I.
-Nunca
vi que que se entrara así a un recital, ¡ya caminamos como dos
horas! -lanzó una mina mientras recorríamos con otras miles el
largo camino de acceso, delimitado por un vallado que obligaba a
hacer unas 30 cuadras para salvar una distancia de apenas 500 metros.
-Es
manejo de multitudes -le contestó mi amigo salvatore.
la multitú |
Es
que si bien el rodeo era innecesario para llegar al hipódromo tal
vez haya sido necesario para mantener a las masas ricoteras ocupadas
(ocupadas en la alegre vida social de la caminada por el fresco
nocturno y en el consumo de choripanes y fernés, que debe haber
superado en una sola noche el de todo el verano) y así ordenar la
energía de la previa en una ciudad cuya población estable se
triplicó en sólo un día con gente que no tenía donde dormir ni ir
al baño. Es sabido que estas disposiciones ordenadoras son propias
de los grandes recitales en estadios, género de espectáculo que
vimos nacer y codificarse en el siglo xx y volverse un producto donde
todo está calculado. Pero en Gualeguaychú las diferencias con esos negocios previsibles y pautados fueron abismales, empezando porque
casi no se veía policía -la onda de les asistentes la hacía
innecesaria, fue la mejor en todo momento, no vi ni siquiera conatos
de mala onda ni pelea- y porque en el momento de llegar finalmente al
hipódromo nadie exigía las entradas. Es decir que entraron todos
los que llegaron, y sólo pagaron quienes podían.
II.
A
las 19:05, en el momento de dejar el auto, nos clavamos media pepa
cada uno. La droga había estado guardada dos años sin muchos
cuidados. A esta idea volveríamos con insistencia una hora y media
más tarde, al no sentir efectos asociables a la sustancia, y nos
llevaría a mandarnos media pepa más. Pasaron otros setenta minutos
y como seguíamos sin notar la variación recurrimos a la carga de
emergencia, una dosis de mdma, ya de una bien servida para salvar
riesgos de que se nos pasara el recital sin nada.
-Vamos
a ir para adelante, no? -le lancé un rato después, ya en el
hipódromo, a salvatore-. Mirá que yo vine para eso y sin eso no me
voy.
-Obvio
-me dijo-.
Pero
mucho más obvio fue lo que pasó una vez que estuvimos a escasos 30
metros del astro, apretados entre la multitud: nos pegó todo junto
el cóctel en combiné, agitado encima por una excelente marihuana, y
nos encontramos de pronto sumergidos en el lavarropas de calor y
cuerpos apretados que iban y venían como olas un día de tormenta, y
también en el barro donde se nos hundían enteramente los pies hasta
bien por encima de los tobillos.
Por
otro lado, salvatore se había encontrado como de milagro con su
reciente amigo Nicolás -quien lo había surtido de las magníficas
flores que habíamos estado fumando-, y a partir de ahí estuvimos
juntos.
mi amigo con su amigo florista |
-No
puedo creer lo que todavía es capaz de hacer mi cuerpo -me confesó
en el intervalo que a mí me sirvió para usar por segunda vez en mi
vida un baño químico.
Él
había temido salir lesionado por las presiones de la marea humana y
yo que la dosis de estimulantes resultara excesiva. Pero se ve que el
frío de la noche se comió el breve excedente de energía y más
allá de unos instantes de intensidad brutal la salud volvió a
reinar.
III.
La
música de los redondos -la que toca el indio- es magnífica y única,
pero aunque esté en el origen del encuentro como justificación y
motor y tenga entre sus efectos principales que los conciertos no se
llenen de la gente desagradable que integra en parte la audiencia de,
por ejemplo, Madonna o el Lollapalooza, hace años dejó de ser lo
que el público va a buscar. Fuimos a Gualeguaychú no a escuchar
música sino a la reunión multitudinaria y al baile masivo, a vivir
y componer ese amasaje colectivo cuya intensidad no tiene hasta donde
sé parangón en ningún lugar del mundo, y se me ocurre la mayor de
las consagraciones para un artista. Hasta hace unos días creía que
la mayor obra de arte de la historia de la humanidad -por ser
multitudinaria y colectiva, por la intensidad de su libertad y
participación- tenía lugar una vez por año en Alemania; ahora
pienso que el sábado a la noche fui uno de sus artífices.
IV.
barro tal vez |
Aunque
salvatore remarcó en varias oportunidades su diversidad, para mí en
el público redondo hay mayoría de postergados, frustrados, gente
pasto del fracaso social que sufre los abusos del poder sin rebelarse
más que de modo epidérmico -no porque los ignore sino porque no
está dispuesta a entregar su última libertad organizándose para
combatir la pendejada de que todo es igual, siempre igual, todo
igual, todo lo mismo. Así lo dejaba ver un chabón enteramente
embarrado que se puso a llorar a lágrima batiente al lado mío
cuando se prendieron las luces del final y terminó ese momento de
pura felicidad en su vida (tu infierno está encantador, esta
noche está encantador). Esto (la felicidad aunque sea momentánea
del aquel cuya vida es una permanente lucha llena de sinsabores) es
lo que emparenta el redondismo al peronismo (escuché hablar
bien de cristina y de evita montonera un par de veces en la noche), y lo que lo hace
incomprensible para cualquier periodista con un mínimo nombre,*
que nunca estará en condiciones de vivirlo, ya que la idea de que se
le manchen los zapatos o alguna otra prenda le resulta incompatible
con su modo de asistir a espectáculos y de escuchar música, que
hace desde las salas de catering y tribunas, con su credencial
abrochada.
*De más está decir que ningún asistente a los recitales comete la estupidez de hablar de misa ricotera, papa redondo ni incurre en ninguna de esas expresiones que sólo quedan para la prensa elemental.
Qué lástima que pierdas el tiempo hablando de nosotros, los periodistas pelotudos.
ResponderEliminarlo de pelotudo corre por tu cuenta, no es una palabra que frecuente. y si te sentís tocada también, no te mencioné, no lo haría nunca. estás fuera de mi alcance
ResponderEliminarYo creo que, más que ir a ver al Indio, fuimos a vernos, todos nosotros, ver de lo que somos capaces, de la energía que somos capaces de crear y gastar. En los pogos nadie mira el escenario, nos miramos entre todos nosotros y el Indio se vuelve secundario. Somos unos ególatras de mierda.
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