Tres días después de haber llegado a la playa,
hoy tomo mi primera clase de surf. Aprendo el movimiento básico que
hay que hacer para ponerse de pie sobre la tabla cuando ya se está
montado en la ola. Primero me lo hacen practicar con la tabla sobre
la arena. Me lo enseña un parco muchacho de tal vez 23 años, que
refiere haber nacido en Minas, la ciudad uruguaya del agua mineral.
Me da una tabla enorme, ancha como una vaca y que a mí, que mido
190, me supera en altura por lo menos por 60 centímetros. Antes de
entrar al agua la frota con parafina, una goma blanda y blanca con la
finalidad es facilitar el agarre a la tabla e impedir las patinadas.
-Tenés
buena velocidad -me alienta tras verme proceder un par de veces, ya
en el agua, sobre la tabla.
Más
allá de unas pocas precisiones teóricas, o más bien de la
descripción de los movimientos necesarios para surfar (así se dice
acá, y quedó), la “clase” consiste en que el profe me sostiene
la tabla más acá de la rompiente, y cuando viene la ola ya rota y
echa espuma la empuja para que, mientras barreno con la tabla, trate
de pararme. Lo consigo varias veces sin mayor dificultad. A los 40
minutos me explica que si uno quiere surfar y montarse a la ola antes
de que rompa -como hacen de hecho los surfers- hay que remar con los
brazos hasta que en un momento se siente “una acelaración”, y
que ahí hay que ponerse de pie.
Al
irme le digo que volveré, y que posiblemente acepte su oferta de
seis clases al precio de cinco para compartirlas con mi sobrino de 7
años que llega en unos días.
De
noche, muy entusiasmado, busco en internet páginas de surf. En lo
poco y miserable que hay, aprendo que los surfistas son una cofradía
mundial tan cerrada, competitiva y egoísta como cualquier otra, por
ejemplo los bailarines de tango: se pelean por las buenas olas,
mantienen secretas las mejores locaciones. Además constituyen un
universo, que como todos no cesa de crecer en complejidad y formas de
vidurria. Cuando yo empecé a bañarme en el mar, hace más de 30
años, era una rareza de excéntricos; hoy se practica masivamente en
playas del mundo entero.
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