manual para vivir del pasado |
-Nooo.. Lleválo, boludo, lleválo.
-Para
qué. Se me va perder. Así voy más tranquilo, hago lo que se me
canta y no me tengo que andar preocupando.
-No nos vamos a encontrar. Lleválo man, por cualquier cosa.
-No nos vamos a encontrar. Lleválo man, por cualquier cosa.
-Bueno
está bien.
Así
hablamos por tel con Salvatore (amigo de toda la vida se puede decir)
una hora y media antes de las ocho de la noche, momento fijado para
encontrarnos en las inmediaciones del monumental para entrar juntos a
la última presentación de roger waters en argentina. Ambos
proyectamos llegar pedaleando así que, de acuerdo con lo que él
pudo averiguar, quedamos en reunirnos en la guardería de biciclos de
monroe y alcorta. Como mi amigo es un descerebrado hincha de fútbol
(encima de river) conoce al dedillo tanto los accesos a la cancha como la retícula
urbana que la rodea, pero yo no. Así que una vez dejado el tren en
Belgrano C, apunté para
la cancha sin más. Y mintiendo ser de ahí conseguí llegar hasta
los mismos muros del estadio. Estaba vacío y lleno de postes. Me
pareció un lugar perfecto para dejar la bici, ¿para qué alejarme
seis cuadras si podía ahí? Como había llevado el móvil le
escribí a salva: “te espero en Alcorta y vict de la Plaza; ya
estoy acá”. Pero el mensaje nunca le llegó, si bien yo supuse
todo el tiempo que lo había recibido porque poco antes me había
llegado uno de él. El punto es que para cuando me percaté de que
los móviles no andaban ya nos habíamos desencontrado y terminé
entrando SOLO al estadio, temeroso de que entrar tarde y perderme el principio del show, pensando que él estaba adentro. Me trepé al arco de fútbol
y sentado sobre el travesaño giré todo lo que me dejó la cintura
con los brazos en alto para un lado y para el otro. Pensé que si
estaba por ahí me tendría que ver. En eso se trepó un chico justo
al lado mío.
-Tenés
fuego -le dije, porque ya eran nueve menos cinco y quería empezar el
recital de la cabeza. Si encima me iba a desencontrar con mi amigo
por lo menos que me sacaran de allí mis sentidos inflamados.
El
chico me dio fuego al tiempo que se daba vuelta sobre el travesaño
del arco. ¿Me puedo agarrar de vos? preguntó para girar. Claro, le
dije mientras se prendía de mis camisa y remera. Era un lindo chico.
Prendí el faso y le ofrecí una seca. Gracias, dijo, son flores.
Asentí. ¿Tuyas? Contesté con un gesto de a quién le importa.
-¿Estás
solo? -preguntó.
-sí.
Y vos.
-También
solo. Tenía entradas para hace cuatro días. Pero las tenía mi
novia, y me dejó y se las quedó ella. Así que vine hoy, pero solo. ¿no
es re triste lo que me pasó?
-Yo
me desencontré con un amigo y me vine acá al arco para que me vea.
A
los minutos vinieron los seguranzas a bajarnos. Ya en el suelo el
chico tan simpático me hizo un gesto que invitaba a seguir juntos
por un tiempo, a compartir la deriva. Pero desalentado por
la mención de la novia (no tenía ganas de ese tipo de régimen) y
porque todavía tenía la esperanza de encontrar a salvatore, le
corté el rostro. Ya eran casi las nueve. Decidí que mi amigo debía
estar perdido entre la multitud y me sumergí también en ella, ya considerando que sólo el azar podía reunirnos esa noche. Así que me
abalancé hacia la multitud. Ya colocado pude ver el inicio del gran
show. Las proyecciones, la música. Bastante espectacular, el sonido
excelente, fuerte y claro. Pero la gente… una plasta total. Es
cierto que hace más de 12 años que no pisaba un recital, pero mi
recuerdo era otro: la masa de gente muy apretada en la
indeferenciación del sudor propio y ajeno, la marea humana que te
arrastra, a veces te presiona, nunca te hiere, el masaje colectivo.
Ése régimen de mis tiempos ricoteros, e incluso de algún river con
serú girán, hace tantas eras. Pero acá nadie se movía si no era para levantar móviles o camaritas con que filmar el
concierto. Un bosque de manos alzadas registrando cosas que ocurrían
a 100 metros en copias de mala calidad. Incomprensible para mí. Me
pregunté si será la edad. Yo quería bailar.
-Después
dicen que la sociedad no respeta a los ancianos -le dije a una mina
que tenía al lado ante la proyección de un primer plano de waters,
lleno de arrugas e imposibilidades.
Las
animaciones de la pantalla mostraron en eso una escuadra de bombarderos, que en lugar de torpedos dejaban caer símbolos religiosos: primero cruces del
cristianismo, después medialunas musulmanas, al fin estrellas judías.
El público miraba, pero sólo elevó su voz en un desaprobador murmullo cuando las
metáforas de las bombas eran logos de grandes empresas: shell,
mercedes benz. ¿la religión no les inspira el mismo rechazo?
¿o es corrección política para no pasar por antisemitas? Cualquier opción es un bajón.
En
algún momento en que la masa se animó un poquito seguí avanzando,
cada vez más adelante. Sin dejar de bailar. Por ahí me topé con
una mina que me cerró el paso con la espalda. Y me puse a bailar con
toda libertad. Sin brusquedad, aprovechando el contacto con los
cuerpos semidesnudos que estaban atrás, al costado, adelante. Pero
ella lo tomó mal.
-Me
estás apoyando -me espetó en un momento con su voz de loro- me
estás apoyando.
Nunca
tuve esa intención, y ni pasó por mi imaginación -le contesté la
pura verdad rimada, pero en su mente no había lugar para otra
posibilidad-.
-Sí,
me estás apoyando.
-¿Vos
para para qué venís a campo? Yo para bailar.
Lamenté
no haberme quedado con el chico del arco. Lo extrañaba ahora ante
esa mujer tan bruta. También estaba solo como yo y parecía
luminoso e inteligente. Igual aproveché la acusación como excusa
para pedir “permiso, que una muchacha acaba de acusarme de estar
apoyándola, a mí que he dado mi vida al arte” y seguir avanzando
hasta la primera fila, donde al final llegué y pude reposar entre
jóvenes, chicos y chicas, semidesnudos (ellos con el torso al aire,
preciosos lomos, ellas con esas tiritas que les sostienen los tops), todos compartiendo el sudor
propio y ajeno. Ahí me sentí más a gusto, aunque, para decir las
cosas como son, era el peor público que me ha tocado.
Me
sorprendió gratamente encontrar unos (dos) que habían conseguido
entrar tras pagar coima en la puerta (100 pesos contra los 475 de la
compra nética). Sos un rey, le dije a uno. Es que pocas veces fui a
un espectáculo organizado con tanta mala onda y desprecio por la
gente, donde todo responde a la finalidad de extraerle la mayor cantidad
de plata: además de todos los abusos que rodean la venta de entradas
(por ejemplo los extras que se suman a la venta electrónica, o que
el programa que la regula dé como agotadas las entradas de campo de pie para
que la gente compre las otras más caras, pero cuando uno insiste
insiste resulta que todavía quedan entradas de campo, etc), no hay
la menor preocupación por el público, al que se descuida y
maltrata: con el fin de exprimirle todavía unos pesitos más en la
compra obligada in situ, no se le permite entrar con agua, y en el
calor asfixiante de las primeras filas (donde yo estaba) no se
manguerea al público, que aunque quisiera no podría desplazarse a
comprar, con el resultado de que todos se apretujan por conseguir uno
de los vasitos de agua miserables que se reparten a cuentagotas y no
impiden la deshidratación de nadie (a propósito de esto se me
ocurrió un argumento excelente para un policial que ya escribiré,
en que una banda se complota contra esta mafia del dinero, y les
gana).
Y
por otro lado, vamos a decir las cosas como son, el show de waters es
extremadamente básico, simplista, panfletario (lo que explica en
parte que los asistentes también lo sean: no saben ni bailar, y a lo sumo
en dos o tres momentos que evocan de la manera más tosca un ritmo militar se
ponen a saltar de manera desenfrenada, como los brutos que son), un
producto serial, sin irregularidades ni imprevistos, que para peor
escatima la mejor producción del músico, la anterior a the wall (está
bien, el tour se llama como la película del disco, pero podría
haber incluido alguito previo para la afición); ¿pero qué puede esperarse de un espectáculo cuya racionalidad (más allá de todo el mensaje pacifista y presuntamente
libertario de waters) es producir la mayor cantidad de dinero? Es la
última vez que contribuyo a ese modelo de negocio tan miserable. Lo
que sí, me dieron ganas terribles de volver a un buen recital, los
redondos (el pasado), y no me voy perder el próximo del Indio.
A
la salida me encontré con salvatore y fuimos a una parrilla.
Discutimos sobre quién tenía la culpa del desencuentro: según él,
yo; según yo, los teléfonos móviles que él tanto valora y en los
que me inspiró tanta confianza. Después me reprochó ansiedad para comer,
lo que era un hecho, pero la verdad es que el recital me había
consumido mucha energía, y la bici también. Ambos coincidimos en
que había estado bueno, pero habría estado mucho mejor de haberlo
vivido juntos y fumados, lado a lado. Volvimos pedaleando por
libertador un buen trecho, hasta que se desvió. Llegué a mi casa,
me duché y dormí como el angelito que era.
*El
título, pensé ayer, podría haber sido “volver a los 17”, pero
no hubo nada que me recolocara, ni por un instante, en esa época de ensoñación y
esperanza, ya tan neblinosa. Todo fue nuevo, más allá de alguna evocación.
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