No
hay mayor obra de arte (también porque es colectiva) que una fiesta.
Y ya he sido parte de la primera (en esta segundo arraigamiento) expresión de esa forma de felicidad en
territorio nacional: la celebración de un casamiento entre hombres,
a la que encima asistieron la intelectualidad y el arte por igual.
Numerosas personalidades de la literatura y el pensamiento,
de la teoría y de la vida como arte, la canción, la actuación etc
festejaron -festejamos- junto con los contrayentes, que son en sí un
crisol de tensiones estético-políticas y gozan ya de un destacado lugar en lo
más bullente de la vida de esta ciudad.¡En la cresta de la ola!
A
mitad de esa noche sin un segundo libre de performance fuimos sorprendidos por la distribución de unas
golosinas químicas que nos pusieron en el mejor de los estados.
Incluso a Ulrik, cuya afición a las caricias y los besos se exacerbó
hasta el límite de lo soportable. Qué risa. Y nos vimos obligados a
abandonar la sala antes de tiempo. Qué lástima.
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