domingo, 3 de abril de 2011

O vivís o no molestás II


   Las cuadras de ciclaje hacen que a pesar del frío llegue a casa empapado en sudor; el alcohol y la marihuana me gestaron un tenue dolor de cabeza que se convertirá en su hermano mayor en el curso de la mañana y vendrá a despertarme. Tengo que esforzarme un poco para encadenar la bicicleta en el Hof del edificio, aunque dado su cochambroso estado y el buen tono del área prácticamente puede descartarse que alguien se la quiera robar. Estoy en Prenzlauerberg, parte del Berlín que fue comunista, a cinco cuadras de la línea de adoquines que recuerda el trazado del Muro, y más allá de las esperables excepciones los habitantes de la zona son jóvenes que medran holgadamente en la nueva economía de los medios electrónicos. Revestidos de una pátina de alternativismo que no se creen ni ellos pero les da sentido de comunidad, los que no tienen hijos pequeños están en su busca.
   Sobre la mesa de mi dormitorio encuentro un mensaje en dos tiempos: “llamó Silvia. y Friedrich - M.”. La nota incluye los nombres de las tres personas que de algún modo han moldeado mi vida de los últimos meses: Michael, que firma la esquela y me cobra por el cuarto donde la leo; Silvia, a quien vi por primera vez hace más de 20 años, en mis primeros días de colegio secundario, y Friedrich, mi tal vez único amigo alemán. El otro signo de que Michael estuvo en el cuarto es el frío: al irme había dejado la calefa a media marcha y ahora está apagada ¡en cero! Michael lo hizo, seguramente después de que al entrar al cuarto para dejar la nota lo invadiera una ola de indignación, porque en su cabeza no entra que alguien pretenda llegar a una habitación templada cuando en la calle hacen cinco grados bajo cero.

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