martes, 8 de febrero de 2011

¿Nace un surfer?

De vacaciones en el mar uruguayo

   Tres días después de haber llegado a la playa, hoy tomo mi primera clase de surf. Aprendo el movimiento básico que hay que hacer para ponerse de pie sobre la tabla cuando ya se está montado en la ola. Primero me lo hacen practicar con la tabla sobre la arena. Me lo enseña un parco muchacho de tal vez 23 años, que refiere haber nacido en Minas, la ciudad uruguaya del agua mineral. Me da una tabla enorme, ancha como una vaca y que a mí, que mido 190, me supera en altura por lo menos por 60 centímetros. Antes de entrar al agua la frota con parafina, una goma blanda y blanca con la finalidad es facilitar el agarre a la tabla e impedir las patinadas.
    -Tenés buena velocidad -me alienta tras verme proceder un par de veces, ya en el agua, sobre la tabla.
    Más allá de unas pocas precisiones teóricas, o más bien de la descripción de los movimientos necesarios para surfar (así se dice acá, y quedó), la “clase” consiste en que el profe me sostiene la tabla más acá de la rompiente, y cuando viene la ola ya rota y echa espuma la empuja para que, mientras barreno con la tabla, trate de pararme. Lo consigo varias veces sin mayor dificultad. A los 40 minutos me explica que si uno quiere surfar y montarse a la ola antes de que rompa -como hacen de hecho los surfers- hay que remar con los brazos hasta que en un momento se siente “una acelaración”, y que ahí hay que ponerse de pie.
    Al irme le digo que volveré, y que posiblemente acepte su oferta de seis clases al precio de cinco para compartirlas con mi sobrino de 7 años que llega en unos días.
    De noche, muy entusiasmado, busco en internet páginas de surf. En lo poco y miserable que hay, aprendo que los surfistas son una cofradía mundial tan cerrada, competitiva y egoísta como cualquier otra, por ejemplo los bailarines de tango: se pelean por las buenas olas, mantienen secretas las mejores locaciones. Además constituyen un universo, que como todos no cesa de crecer en complejidad y formas de vidurria. Cuando yo empecé a bañarme en el mar, hace más de 30 años, era una rareza de excéntricos; hoy se practica masivamente en playas del mundo entero.

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