martes, 15 de enero de 2013

Pedagogía del oprimido II

   El mismo pibe llega finalmente a mi casa y tras un largo y variado rato, ya al despedirse, me pregunta si veo a un psicoanalista.
   -No, nunca me sometería a esa estafa.* ¿Lo necesito?
Asiente enérgicamente.
   -A ver, ¿por qué? Me interesa más tu diagnóstico que el de cualquier profesional.
   -Porque sos taan estructurado…
   -¡Vos me decís que soy estructurado! -mi énfasis está un punto por encima de lo conveniente- ¿Vos, la persona más estructurada de la tierra, me dice a mí que soy estructurado? No tenés idea. A mí, justamente, que integro el 0,03 por ciento de las personas más libres de la tierra -le contesto con esa idea que ya empieza amostrar signos de uso-.
   -Bueh, no nos vamos a poner a competir a ver quién es más libre.
   -Clah, ¡no! Pero es asombroso que alguien que es la estructura misma me eche en cara ser estructurado.
   -Mi paranoia es una cosa distinta -me dice el mismo que se catalogó al menos dos veces en cinco minutos de “neurótico” sin que nadie se lo haya preguntado-.
   -Sí, es menos que tu estructura y a la vez es una función de la misma -así aprendí a hablar por trabajar de periodista-. Y lo mío no es estructura. Es otra cosa.
   -Sí… -responde entonces, con sorprendente velocidad para admitir la verdad, porque la ha reconocido de manera quasi-epifánica-. Es verdad, es otra cosa… ¿qué es?
   -Otra cosa.
   -Sí, pero qué.
   -Otra.** No me corresponde a mí decírtelo. Si me insistís tanto hasta que te lo diga obviamente te lo voy a decir, aunque no creo que te importe tanto…
   -…
   -Además -engolosinado como estaba, ya nada podía detenerme-, vos decís que soy estructurado, y sin embargo desde el principio fui yo quien te habló con la mayor franqueza, la misma con que te hablo ahora. Vos en cambio nunca abandonaste esa desconfianza irreductible, una prevención que marcó el tono, el ritmo, el momento desde la primera palabra que cruzamos.
   -El mundo es una mierda.
   -Y encima eso. Si no te gusta vivir, como andás pregonando, si la vida es tan desagradable, matáte –el sujeto había destinado 29% del tiempo a llorar lo terrible que es su vida–. ¿O por qué no te matás? ¿Para no provocarles ese dolor a tus seres queridos? ¿O a vos te gusta vivir así, en la cobardía y el cinismo? Porque además, si es cierto que sos tan marxista leninista y antiburgués, como no te cansás de declarar –¡también tres veces en diez minutos!–, ¡hacé algo! Hacé algo por generar nuevas condiciones de vida para vos y para otros. Declarar que todo es una basura y no hacer nada a lo único que conduce es al resentimiento, ¡te pegjudicás vos! -je connais mes classiques-. No es ni siquiera una fuerza, una energía que te pueda dar fuerza para emprender algo. Es una cárcel en la que te envenenás… ¡Ah! Y la próxima vez que vengas, bañáte.
   Se fue y no me dirigió más la palabra. Tal vez lo lamento. 

*Es posible que la palabra no sea más que una metáfora poco diáfana y como tal no brinde una buena descripción. El problema del psicoanálisis es su miseria (pauperrimez tanto como vileza) conceptual. Que tiene el efecto de miserabilizar (ibid.) el mundo, las relaciones personales, sea en el marco de la parentela, el amor y el sexo, o de cualquier forma de interacción social. Son los límites que impuso hace ya varias décadas a su propia imaginación.
**La verdad pasada por el tamiz de la civilización

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