niño al que se le hicieran cosquillas. La reacción se
amplifica cuando con el índice de mi mano izquierda le hago a través
del calzoncillo una caricia alrededor del bulto y se lo acaricio
después con cierta firmeza. En eso se escucha una retahíla de
aullidos puercoespines. Parece que están a metros de la carpa. Mi
amigo se queda inmóvil y aflojo el abrazo, retiro mis manos y me voy
a mi lado, a mi bolsa de dormir. Que duermas bien, le
digo, y pienso en el Yasi, que está ahí cerca escuchando y
silbando, preparando su entrada en escena durante la noche. Y sin
embargo, sacando un par de veces que el frío o la dureza del suelo
me hacen abrir los ojos, o que escucho repetirse tras la bruma el
curioso grito, duermo en continuado.
Hasta
que tempranísimo de mañana me
saca del sueño el
estruendo de
las
aves, de
increíble
potencia, increíble que ensordezcan
a tal punto el aire. Me
levanto para ir en busca del agua caliente, porque
soy
adicto al mate.
Pero no son todavía las seis y
Kunz
el
Yasi dijo
a las seis y media, así
que decido esperar y bajo a
la
orilla del
río. El
agua corre
la mañana es veloz |
a gran velocidad, se nota que bañarse
ahí
es
riesgoso,
si
bien no
sé cuánto
si
uno
es
buen nadador.
Muchas
veces escuché
relatos atemorizadores
sobre
remansos
traicioneros que te
chupan. El agua
se
ve tumultuosa.
Hay
zonas donde se nota que debajo hay movimiento, masas de agua que
borbotan
con
fuerza. Y es lógico pensar que los mismos volúmenes se hundieron
previamente
con ímpetu parejo y
pueden
arrastrar
un cuerpo de tal modo que ni el mejor nadador consiga
sustraerse.
A
las seis y media me acerco de nuevo a la casa del Yasi a ver si se
levantó. Pero todo está cerrado, la puerta con la llave echada.
Podría ser que todavía esté durmiendo. Que la gripe le haya
impedido levantarse de la cama. Pero también podría ser que no
esté, porque si no, para qué echar llave en ese desierto. O que
nunca haya estado, aunque eso es difícil porque se quedó con mi
termo. A lo mejor está durmiendo. Voy a esperar un poco más. Más
cerca de las siete. Dijo que se iba a las siete. Adentro de la casa
no hay ruidos, no se escucha nada. Pero a lo mejor está ahí.
Acurrucado desnudo bajo las mantas de la gripe. Pasan otros veinte
minutos y mi inquietud crece. Porque sigue sin aparecer y sin hacer
ruido. Y aunque no haya ido a trabajar debería haberse levantado. En
el campo la gente se levanta bien temprano. No tiene nada que ver que
esté enfermo. Una cosa es enfermo otra que no se levante. Debe ser
que ya se fue. Se fue en mitad de la noche y se llevó mi termo. Es
un termo que aprecio mucho. Tiene una calcomanía que reproduce un
autorretrato célebre de Frida Kahlo. Cuando mi papá me lo regaló
le hice un par de comentarios desdeñosos, que él tomó como signo
de desprecio. Pero el termo me gusta cada vez más y lo quiero y no quisiera
perderlo por nada. Así que ahora pienso que el Yasi me lo ha robado.
Me lo merezco en realidad. Eso es tener plata en un mundo donde hay
pobreza: la idea de que los pobres nos van a robar. Es que si yo
fuera pobre, si yo fuera el Yasi que está en medio del campo y caen
dos extranjeros motorizados con un termo de frida kahlo les robaría
todo lo posible y me los comería asados. Por el sólo hecho de que
tienen la dentadura completa. Pienso todo esto mientras rodeo la
casa, tratando de escuchar algún ruido. En un recodo llego a un
lavadero o algo así, un trastero al aire libre, donde encuentro
cantidad de objetos desguazados. Restos de un saqueo. O de un
naufragio. Son las cosas que el Yasi tira ahí, las partes simples de
objetos complejos que no entiende hurtados a sus víctimas. A las
siete me decido y doy unos golpes en la puerta en medio del silencio
del río. Adentro no hay reacciones, no se oye nada. Sólo el canto
de las aves desde los árboles, ya muy mermado en comparación con
estruendo lleno de visiones que me despertó antes de las seis. Se
fue. El Yasi se fue y nunca más lo veremos. Hasta que sí escucho
algo, algo se mueve adentro. Respiro, ¡recuperaré mi termo! Qué
idiota soy, qué poca idea tengo. Los ruidos se acercan, la cerradura
gira, la puerta de aluminio se abre y adelante tengo al Yasi envuelto
en paños verdes que le cubren el pecho y se le enredan por la
entrepierna, y junto con él sale una vaharada sofocante de aire
húmedo y espeso que me hace retroceder. A sus espaldas los objetos
de la mesa forman un remolino tumultuoso, todavía
en pleno vuelo.
Estoy enfermo, dice con voz selvática, en los ojos una vibración
fucsia. Me disculpo por sacarlo de la cama, dice que no por favor y
pregunta si vengo en busca del agua caliente. Sí pero no hay apuro,
todavía estamos juntando las cosas, tenemos que esperar que se seque
la carpa. Porque está empapada por encima y por debajo. Con
Friedrich la extendemos sobre la barranca a pleno sol, y un rato
después vuelvo a casa del Yasi en busca del agua. Está sentado en
su galería tomando su mate. El termo a su lado. Lo señala con el
cuerpo. Fuma. Un cigarrillo que acaba de liarse. Mira el río, el sol
todavía bajo que se refleja en las aguas extensas del río. El Yasi
Kunz. Me ofrece un mate. No, gracias, prefiero no correr el riesgo de
contagiarme, le explico. Está bien dice. Se encoge de hombros. Tal
vez haya estornudado su gripe en el agua del mate, se me ocurre
mientras camino con el ansiado termo. Pero no creo. Eso no lo creo
porque el Yasi es bondadoso. Es la bondad misma. Está arrinconado en
su historia como cualquiera, habla otra lengua, morirá más joven (o
tal vez no, pero da igual).
qué lindo termo |
Al
pasar con el auto
ante él para
irnos bajamos a saludarlo. Nos sonríe, amable cocinero y
calentador del agua, sabedor de que nunca
más volverá a vernos y nos
olvidará, que pasaremos a integrar los indicios laterales que tiene
del resto del mundo, de la gran ciudad
donde nunca estuvo, del
océano que nunca vio, de otro continente
que es otro planeta. Nos
sonríe, nos da
su bendición de duende.
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