El arte institucionalizado
me tiene entre sus concurrentes sólo de modo ocasional y siempre que
medie invitación de amigos. Aprendí que es muy poco lo que vale la
pena, además de que no hay nada indispensable (Shakespeare, por
poner un caso célebre, no había leído a Shakespeare, bache de
formación que sin embargo no le impidió escribir la magnífica obra
del cisne de Stratford-upon-Avon). Por eso fue inevitable escuchar
como se escucha una propaganda los esfuerzos de mi amigo Tito Rolando
por persuadirme de no faltar a la apertura de la exposición que
montó en la ciudad de México.
-Va a ser un hito no en la
historia del arte, sino en la historia de la civilización -me
repetía.
El nombre de la muestra era
Tacto, sentido que según la presentación escrita por Tito
nos habilita por primera vez la estridencia del mundo, al estamparnos
en el cuerpo el trance del nacimiento, así como más tarde los
orgasmos, el frío y el estar (el ser). En el breve texto, Tito
también recuerda o establece que es con el tacto que sentimos el
dolor, “todos los dolores, incluso el psíquico”, alardea. Tal
inmediatez con lo real lo convierte en “la fuente del miedo y todas
sus consecuencias (la civilización)”. Según asegura el texto, “de
los cinco sentidos es el menos codificado, el que la civilización
menos tocó”: no hay artes táctiles, que sí existen para el resto
de los sentidos, aunque sea en la forma inestable y poco formalizada
del perfume o la gastronomía.
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